viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo XIV


Capítulo Decimocuarto

Como adquirir ese “espíritu de victoria”


El mecanismo automático de creación posee carácter teleológico. Ello es, funciona en términos de obtención de metas y de resultados finales. Una vez que el sujeto decida presentarle una meta que alcanzar, éste queda en disposición del sistema automático de guía del mencionado mecanismo, y éste, entonces, habrá de conducirle a esa misma meta propuesta mucho mejor de lo que el interesado pudiera haber pensado jamás. El “USTED” reemplaza a la meta en el momento en que usted mismo se pone a pensar en términos de los resultados finales. Su mecanismo automático reemplaza, entonces, los “medios por donde ha de ir” convirtiendo a USTED mismo en esos medios. Si los músculos del cuerpo del sujeto necesitan “ejecutar” algún movimiento, con objeto de alcanzar el resultado del fin que persigue, entonces el mecanismo automático habrá de guiar a éstos con mucha mayor precisión y delicadeza que el mismo sujeto hubiera podido mediante cualquier decisión de su propia voluntad y entendimiento.


Piense en las posibilidades

Ahora bien, para lograr esta actitud el Yo debe reemplazar al objetivo. Pero para reemplazar a un objetivo que sea susceptible de imprimir mayor actividad a su mecanismo de creación, el sujeto debe pensar, en relación a los resultados del fin, en los términos de una posibilidad actualmente existente. La posibilidad del objeto debe ser vista con tanta claridad y evidencia que llegue a parecer “real” tanto al cerebro como al sistema nervioso del mismo sujeto que se halla sometido a esta experiencia. Tan “real” de hecho que las mismas sensaciones que conciernen a esta situación deben ser evocados como presentes en el mismo estado en que debieran manifestarse en el caso de que la meta ya hubiese sido alcanzada.
Ello, en realidad, no es tan difícil ni posee un carácter tan místico como puede parecer en un principio. Todos los estamos haciendo constantemente en nuestras vidas cotidianas. ¿Qué significado tiene, por ejemplo, la preocupación que sentimos acerca de las implicaciones de los probables y desfavorables resultados del futuro, la cual suele acompañarse de sensaciones de angustia, de inadaptación y hasta de humillación quizás? Además, en todos nuestros propósitos prácticos solemos experimentar por adelantado estas mismas emociones, las cuales, en el caso de que ya hubiéramos fracasado, sería, por lo menos, totalmente apropiadas. Solemos representarnos el fracaso en forma concreta y con los particulares rasgos inherentes al mismo, y no sólo eso, sino también vívidamente y con todos sus detalles. Y, por si ello fuera poco, también solemos repetirnos constantemente todas estas imágenes del fracaso. Evocamos y tornamos a evocar en nuestras memorias las feas imágenes de los fracasos que padecimos en todos los tiempos pasados de nuestras propias vidas.
Procure recordar lo que indicamos anteriormente con mayor vigor: tanto el cerebro como el sistema nervioso se muestran incapaces de expresar las disparidades existentes entre una “experiencia real” y otra que nos hayamos representado en la más vivaz de las formas. Así, pues, nuestro mecanismo automático de creación actúa y reacciona con toda propiedad al ambiente, la circunstancia o la situación en que se encuentra. La única información eficaz que concierne al ambiente, la circunstancia o la situación es “la que el sujeto cree verdadera” a todos estos respectos.


El sistema nervioso no podrá expresar el fracaso real cuando se hallare sometido a la influencia de un fracaso imaginario

De tal modo, si insistimos en el fracaso y continuamente nos representamos como culpables a nosotros mismos y, además, con detalles tan vivaces como para hacérnoslo “real” y pensamos en ello en términos de un hecho ya resuelto, también experimentamos las sensaciones de la victoria: la confianza en nosotros mismos, el valor y la fe que la consecuencia implícita en todos estos factores nos hará deseable.
No podemos atisbar conscientemente adentro de nuestro mecanismo de creación para ver si éste se halla dirigido por el éxito o por el fracaso, pero sí podemos determinar, mediante nuestros propios sentimientos, su “posición” actual. En el mismo momento en que este mecanismo se orienta hacia el éxito, desde ese mismo instante, pues, experimentamos “la sensación de la victoria”.


Impulsemos hacia el éxito al mecanismo de la creación

Si acaso existe un único secreto relacionado con el funcionamiento del inconsciente mecanismo de la creación, es sólo el que estriba en la invocación, la captura y evocación del sentimiento de éxito. Cuando uno se siente contento y lleno de confianza en sí mismo suele conducirse, en todos sus actos, con la sensación plena de haber alcanzado el éxito. Y más todavía, cuando esta sensación es fuerte, el sujeto no cometerá literalmente, ni un solo error.
La sensación de victoria no habrá de ser la causa, por sí misma, de que el sujeto se conduzca con todos sus cometidos con verdadero éxito, sino que habrá de influir en los actos del mismo más bien con carácter de señal o síntoma que ha de guiarle a la consecución del feliz término del fin que se haya propuesto. Esta “sensación de victoria” guarda estrecho parecido con el termómetro, el cual no constituye la causa de que la habitación se caliente, sino sólo mide la temperatura que reina en ella. No obstante, siempre podemos emplear este “termómetro” de una manera sumamente práctica. Recuerde, pues, que cuando el sujeto experimenta esa mencionada “sensación de victoria”, su maquinaria interna se pone al instante en funcionamiento.
El esfuerzo excesivo que dediquemos a producir conscientemente la espontaneidad es más que probable que sólo contribuya a destruirnos la acción espontánea. Es mucho más fácil y más efectivo, para ello, que definamos simplemente la meta que nos proponemos alcanzar así como los resultados finales de la misma. Procure, pues, imaginarse lo uno y lo otro lo más claro y vívidamente que pueda. Luego trate de capturar la sensación que experimentaría en el caso de que ya hubiese alcanzado el objetivo que se propuso. Entonces, logrará desempeñarse en sus actos de un modo espontáneo y totalmente creador. En este caso usted emplea las fuerzas subconscientes que permanecían quietas en su mente. Asimismo, su maquinaria interna habrá de hallarse dirigida hacia el éxito con el objeto de servirle de ayuda  en cuanto atañe a la ejecución y al ajuste correctos de sus movimientos musculares, en cuanto se refiera a proveerle de las ideas creadoras y a hacer todo lo que sea necesario para lograr que el objetivo propuesto llegue a convertirse en un hecho real.


De cómo cierto sujeto, al experimentar “la sensación de la victoria”, logró ganar un torneo de golf

El Dr. Cary Middlecoff publicó, en el número correspondiente al mes de abril de 1956 de la revista Esquire, cierto artículo en el que manifiesta que “la sensación de la victoria” constituye el secreto real de un campeonato de golf. “Cuatro días antes de que el año pasado tuviera mi primer acierto en el campo de los Masters, experimenté la sensación de que estaba seguro que iba a ganar aquel torneo –decía-. Sentía que en cada uno de mis movimientos podía poner mis músculos en la posición perfecta, la requerida para golpear a la pelota con la misma exactitud que a mí me viniere en gana. También en lo que respecta a la colocación experimenté ese maravilloso sentimiento. Percibía que no tenía necesidad de cambiar mi presión sobre el bastón y, asimismo, tenía los pies en la posición usual. Pero había un ALGO RARO acerca del modo que yo sentía y que  me ofrecía unas indicaciones tan precisas y claras como si hubieran sido grabadas en mi cerebro. Con esa sensación todo lo que tenía que hacer estribaba en mecer los bastones y dejarlos que siguiesen sus impulsos naturalmente”.
Middlecoff prosigue diciendo que “la sensación de la victoria es el secreto en que cosiste el buen golf de cada uno de los buenos jugadores;” que cuando se le posee la pelota va directamente a buscar a uno, y esta misma sensación parece dominar ese elusivo elemento llamado “suerte”.
Don Larsen, el único jugador en la historia que consiguió lanzar todo un juego perfecto en las series mundiales, dijo que en la noche anterior “había experimentado ‘la loca sensación’ de que iba hacer perfectos todos sus lanzamientos al día siguiente”.
Hace algunos años las páginas deportivas de todos los periódicos y revistas del país aparecieron con grandes titulares en los que se hablaba del sensacional juego de Johnny Menger, medio centro del Tecnológico de Georgia: “Al levantarme aquella mañana tuve la sensación de que iba a tener un buen día” –dijo Menger.


“Esto puede ser duro, pero hay que pegarle”

Existe verdadera magia en esta “sensación de victoria”. Al parecer puede eliminar toda clase de obstáculos e imposibilidades. Incluso puede utilizar faltas y errores para lograr la consumación del éxito. J.C. Penney nos cuenta lo que dijo su padre en el lecho de muerte: “Sé que Jim lo podrá hacer”. Desde aquel momento en adelante, Penney percibió que iba a conseguir el éxito fuera como fuere, ya que no poseía bienes tangibles, dinero ni cultura. La cadena de tiendas de J. C. Penney fue erigida a través de circunstancias y desalientos que parecían de imposible superación. En el mismo instante en que Penney se sentía desalentado, solía recordar la predicción de su padre y entonces percibía que habría de surgir algo que le ayudaría a zafarse del problema con que se enfrentaba.
Luego de hacer una fortuna, la perdió toda a una edad cuando la mayoría de los hombres llevarían ya bastante tiempo retirados de los negocios. Se encontró de pronto sin un centavo y con pocas y tangibles evidencias en qué fundamentar sus razones de esperanza. Pero otra vez tornó a recordar las palabras de su padre y pronto logró “recapturar la sensación de la victoria” que ahora ya se había hecho habitual en él. Tornó a levantar una nueva fortuna y en pocos años ya tenía funcionando más tiendas que nunca antes.
Henry J. Kaiser manifestó lo siguiente : “Cuando hay que hacer un trabajo duro en el que es preciso desafiar a las circunstancias, siempre busco, para que lo desempeñe, a la persona que posee el máximo entusiasmo y optimismo de vida, a quien ataca sus problemas cotidianos llena de celo y confianza, a la que se muestra valerosa e imaginativa, a la que se ase al trabajo con boyante espíritu y plantea con cuidado lo que tiene que emprender y se dice: ‘Esta tarea podrá ser dura, pero hay que golpear sobre ella’.”


Cómo “la sensación de la victoria” hizo a Les Giblin alcanzar el éxito

Les Giblin, fundador de las famosas clínicas de relaciones humanas Les Giblin y autor del libro “Cómo adquirir la fuerza y la confianza necesarias para tratar con la gente” –How to Have Power and Confidence in Dealing with People-; luego de leer el borrador del primer capítulo de este libro me contó cómo se había unido la imaginación a la sensación de la victoria, para laborar en beneficio de su propia carrera como un algo mágico.
Giblin había sido durante años un agente y luego gerente de ventas que siempre gozó de éxito. Hizo algunos trabajos en el campo de las relaciones humanas logrando conquistar cierto grado de reputación en el mismo. A él le gustaba su trabajo pero deseaba también ampliar el campo en que se desenvolvía. Su más grande interés estribaba en el conocimiento de la gente, y luego de haber dedicado varios años tanto al estudio teórico como práctico, creyó poseer algunas de las respuestas que con tanta frecuencia se hacen entre unas y otras personas. Deseaba, pues, dar conferencias sobre las relaciones humanas. No obstante, ante él se levantaba un obstáculo que le parecía formidable y éste consistía en su total falta de experiencia de hablar en público.
“Cierta noche, me dijo Les, permanecía acostado en la cama y sólo pensaba en mi gran deseo. La única experiencia que había tenido de hablar en público consistía en haberme dirigido a pequeños grupos de mis propios agentes en las juntas de ventas que celebrábamos y también como instructor suplementario cuando serví en el ejército. La sola idea de tener que presentarme ante un gran auditorio me ahuyentaba el juicio. No lograba imaginar que pudiese desempeñarme bien en este cometido. No obstante, solía expresarme con gran facilidad en cuanto se refería a mis propios agentes de ventas. También me las había arreglado para hablar con los grupos de soldados sin haber experimentado grandes dificultades. Estando, pues, acostado en la cama, logré volver a captar la sensación de éxito y de confianza que había experimentado al hablar con estos pequeños grupos. Recordé, entonces, todos los pequeños detalles incidentales que habían acompañado a mis sentimientos de equilibrio. Luego, me representé en mi propia imaginación como un orador que permanecía ante un gran público y estaba pronunciando un discurso sobre las relaciones humanas y, al mismo tiempo, experimentando las mismas sensaciones de equilibrio y confianza en mí mismo que había tenido al hablar con los pequeños grupos. Me imaginé a mí mismo con todos los detalles en el preciso momento en que me levantaba para hablar. Pude, entonces, sentir la presión de mis pies sobre el suelo y logré ver las diversas expresiones de los rostros de la gente y, por último, también percibí los aplausos de la misma. Me vi, pues, disertando con todo éxito sobre mi tema preferido”.
“Algo pareció tintinear en mi cerebro. Me sentía lleno de una gran exaltación. En aquel mismo instante sentí que podría hablar en público. Había logrado unir las sensaciones de confianza y de éxito del pasado a un nuevo cuadro respecto al futuro de mi carrera que me deslumbró de pronto la imaginación. Mi sensación de éxito era tan real que pude saber entonces lo que podría yo hacer. Capté lo que ustedes llaman la sensación de la victoria y jamás ha vuelto a dejarme ésta. Aunque por este tiempo parecía que no habría ninguna puerta abierta para mí y también creía que el sueño era imposible, no obstante en menos de tres años pude ver que éste se convertía en realidad, y, además, en cada uno de los detalles exactos con que me lo había imaginado y sentido. Debido al hecho de que yo era un individuo escasamente conocido y también a causa de mi inexperiencia no hubo una sola de las grandes agencias que me quisiera contratar. Sin embargo, ello no me disuadió de mis propósitos. Me contraté, pues, a mí mismo y todavía lo sigo haciendo así. Hoy me llueven las ofertas para que hable en tal forma que casi no las puedo cumplir”.
Hoy Les Giblin está considerado como una de las mayores autoridades en el campo de las relaciones humanas. No resulta extraordinario para él ganar varios millares de dólares por el trabajo de una sola noche. Más  de doscientas de las más grandes corporaciones de los Estados Unidos le han pagado millares de dólares para que dirija los estudios de los empleados de las mismas sobre las relaciones humanas. Su libro How to Have Confidence and Power –Cómo adquirir la confianza y la fuerza- ha llegado a convertirse en una obra clásica en este campo. Pues bien; todo ello comenzó forjándose un grabado en la imaginación y con el impulso que dio a su voluntad mediante “la sensación de la victoria”.


El modo como explica la ciencia “la sensación de la victoria”

La ciencia de la cibernética arroja una nueva luz sobre el funcionamiento y la influencia que ejerce sobre el sujeto humano “la sensación de la victoria”. Anteriormente hemos demostrado el modo con que los servomecanismos electrónicos emplean los datos almacenados, ello es, de manera parecida a como lo hace la memoria humana cuando trata de “recordar” los diversos actos de éxito mediante la repetición de los mismos.
El buen aprendizaje estriba más que en ninguna otra cosa en la práctica que lleva consigo la prueba y el error hasta lograr que algunos aciertos y acciones de éxito hayan sido registrados en la memoria.
Los hombres de ciencia que cultivan la cibernética han logrado construir lo que ellos llaman “un ratón electrónico” el cual puede aprender a distinguir su pista cuando se encuentra entre un laberinto. La primera vez que intenta pasar a través de éste, “el ratón” comete numerosos errores. El “ratón” tropieza constantemente con las paredes y las obstrucciones, pero cada vez que tropieza con una obstrucción, retorna noventa grados y hace un nuevo intento. Si corre hacia otra pared, torna a dar la vuelta y sigue su camino hacia delante. En efecto, luego de muchos, muchísimos errores, de muchas paradas y revueltas, el “ratón” logra abrirse camino a través del espacio abierto que hay en el laberinto. El ratón electrónico recuerda, sin embargo, las diversas vueltas en las que logró el éxito, y la próxima vez reproduce estos movimientos afortunados y así va a través del espacio abierto rápida y eficientemente.
El objeto de la práctica consiste en corregir los intentos, en la constante corrección de los errores hasta el momento en que se pueda registrar un acierto. Cuando se ha ejecutado una forma o acción de éxito, la forma completa de la acción no es almacenada desde el principio hasta el fin de la misma en lo que llamamos la memoria consciente, sino en nuestros propios nervios y tejidos. La lengua popular es sumamente intuitiva y descriptiva. Por ejemplo, cuando decimos: “Estoy seguro hasta el tuétano de que podré hacer eso”, no nos hallamos lejos de la verdad. Cuando el Dr. Cary Middlecoff dice aquello de “había algo en lo que respecta al modo en que lo sentía, que me sugirió el camino que habría de llevarme al fin que perseguía, tan claramente como si ese algo y ese camino hubiesen sido tatuados en mi cerebro”, él, quizás ignorándolo, estaba describiendo el último concepto científico de lo que acontecía precisamente en la mente humana, cuando ésta se halla dedicada a aprender, a recordar o a imaginar.


Maneras en que graba el cerebro los éxitos y los fracasos

Algunos especialistas de la rama de la fisiología cerebral –entre ellos el Dr. John Eccles y Sir Charles Sherrington –nos dicen que la corteza del cerebro humano está compuesta por unos diez mil millones de neutrones, los cuales, a su vez, tienen numerosos ejes o polos (antenas o “cables de extensión”) que forman sinapsis (conexiones eléctricas) entre los neutrones. En el momento en que nos disponemos a pensar, a recordar o a imaginar, estos neutrones producen una descarga eléctrica susceptible de ser medida. Cuando nos hallamos aprendiendo o experimentando algo, estos neutrones se encargan de formar una “cadena” (¿o la grabación de una serie?) que queda impresa en el tejido cerebral. La “forma” de esta “cadena” no se parece a una “grabación” física, sino que más bien participa de la naturaleza de un “trazado eléctrico”, y las mismas conexiones eléctricas entre los diversos neutrones vienen a ser muy similares a las de las cintas magnéticas grabadas en una grabadora. El mismo neutrón puede, de tal modo, constituir una parte de cualquier serie de las diversas formas distintas y separadas, haciendo posible a la capacidad del cerebro humano la asimilación de cualquier cosa o teoría o el recuerdo casi ilimitado de un acontecimiento o una impresión cualquiera. Estas “formas” o “engramas” quedan guardadas en el tejido cerebral con el objeto de ser empleadas en el futuro, y son “reactivisadas” o “reemplazadas” en el mismo instante en que recordamos una experiencia del pasado.
El doctor Eccles dice que “la profusión de las interconexiones que existen entre las células de la materia gris se halla mucho más allá de todo lo que podamos imaginarnos; hállanse, por último, tan compactas, que la corteza completa da la impresión de constituir una sola unidad de actividad integrada. Si persistimos en considerar al cerebro como una máquina, entonces nos veremos obligados a decir que es, con mucho, la máquina más complicada que existe. Nos sentimos tentados a decir que es infinitamente mucho más complicada que las máquinas más complejas hechas por el hombre, mucho más que los computadores eléctricos. (“The Physiology of Imagination” –La fisiología de la imaginación-, Scientific American, September, 1958).
Para decirlo brevemente, la ciencia confirma que existe un “tatuaje” o una forma de acción de los “engramas” en el cerebro para cado uno de los hechos importantes que hayamos realizado en el pasado. Y si el sujeto logra, sea como fuere, producir la chispa que haga traer a la vida a esa forma de acción, o re-actuar su cometido, ella ejecutará por sí misma lo que deseábamos,  y el interesado, entonces, no tendrá más que “balancear el bastón de golf” y “dejar que la acción tome su curso natural”.
Cuando tornamos a darle una nueva actividad a las normas de un pasado feliz, también ponemos en actividad la “percepción tonal” que siempre acompaña a esas restauradas  “normas”. Exactamente por lo mismo, en el momento en que “recapturamos” la “sensación de la victoria”, también evocamos todos los sucesos victoriosos que la acompañan.


Procuremos producir moldes de éxito en la materia gris

El rector Elliott, de la Universidad de Harvard, pronunció, cierta vez, un discurso sobre lo que él denominó “El hábito del éxito”. “Muchos de los fracasos y errores que padecimos en las escuelas elementales, dijo, debiéronse al hecho de que no se nos dio, en los mismos comienzos de los estudios, la suficiente cantidad de trabajo con el que pudiéramos obtener el éxito, y, de este modo, nunca tuvimos la oportunidad de cultivar ‘la atmósfera del éxito’, o sea lo que nosotros llamamos ‘la sensación de la victoria’. El estudiante –prosiguió-, que nunca experimentó el éxito en los primeros tiempos de su vida escolar, careció de la verdadera ocasión en qué poder cultivar ‘el hábito del éxito’, ni la fe y la sensación de confianza en sí mismo que necesitamos, en forma habitual, cuando emprendemos un nuevo trabajo.” Concedió, asimismo, enorme importancia a la necesidad de que los maestros distribuyan el trabajo entre los alumnos de los primeros grados escolares, de tal forma que el estudiante pueda experimentar la sensación de éxito. Las tareas deben armonizar con las capacidades del estudiante, de tal modo que logren interesarle lo suficiente, para excitarle tanto la sensación del motivo por el que emprende la tarea como el entusiasmo. Estos pequeños éxitos, dijo el doctor Elliot, producirán en el ánimo del alumno “el hábito de la sensación del éxito”, el cual le habrá de servir, como formidable aliado, en todas las empresas que emprenda ulteriomente.
Podremos, pues, lograr “el hábito del éxito”; podremos formar, dentro de nuestra materia gris, y en cualquier circunstancia y a cualquier edad, las normas y las sensaciones del éxito en el caso de que sigamos el consejo que el doctor Elliott dio a los maestros. Si permanecemos habitualmente en una atmósfera de frustraciones, podemos adquirir el “hábito de la sensación del fracaso”, el cual habrá de matizar todas las nuevas empresas que tratemos de emprender. Mas arreglando las cosas de tal modo que podamos triunfar en las pequeñas empresas, lograremos formarnos una atmósfera de éxito, y ésta habrá de ayudarnos a atacar otras tareas de mucha mayor importancia. Podemos emprender gradualmente las tareas que presenten mayores dificultades y luego de haber triunfado en ellas nos hallaremos en posición de emprender inclusive algo de carácter mucho más desafiante. El éxito se forma a base de éxitos –este es su proceso natural-, y hay mucho de verdad en el dicho popular: “Nadie alcanza tan bien la fortuna como el afortunado”.


En la graduación está el secreto; paso a paso se consigue el éxito

Los levantadores de pesas comienzan alzando los pesos que pueden levantar, y luego, en forma gradual, van aumentando, durante cierto periodo, el peso de las nuevas barras que han de alzar. Los buenos managers enfrentan a sus pupilos con los boxeadores que a aquellos les sean más fácil de dominar, y así, gradualmente, los van enfrentando con luchadores más y más experimentados. También nosotros podemos emplear los mismos principios generales en casi cualquier campo de empresa que emprendamos. El principio consiste, sencillamente, en comenzar con un “opositor” sobre el que podamos triunfar, y “gradualmente”, y a medida que vayamos venciendo a los fáciles, enfrentarnos cada vez con cometidos más y más difíciles de solucionar.
A Pavlov, cuando se encontraba en el lecho de muerte, se le suplicó que diera un último consejo a sus alumnos para que éstos pudiesen triunfar. He aquí la respuesta del sabio: “Pasión e ir poco a poco hacia las cosas y siempre gradualmente”.
Inclusive en los mismos campos en que hayamos alcanzado un alto nivel de destreza y capacidad, también es bueno que retrocedamos un poco a veces, que rebajemos un tanto nuestras perspectivas y hagamos un poco de práctica imbuidos por la sensación de la facilidad. Ello resulta especialmente útil y verdadero cuando lo referimos al instante en que se alcanza “un punto tope en el progreso”, y cuando el esfuerzo para “aumentar este grado de progreso” resulta infructuoso. El conato constante de pasar este “punto de tope” es parecido al desarrollo de los “hábitos sensitivos” indeseables del empeño, la dificultad y el esfuerzo. Cuando los levantadores de pesas se hallan en tales condiciones, suelen reducir la cantidad de peso de la barra y, entonces, se ponen a practicar, por algún tiempo, con barras de menor peso. También el boxeador que muestra señales de agarrotamiento contrae compromisos, otra vez, con contendientes más fáciles. Albert Tangora, que durante muchos años fue el campeón mundial de velocidad de mecanografía, solía practicar “el escribir despacio” –a la velocidad de la velocidad normal- cuando llegaba a una meta en la que el aumento de la velocidad parecía imposible. Conozco, asimismo, a un agente de ventas que emplea el mismo principio con el objeto de evitar un desplome de sus negocios: cesa en sus intentos de hacer grandes ventas; cesa de intentar de venderles a los “clientes difíciles” y se concentra en hacerles pequeñas ventas a los “clientes fáciles”.


Cómo retrotraerse a los fundamentos de las propias normas del éxito

Todo el mundo ha sido plenamente feliz una u otra vez en el pasado. Ello no se debe a que forzosamente se haya obtenido algún gran éxito; quizás estribe en algo tan poco importante como haberse mostrado audaz en los años escolares sin que ninguno de sus compañeros le llegara a vencer, en haber ganado una carrera en la escuela elemental o bien haber vencido en una carrera de sacos durante el día de campo de la oficina, o quizás en triunfar de un rival respecto a la conquista del amor de una muchacha. También puede consistir en recuerdo del éxito en la evocación de una buena venta, en una actividad más próspera con respecto a los negocios o en haber ganado el primer premio por la preparación del mejor pastel de la feria del condado. El asunto en que se haya triunfado no resulta tan importante como la sensación del éxito que experimentó el sujeto. Todo lo que necesita estriba en adquirir alguna experiencia del éxito obtenido, y ello en relación con lo que se pretendía adquirir, en conseguir lo que se propone uno alcanzar, etc. En algo, en fin, que proporcione al sujeto cierta sensación satisfactoria.
Haga retrotraerse a su memoria y procure revivir todas las experiencias triunfantes de su propia vida. Procure revivir en su imaginación el cuadro completo de la experiencia exitosa con todos los detalles que le sean posibles. Con los ojos de la mente, procure no sólo ver el acontecimiento principal, sino todas las pequeñas cosas incidentales que acompañaron a la obtención del triunfo. ¿Qué ruidos se percibían allí? ¿Qué podría decir acerca del ambiente? ¿Qué más aconteció en su rededor durante ese tiempo? ¿Qué objetos había presentes? ¿Cuál era la época del año? ¿Sentía frío o calor?, etc. Cuantos más detalles logre usted restablecer, será mejor para el propósito que persigue. Si logra recordar con suficientes matices todo lo que aconteció cuando obtuvo un éxito en algún tiempo del pasado, percibirá las mismas sensaciones de felicidad que experimentara en aquel entonces. Procure recordar, de forma particular, las diversas sensaciones y los variados sentimientos del pasado. Si logra evocar fielmente las sensaciones y los sentimientos de los tiempos anteriores de su vida, podrá reactivarlos en el presente para poderlos revivir de nuevo. Logrará, de esta manera, reconquistar la confianza perdida, ya que la autoconfianza se alimenta de los sentimientos, sensaciones y recuerdos de nuestro pasado.
Ahora bien, luego que haya logrado cultivar esta “sensación general del éxito”, procure guiar sus pensamientos hacia las ventas importantes, hacia las conferencias, los discursos, los negocios, los torneos de golf, o hacia cualquier otra cosa o acontecimiento en que desee obtener el éxito ahora mismo. Procure emplear su imaginación creadora representándose a sí mismo el cuadro de cómo se comportaría y de cómo se sentiría en el caso de que ya hubiese obtenido el éxito.


La preocupación positiva y constructiva

Comience a jugar mentalmente con la idea del suceso completo e inevitable. No trate de forzarse demasiado. No intente tampoco de coaccionar su mente. No trate, asimismo, de emplear el esfuerzo o la fuerza de voluntad para procurarse la convicción deseada. Haga precisamente lo que acostumbra hacer cuando se halla preocupado, preocupándose sólo de una meta positiva y de un resultado deseable en vez de hacerlo con respecto a un fin negativo y a una consecuencia no deseada.
No empiece por tratar de esforzarse en tener absoluta fe en el éxito deseado. Este constituirá un pedazo demasiado grande, en un principio, para su digestión metal. Emplee “la graduación”, el “poco a poco”. Comience a pensar acerca del fin deseado exactamente lo mismo que suele hacerlo cuando se preocupa acerca de lo que le podrá traer el futuro. Cuando se halle preocupado no intente convencerse que el resultado habrá de ser indeseable. En vez de ello, empiece gradualmente. De ordinario, el individuo empieza a pensar con una “suposición”. “Suponga en qué forma y cómo empezaría a acontecer la cosa”. Repita y torne a repetir esta misma idea numerosas veces. Juegue con esta idea. Luego viene la idea de la “posibilidad”. “Bien; después de todo”, se dirá usted, “eso puede suceder”. Ello es posible. En seguida, llega la imagen mental. Comience por representarse las diversas posibilidades negativas. Juegue, pues, con estas imágenes una y otra vez, procurándole añadirle otros pequeños detalles y refinamientos. En cuanto estas imágenes devengan más y más reales para usted, los sentimientos adecuados comenzarán a manifestarse por sí mismos, exactamente como si el resultado definitivo hubiese ya tenido lugar. Este es también el modo en que se desarrollan las sensaciones de miedo y angustia.


Cómo cultivar la fe y el valor

La fe y el valor se cultivan exactamente de la misma manera. Sólo que nuestros objetivos son distintos. Si va a gastar tiempo en preocuparse, ¿por qué no se preocupa constructivamente? Comience por señalarse y definirse a sí mismo el resultado más deseable posible. Inicie el proceso con “suposiciones”. “¿Supondríamos que, en efecto, podríamos llegar al mejor resultado?” Luego, procure recordar que, después de todo, esto pudiera ocurrir. No debe pensar, en este primer grado, en lo que ocurrirá, si no en lo que pudiera ocurrir. Procure tener en cuenta que después de todo es posible obtener ese resultado tan bueno y deseado.
El sujeto puede aceptar y digerir mentalmente estas dosis graduadas de fe y optimismo. Luego de haber pensado en el resultado final deseado como en una posibilidad definida, comience a imaginar en la deseada consecuencia que habría de gustarle. Trascienda estos grabados mentales y delinee los detalles y los refinamientos inherentes a la consecuencia que persigue. Repítaselos constantemente para sí mismo. Así como sus imágenes mentales devengan más detalladas, por el procedimiento de repetírselas una y otra vez, hallará que, en seguida, comienzan a manifestarse por sí mismos unos sentimientos y sensaciones más apropiados, incluso como si la favorable consecuencia hubiese ya tenido lugar. Esta vez los sentimientos adecuados serán los que corresponden a la fe, la autoconfianza y el valor, juntos todos ellos como si estuvieran envueltos en un solo paquete, para integrar lo que llamamos “la sensación de la victoria”.


No se deje aconsejar por sus propios temores

Cierta vez se le preguntó al general George Patton, “El látigo del infierno”, si solía experimentar miedo antes de una batalla. Entonces el famoso general de la II Guerra Mundial contestó que sí, que en efecto había experimentado miedo en cada uno de los casos en que se le encargaba alguna empresa importante y que también algunas veces habíase sentido atemorizado en medio de una batalla, pero añadió: “Nunca me dejo aconsejar por el miedo”.
Si el sujeto experimenta algunas sensaciones negativas de frustración –temor y ansiedad- antes de emprender un cometido importante, como a todo el mundo le acontece de vez en cuando, no debe tomarlo como un “signo seguro” de que va a fracasar en su intento. Todo dependerá de cómo habrá de reaccionar ante las mismas y en la actitud que adopte respecto a ellas. Si las escucha, las obedece y se deja aconsejar por esas sensaciones negativas, el sujeto, probablemente, habrá de conducirse de manera deplorable. Pero ello no es necesario que acontezca ciertamente así.
En primer lugar, es necesario que comprendamos que los sentimientos y sensaciones de frustración –miedo, ansiedad, carencia de confianza en sí mismo- no llegan a nosotros a través de algún oráculo celestial. Tampoco se hallan escritos en las estrellas ni, por supuesto, constituyen los versículos de los Santos Evangelios. Igualmente, no forman las intimidaciones de un “Destino”, ya establecido y decidido, que indica que la frustración ya está decretada. Estas sensaciones y sentimientos negativos se originan en nuestra propia mente: sólo constituyen los indicadores de nuestras actitudes mentales dentro de nosotros mismos, y jamás indican los hechos externos que se vuelven contra nuestras individualidades. Sólo señalan que el sujeto subestima sus propias capacidades, que sobreaprecia y exagera la naturaleza de las dificultades con que se enfrenta, y, por último, presta nueva actividad a los recuerdos de las frustraciones del pasado, más bien que a las memorias de los sucesos de los tiempos idos. Pues bien; ello es todo lo que estas frustraciones indican y esto es todo cuanto significan. No se refieren, pues, y no representan la verdad en cuanto concierne a los acontecimientos del futuro, sin sólo a la propia actitud mental acerca de los acaecimientos del porvenir.
Al conocer todo ello, el sujeto queda liberado para aceptar o rehusar estas sensaciones negativas de la frustración; para obedecerlas y tomar consejo de ellas o, en el caso contrario, para ignorar sus admoniciones y proseguir el camino. Además, el individuo se hallará en situación, en este caso, de emplearlas en su propio beneficio.


Acepte, como un desafío, las sensaciones negativas

Si el sujeto reacciona agresiva y positivamente a las sensaciones negativas, éstas habrán de convertirse en desafíos que originarán, de modo automático y espontáneo, mucha más fuerza y mayor capacidad dentro del su propio ser. Cuando percibimos que se nos amenaza o que tenemos que enfrentarnos a determinadas dificultades, entonces se origina dentro de nosotros una fuerza adicional, pero ello en el caso de que reaccionemos a aquellas sensaciones más bien agresiva que pasivamente. Hemos visto en el capítulo anterior que una cierta dosis de “excitación” –si se interpreta a ésta y se la emplea correctamente- habrá de ayudarnos, más que impedirnos, a hacer bien las cosas.
Todo lo que hemos dicho depende del mismo individuo y de sus propias actitudes, o sea, de que emplee los sentimientos negativos como capitales redituales o como deudas que habrá de pagar. Un ejemplo impresionante de ello lo constituye la experiencia del Dr. J. B. Rhine, jefe del Laboratorio de Parapsicología de la Universidad de Duke, con respecto a las sugestiones negativas, las distracciones, las expresiones de incredulidad por parte de los espectadores, etc., con las cuales obtendremos un decidido y adverso efecto sobre el sujeto  indicado para la prueba, cuando éste trate, sometido a todas las impresiones señaladas, de “adivinar” el orden de las tarjetas que se hallan colocadas en un fichero especial, o es sometido a cualquier otra experiencia con objeto de comprobar su capacidad telepática. La alabanza, el ánimo con que se le empuje al sujeto, etc., casi siempre logran que mejore éste su puntuación con respecto al “hallazgo” o “adivinación” de lo que se le haya propuesto. El desánimo que se le inspire al mismo, así como las sugestiones negativas con se le quiera influir, casi siempre rebajan, dramática e inmediatamente, la puntuación de la prueba. No obstante, y de manera ocasional, el sujeto podrá tomar como “desafíos” estas sugestiones negativas y desempeñarse en su cometido  inclusive mejor que cuando se halló sometido a la influencia de otras sugestiones positivas. Por ejemplo, cierto sujeto, que responde al nombre de Pearce, obtuvo una magnífica puntuación por encima de la que pudiera considerarse como debida a pura casualidad (cinco “adivinaciones” correctas de un fichero constituido por veinticinco tarjetas). Entonces, el doctor Rhine decidió intentar a que el “desafiante” Pearce lo hiciera aún mejor. Fue desafiado, antes de cada intentona, con la apuesta de que no conseguiría sacar la tarjeta correcta. “Hizose evidente, durante todo el proceso de la prueba,  que Pearce se hallaba agitado hasta el más alto grado de intensidad. La apuesta constituía simplemente el modo más adecuado de provocarle el entusiasmo con respecto a la experiencia”, dijo el doctor Rhine. ¡Pearce adivinó las veinticinco tarjetas con extraordinaria corrección!
Lillina, una niña de nueve años, hizo un promedio mucho mejor que la mayoría de la gente, cuando no se le apostó nada en absoluto y, por tanto, no tenía por qué preocuparse de fracasar. Luego de esta prueba, fue emplazada a una situación de “presión menor”, ofreciéndosele una moneda de cincuenta centavos si lograba adivinar correctamente todas las tarjetas del fichero. Desde el momento en que se empeñó en ello, comenzaron a movérsele los labios como si estuviera hablando consigo misma. En efecto, adivinó las veinticinco tarjetas con extremada precisión. Después, al preguntársele qué se había estado diciendo a sí misma, reveló su actitud agresiva y positiva hacia la apuesta diciendo: “Estuve deseando, durante todo el tiempo, poder adivinar las veinticinco tarjetas”.


Reaccione agresivamente a sus propios consejos negativos

Todo el mundo ha conocido a individuos que pueden desanimarse o sentirse en derrota, por el simple consejo de otras personas “de que usted no podrá hacerlo”. Por otra parte, hay gente que, ante ese consejo, suele tomar más ánimo y adoptar decisiones más determinadas ante el desafío que en sí lleva implícito ese desfavorable dictamen debido a personas extrañas. Observemos lo que respecto a esto manifiesta cierto socio de Henry J. Kaiser: “Si uno no quiere que Henry haga cierta cosa, no debe cometer la equivocación de decirle que no debe hacerla o ‘que no puede hacerla’, porque en este caso la hace o revienta”.
No es sólo posible, sino enteramente practicable, que reaccionemos de la misma manera agresiva y positiva al “consejo negativo” de nuestros propios sentimientos, así  como también podemos y debemos hacerlo con respecto al juicio desfavorable con que las personas extrañas pretendan influirnos.


Procure superar “el mal” con “el bien”

Los sentimientos no pueden ser controlados directamente por la fuerza de la voluntad. No pueden ser llamados voluntariamente al orden, o abrirlos o cerrarlos, como cerramos y abrimos una llave de agua. Si no lo podemos someter a nuestro dominio, podremos, por lo menos, cortejarlos y requerirlos para que actúen en nuestro propio beneficio. Ahora bien, si no lo podemos someter por una acción directa de la voluntad, podremos, sin embargo, dominarlos de una manera indirecta.
Un mas sentimiento no se disipa con el esfuerzo consciente o mediante la fuerza de voluntad. Puede disiparse, sin embargo, mediante otro sentimiento. Si no podemos apartar de nosotros un sentimiento negativo haciendo un ataque frontal sobre el mismo, podremos lograr el mismo resultado substituyéndolo por un sentimiento positivo. Recuerde que los sentimientos y las sensaciones se originan en la imaginación. Las sensaciones coinciden y resultan adecuadas con lo que nuestro sistema nervioso acepta como real o como “la verdad del ambiente”. En cualquier momento en que nos sintamos experimentando las diversas tonalidades de las sensaciones indeseables, no debemos concentrarnos en ellas, aunque sea con el objeto de apartarlas de nosotros. En vez de ello, debiéramos concentrarnos inmediatamente en la imagen positiva, tratando al mismo tiempo de llenar la mente con imágenes deseables, positivas y concretas, así como con imaginaciones y recuerdos de este mismo carácter. Si hacemos esto, ya se encargarán las sensaciones negativas de cuidarse de sí mismas: se evaporarán simplemente. Debemos cultivar, pues, las nuevas sensaciones que resulten adecuadas a las nuevas imágenes.
Sí, por otra parte, nos concentramos sólo en la forma de apartarlas o en atacar a las ideas de preocupación, tendremos necesariamente que concentrarnos en las sensaciones negativas. Y, entonces, aunque consigamos, inclusive, tener éxito en “apartar” la idea que nos preocupa, una nueva preocupación e incluso otras nuevas preocupaciones irrumpirán probablemente de nuevo, ya que la atmósfera general es todavía negativa. Jesús nos recomendó que tuviésemos cuidado de limpiar nuestra mente de un solo demonio, sólo, para que en lugar de éste, apareciesen otros nuevos en el caso de que dejáramos la casa completamente vacía. También nos aconsejó que no resistiéramos al mal, sino que tratásemos de superar el mal con el bien.


El método de substitución para la cura de las preocupaciones

El Dr. Matthew Chappel; el moderno psicólogo, recomienda exactamente lo mismo en su libro How to Control Worry –Cómo dominar las preocupaciones-, (Matthew N. Chappel, How to Control Worry, Macmillan Co., New York). Somos individuos preocupados debido a que practicamos la preocupación hasta llegar a hacernos adeptos de la misma, dice el Dr. Chappel. Habitualmente nos permitimos fijarnos en las imágenes negativas del pasado y en anticiparnos al futuro. Estas preocupaciones originan la tensión. El individuo preocupado hace entonces un esfuerzo para cesar de preocuparse, y es atrapado en un círculo vicioso. El esfuerzo aumenta la tensión. La tensión proporciona una “atmósfera de preocupación”. La única cura para la preocupación, dice el doctor mencionado, consiste en formarse el hábito de substituir inmediatamente las desagradables imágenes de la preocupación por otras imágenes mentales más agradables y completas. Así, pues, cada vez que el sujeto se halla preocupado suele emplear este método como una “señal” que le invita a llenar inmediatamente la mente con imágenes agradables del pasado o con las correspondientes a la anticipación de las imágenes agradables del futuro. En momentos de preocupación se derrotará a sí mismo a causa de que la misma preocupación se convierte en un estímulo para practicar la despreocupación más absoluta. La función del sujeto preocupado, dice el doctor Chappel, no consiste en superar alguna fuente particular de la preocupación sino en transformar sus hábitos mentales. En tanto como orientemos la mente a un pasivo y derrotista “espero que nada ocurra”, o a otra actitud del mismo carácter, siempre tendremos que preocuparnos acerca de algo.
El psicólogo David Seabury dice que el mejor consejo que le dio su padre consistió en que practicara la imagen mental positiva, inmediatamente y “tomándola por el rabo”, por así decirlo, en el mismísimo instante en que éste (el hijo) se diera cuenta de que estaba experimentando sensaciones negativas. Las sensaciones negativas se derrotan a sí mismas, literalmente, al convertirse en una suerte de campana de alarma que produce un reflejo condicionado para despertar y excitar los diversos estados positivos de la mente.
Recuerdo que en los tiempos en que era estudiante de medicina fui invitado por el profesor, cierta vez, a que contestara oralmente a algunas preguntas que concernían a la ciencia de la patología. No recuerdo por qué, pero me sentí lleno de miedo y de ansiedad en el mismo instante en que tuve que incorporarme y enfrentarme a los demás estudiantes, y, entonces, no me fue posible responder en forma satisfactoria. No obstante, en otras ocasiones, por ejemplo, cuando me hallaba mirando a una placa a través del microscopio, y respondía a las preguntas que me estaba haciendo la mecanógrafa que se hallaba delante de mí, yo era una persona completamente distinta. Sentíame libre de tensiones, confiado y seguro de mí mismo, y ello era debido a que conocía perfectamente la materia sobre que se me estaba interrogando. Poseía, además, “la sensación de la victoria” y me desempeñaba perfectamente bien en mi cometido.
Así, pues, conforme fue avanzando el semestre, tomé  ejemplo de mí mismo, y cuando me incorporaba para contestar a alguna pregunta imaginábame que no me estaba enfrentando a un auditorio sino que me hallaba mirando a través de la lente de un microscopio. Permanecí libre de tensiones y ello consistió en que sustituí las sensaciones negativas, en el momento de sentirme confundido cuando contestaba oralmente, por la sensación de la victoria. Pues bien; al final del semestre obtuve magníficas notas tanto en el examen oral como en el escrito.
La sensación negativa se me había convertido finalmente en una suerte de “campana de alarma”, la cual me originó un reflejo condicionado que logró despertar en mi ser “la sensación de la vitoria”.
Hoy, debido a que me siento libre de tensiones, doy conferencias y hablo con facilidad ante multitudes de cualquier parte del mundo, y sé además de lo que hablo en el momento en que estoy hablando. Más que eso, atraigo a otras personas a la conversación y produzco en ellas un estado de perfecta calma.
A través de veinticinco años de práctica como cirujano plástico, he operado a soldados mutilados en el campo de batalla, a niños nacidos con deformaciones físicas, a hombres, a mujeres y a niños que sufrieron algún accidente en el hogar, en la carretera o en los lugares de trabajo. Estas desgraciadas personas creyeron que nunca iban a poder poseer “la sensación de la victoria”. No obstante, al rehabilitarlas y hacerlas que se sintieran como hombres normales sustituyeron sus sentimientos negativos por otros que les hicieron confiar en el futuro.
Al proporcionar a estas personas otra oportunidad de volver a capturar el “sentimiento de la victoria”, yo mismo he logrado para mí cierta habilidad en el arte de poseer el mencionado sentimiento. Al ayudarles a mejorar sus autoimágenes, yo mismo he perfeccionado la mía. Todos nosotros debemos hacer lo mismo con nuestras propias cicatrices internas y nuestros sentimientos negativos, en el caso de que queramos extraer más pasión vital de la propia vida.


La selección le corresponde a usted mismo

Dentro de cada uno de nosotros existe un vasto almacén mental en el que hemos ido depositando los sentimientos, las sensaciones y las experiencias del pasado, tanto las que conciernen a los fracasos como a los éxitos. Igual que las cintas magnéticas de la grabadora, estas experiencias y sensaciones han ido grabándose naturalmente sobre las circunvoluciones nerviosas de la materia gris. Hay grabaciones de historias que terminan felizmente y otras que concluyen de un modo asaz desgraciado. Las unas son tan verdaderas como las otras y tan reales son aquéllas como éstas. La selección está en sus manos: todo depende de la “cinta magnética” que desee emplear.
Otro interesante descubrimiento científico, en relación con estas circunvoluciones grabadas, consiste en que la misma grabación puede ser substituida o modificada, algo así, o casi del mismo modo en que se puede cambiarse el material grabado de una cinta magnética tornando a grabar una nueva grabación sobre la vieja.
Los dotores Eccles y Sherrington nos dice que la grabación que se ha hecho sobre el cerebro humano tiende a debilitarse ligeramente cada vez que se la obliga “a pasar de nuevo”, o sea, a repetirla. Esta adopta algo de la tonalidad y del humor de nuestro presente estado de ánimo, de nuestras ideas y actitudes con respecto a la mencionada “grabación”. También cada persona individual puede convertirse en una parte, o quizás en un centenar de distintas formas separadas, lo mismo que el árbol de un huerto puede formar parte de un cuadrado, de un rectángulo, de un triángulo o de otros cuadrados más grandes. La neurona constituye el grabado general, del cual es también parte y adopta algunas de las características de las grabaciones sucesivas –de las cuales ella misma se hace parte- y al hacerlo así, cambia en cierta forma la grabación original. Ello no es sólo sumamente interesante, sino que también nos da ánimos. Nos provee de suficiente razón para que no creamos que las experiencias infortunadas y adversas de nuestra infancia, los “traumas”, etc., vayan a ser tan permanentes o tan fatales como los primeros psicólogos nos habrían hecho creer. Ahora sabemos que no sólo el pasado influye sobre el presente, sino que también el presente ejerce influencia sobre el pasado. Para decirlo con otras palabras: no hemos sido condenados a un destino fatal ni siquiera  dañados, por los acontecimientos o los accidentes que experimentamos en los tiempos anteriores de nuestras vidas. A causa de que hayamos padecido diversos traumas y experiencias desgraciadas durante la infancia, las cuales quedaron grabadas en nuestros cerebros, no tendremos por qué estar, no obstante, a la merced de esas grabaciones ni tampoco temer a que nuestros de conducta hayan sido ya establecidos, se hayan predeterminado o vayan a permanecer inalterables. Nuestras ideas actuales y nuestros hábitos mentales del presente, así como nuestras actitudes hacia las experiencias del pasado y con respecto a las del futuro, todo ello manifiesta poderosa influencia sobre nuestros “engramas” grabados. Así, pues, lo antiguo puede transformarse, modificarse y substituirse mediante nuestras ideas del presente.


Cómo podemos alterar las viejas grabaciones

Otro interesante descubrimiento consiste en que a cuanta más actividad sea sometido un “engrama” dado, o se le “repase” más, éste habrá de adquirir mayor potencialidad. Eccles y Sherrington manifestaron que la permanencia de los “engramas” se deriva de la eficacia “sináptica” (la eficiencia y facilidad de las conexiones entre las neuronas individuales que forma la cadena), y que, ulteriormente, la eficiencia sináptica mejorará con el uso y habrá de disminuir con la falta de empleo. Aquí, pues, volvemos a disponer de un magnífico campo científico que nos facilita el olvido y la ignorancia de estas infortunadas experiencias del pasado, para que nos podamos concentrar en otras experiencias más felices y agradables. Si la hacemos así, reforzaremos los “engramas” que tengan que ver con el suceso y la felicidad, y debilitaremos, al mismo tiempo, aquellos otros que se relacionan con la desgracia y el fracaso.
Todos estos conceptos nos han sido revelados sin tener que recurrir a especulaciones disparatadas, superticiosas en el fondo, acerca de esos hombres de paja que mentalmente constituyen el “Id”, el “Super-Ego” y cosas de igual género, sino que han sido extraídos de las más serias investigaciones científicas que se hayan hecho con respecto a la fisiología del cerebro. Hállanse basados estos conceptos en diversos hechos y fenómenos observados científicamente, y no en unas teorías más o menos fantásticas. Acabemos de aprender, pues, el largo camino que conduce a la restauración de la dignidad del hombre como criatura que sólo es responsable ante Su Divino Hacedor, capaz de adaptarse a su pasado y de planificar su futuro, en vez de constituir una imagen del Hombre como inválida víctima de las experiencias de su vida anterior.
No obstante, el nuevo concepto también lleva consigo una responsabilidad. Por lo tanto, ya no debemos, en adelante, tratar de obtener una enfermiza ventaja y comodidad mediante al fácil argumento de culpar a nuestros padres, a la sociedad, nuestras primeras experiencias o a las injusticias de las personas extrañas, de todas las dificultades con que nos hallemos enfrentándonos en el presente. Todos estos nuevos conceptos pueden y deben ayudarle a que comprenda el por qué ha llegado usted a ser como es ahora. Con echar la culpa a los “otros”, o inclusive a nosotros mismos, de los errores que cometimos en el pasado, no podremos, de ningún modo, resolver nuestros problemas ni tampoco mejorar nuestro presente ni nuestro futuro. Démonos cuenta, así mismo, que tampoco hacemos nada de mérito al echarnos al culpa de todas nuestras faltas y errores. El pasado sólo explica cómo hemos logrado llegar hasta aquí. Ahora bien, el cómo saldrá de aquí y el cómo va a continuar de aquí en adelante incumbe solamente a su propio sentido de la responsabilidad. La elección es enteramente suya. Como en un gramófono roto, el individuo puede continuar tocando el mismo “disco rayado” del pasado; revivir las injusticias de otros tiempos; apiadarse de sí mismo por los errores cometidos, etc. Pues bien; todo ello no hará más que ofrecer nueva actividad a las diversas formas de las sensaciones de frustración del pasado, las cuales habrán de matizar nuestro presente y nuestro futuro.
También, y ello sólo dependerá, como dijimos y tornamos a repetir, de nuestra propia elección, podemos preferir colocar un nuevo disco y dar nueva actividad a los diversos moldes del éxito y de la sensación de la victoria, los cuales habrán de ayudarnos a desempeñarnos mejor en nuestro presente y prometernos un futuro mucho más agradable y divertido.
Cuando su gramófono está tocando un género de música de que usted no gusta, usted, desde luego, no trata de forzarle a que toque mejor. Usted, en este caso, no hace uso del esfuerzo físico ni de su fuerza de voluntad. Usted, a causa de ello, no trata de romper el fonógrafo. Tampoco intenta que el disco por sí mismo altere la clase de música que se halla tocando. Sencillamente, cambia el disco y el mismo aparato se encarga de tocar otra pieza. Emplee, pues, esta misma técnica con respecto a la “música” que surge de su propia máquina interna. No trate de amenazar directamente a la música que no le agrada. Por tanto tiempo como la misma imagen mental (la causa) esté ocupando su atención, ningún esfuerzo, por importante que fuere, logrará alterar la “música” (el resultado). En vez de ello, procure colocar un nuevo disco. Cambie su imagen mental, y los sentimientos y las sensaciones habrán de cuidarse de sí mismos.

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