viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo X



Procedimientos para la extirpación de las cicatrices emotivas o maneras de adquirir un nuevo optimismo.


Cuando el individuo es víctima de un daño físico, tal como un corte en el rostro, el mismo cuerpo forma tejidos cicatrizantes más tensos y espesos que la carne original. El propósito del tejido de la cicatriz consiste en formar una cubierta o concha que es el modo natural de proteger la herida contra otro daño que se pudiera ocasionar en el mismo sitio. Si un zapato mal conformado roza contra una parte sensitiva del pie, el primer resultado de la rozadura es de dolor y sensaciones molestas. Pero de nuevo la Naturaleza nos protege contra ulteriores dolores y daños mediante la formación de callos que son a modo de cubiertas protectoras.
Estamos muy inclinados a hacer la misma cosa siempre que recibimos un agravio emocional, cuando alguien nos “hiere” o “nos frota a cotrapelo”. Formamos cicatrices para autoprotección, nos sentimos muy aptos para llegar a ser duros de corazón, insensibles hacia el mundo y recogernos dentro de una corteza protectora.


Cuando la Naturaleza necesita ayuda o asistencia

Al formar los tejidos de las cicatrices, la Naturaleza tiene la intención de ayudarnos. No obstante, en nuestra moderna sociedad, los tejidos de las cicatrices, sobre todo si se nos forman en el rostro, pueden actuar contra nosotros en vez de desempeñar un papel que resulte en nuestro favor. Consideremos, por ejemplo, el caso de Mr. George T., un joven abogado que tiene por delante un porvenir lleno de promesas. Era un individuo afable, lleno de amabilidad personal cuando, de pronto, sufrió un accidente automovilístico que le dejó una cicatriz horrible en medio de la mejilla izquierda, próxima al ángulo izquierdo de la boca. Ello parecía amenazarle el buen éxito de su carrera. Otro corte, precisamente encima del ojo derecho, le hacía elevar la ceja superior poniéndosela tensa cada vez que hablaba, de tal modo que le hacía cobrar una apariencia grotesca. Cada vez que se miraba en el espejo del cuarto de baño veía una imagen repulsiva. La cicatriz de la mejilla le produjo una risa perpetua de soslayo, o, como él se expresaba, que le había impreso un aspecto terrible. Después de haber abandonado el hospital, perdió su primer caso en los tribunales y estaba seguro de que su “terrible” y grotesca apariencia había influido en los jurados. Sentía que a sus viejos amigos les repelía y repugnaba ahora debido a su nuevo aspecto. ¿Era sólo imaginación suya el creer que incluso su propia esposa le rechazaba débilmente cuado la besaba?
George T. Comenzó a abandonar los casos que le habían encomendado. También empezó a beber durante el día. Se hizo irritable, hostil y con algo así como si fuera un recluso.
El tejido de la cicatriz del rostro le formó una correosa protección contra los futuros accidentes automovilísticos. Mas en la sociedad en que George vivía, los daños físicos que había experimentado en la cara no contribuirían a favor de su buena suerte. Se hizo más susceptible que nunca a las heridas sociales, a las injurias y a los diversos peligros en vez de constituir una protección de su persona.
Si George hubiera sido un hombre primitivo y hubiese recibido las cicatrices faciales en un encuentro con un oso o un tigre furioso, estas mismas cicatrices habría contribuido a hacerle más aceptable aun entre sus amistades. Inclusive en tiempos recientes los viejos soldados tenían a orgullo el mostrar sus “cicatrices de los combates”, y hoy mismo, en las ilegales sociedades de duelistas en Alemania, una cicatriz de sable constituye una señal de distinción.
En el caso de George, la naturaleza tuvo buenas intenciones pero necesitaba una ayuda. Requería que le restaurasen su antiguo rostro extirpándole el tejido de la cicatriz y retornándole sus antiguos rasgos.
Luego de la intervención quirúrgica el cambio que experimentó en su personalidad fue verdaderamente notable. Otra vez se convirtió en un hombre de buen carácter y lleno de confianza en su destino. Inmediatamente cesó de beber. Abandonó su actitud de lobo solitario, regresó a la sociedad y otra vez tornó a ser un miembro de la especie humana. En realidad, había vuelto a hallar una “nueva vida”.
Esta nueva vida, sin embargo, había vuelto a surgir sólo indirectamente mediante la operación de cirugía plástica que se le aplicó en los tejidos físicos. El agente curativo real consistió en la extirpación de las cicatrices emocionales, la adopción de la seguridad contra las “heridas” sociales, la curación de los daños y agravios emotivos y la restauración de su autoimagen como miembro aceptable de la sociedad, lo cual en su caso, hizo posible la cirugía.


Cómo las cicatrices emocionales alejan de la vida al individuo

Hay mucha gente que posee cicatrices emocionales internas sin haber nunca padecido heridas físicas. El efecto que éstas producen en la personalidad es el mismo que en las heridas reales. Estas personas han sido agraviadas o heridas en el pasado por algún sujeto. Para resguardarse en el futuro de los agravios procedentes de esas fuentes se forman los callos espirituales o cicatrices emotivas con qué protegerse el ego. Estos tejidos cicatrizantes no sólo “protegen” a las víctimas que les causó el daño sino que también las “protege” contra todos los seres humanos, o sea, se erigen una muralla emocional a través de la cual no podrá pasar ningún amigo.
Cierta mujer que había sido “agraviada” por un hombre, hizo el voto de no volver a confiar jamás en ningún varón. El niño cuyo cruel padre o maestro “le hace trizas” el ego, puede hacer la promesa de no tornar a fiarse de ninguna autoridad en el futuro. El hombre cuyo error ha rechazado una mujer, quizá se proponga no volver a apasionarse de ningún ser humano en el futuro.
Como en el caso de una cicatriz facial, la protección excesiva contra la fuente original del agravio nos puede convertir en seres más susceptibles y, por lo tanto, más vulnerables al daño en otras áreas de nuestro espíritu. La muralla emocional que construimos como protección contra el daño que nos pueda hacer una persona determinada nos separa de los otros seres humanos y de nuestros egos reales. Como hemos señalado anteriormente, la persona que se siente solitaria o fuera de contacto con los otros seres humanos también se siente fuera de contacto con respecto a su ser real y a la propia vida.


Las cicatrices emocionales cooperan en la formación de delincuentes juveniles

El psiquiatra Bernard Holland ha señalado que aunque los delincuentes juveniles parecen ser sumamente independientes y tienen la reputación de mostrarse jactanciosos, particularmente con respecto al odio que suelen manifestar a cualquier autoridad, suelen protestar demasiado. Debajo de la dura concha exterior que ostentan, dice el doctor Holland, “son personas de vulnerables y blandas contexturas internas que desean siempre depender de otros individuos que se muestran más fuertes que ellos mismos”. Sin embargo, no pueden mantener estrechas relaciones con nadie porque tampoco se atreven a confiar en ningún ser humano. Alguna vez, en el pasado, fueron ofendidos por alguien a quien consideraban sumamente importante, y ahora no osan “abrirse”, para evitar volver a ser heridos. Permanecen constantemente manteniendo sus defensas psíquicas en situación de alerta, y, con el objeto de preservarse de ulteriores rechazamientos y dolores, suelen ser los primeros en atacar. De tal modo, se alejan de las personas que les amarían sinceramente si les dieran la mitad de una oportunidad para poder ayudarles.


Las cicatrices emocionales crean una “auto-imagen” estropeada y repugnante

Las cicatrices emocionales guardan, también, para nuestro ego otro efecto adverso: nos llevan al cultivo de una autoimagen estropeada, llena de cicatrices y repulsiva. Ello es, a la imagen de la persona que no gusta ni es aceptada por ningún ser humano y a la del individuo que no puede hallarse bien en el mundo en que vive.
Las cicatrices emotivas provienen contra la vida creadora e impiden al hombre manifestarse libremente –así lo indica el Dr. Arthur W. Combs- “como individuo completo”. El doctor Combs, profesor de Psicología Pedagógica y consejero de la Universidad de La Florida, dice que el objetivo de cada uno de los seres humanos debiera consistir en convertirse “en individuo completo”. Ello, manifiesta, no es algo con que usted haya nacido sino algo que debe lograr. Las “individualidades completas” poseen las siguientes características:

1.                      Se ve así mismas como personas que gustan; poseen grandes capacidades y son queridas y aceptadas por todo el mundo.
2.                      Poseen un alto grado de autoaceptación.
3.                      Poseen un alto sentido de unión con el prójimo.
4.                      Poseen un vasto “depósito” de informaciones y conocimientos.

La persona marcada con cicatrices emocionales no sólo dispone de una autoimagen que la imposibilita para hacer nada, que no gusta ni es querida por nadie, sino que también es víctima de una imagen hostil del mundo en que vive. Su primera relación con el mundo está llena de hostilidad y sus tratos con el prójimo no se basan en el daca y toma, en la cooperación, en el trabajo conjunto, en el goce social, etc., sino en los conceptos de superar, de combatir y de protegerse. Tampoco es capaz de sentir caridad hacia nadie ni hacia sí misma. Las sensaciones de frustración, de agresión y de soledad forman el precio que paga por todo ello.


Tres reglas para inmunizar los agravios emocionales

1.                      SEA DEMASIADO GRANDE PARA QUE PUEDA SENTIRME AMENAZADO

Mucha gente se siente terriblemente ofendida por diminutos “picotazos”, o, como solemos decir en la “jerga” social, por cualquier “alfilerazo”. Todo el mundo conoce a alguien que, ya sea en el seno de la familia , la oficina o en el círculo de amigos, se muestra demasiado sensitivo y susceptible a las palabras y a los actos de los demás, de tal como que se halla constantemente en guardia tomando como ofensa cualquier acto o vocablo inocente que presencia u oye.
Es un hecho psicológicamente bien conocido que la persona que se suele ofender con la mayor facilidad, posee también el grado más bajo de estimación propia. Nos sentimos ofendidos por aquellas palabras o actos que concebimos como amenazas a nuestro ego o a nuestra autoapreciación. Las supuestas amenazas emotivas, que resbalan desapercibidas por la sensibilidad de la persona que posee el conocimiento de su propia estimulación, producen, sin embargo, entre las personas descritas, terribles conmociones psíquicas. Incluso los punzazos y heridas reales que infligen terribles agravios al ego del individuo que posee un sentido de baja estimación, no causa ninguna mella al ego del sujeto que piensa bien de sí mismo. Es sólo el individuo que se siente indigno quien duda de sus propias capacidades, tiene pobre opinión de sí mismo y se siente celoso desde la punta del zapato hasta la copa del sombrero. Es la persona que duda secretamente de su propio valor y la que se siente insegura, la que ve amenazas hacia su ego donde no existen, la que suele exagerar y sobreestimar el daño potencial que le pueden producir las amenazas reales.
Todos necesitamos cierta dosis de ego-sensibilidad y de flexibilidad para poder protegernos de las amenazas reales y supuestas que recaigan sobre nuestro ego. No sería prudente que todo nuestro cuerpo físico quedara cubierto completamente por una dura callosidad o una concha de tortuga. De esa forma, rechazaríamos los diversos placeres delas sensaciones. Pero nuestro cuerpo posee una capa de piel exterior, la epidermis, que nos ha sido dada con el propósito de protegernos de la invasión de bacterias, pequeñas hinchazones, magulladuras y pinchazos. La epidermis es lo suficientemente delgada y gruesa para ofrecernos protección contra las pequeñas heridas, pero no tan espesa y fuerte que pueda interferirnos todas las sensaciones. Mucha gente, sin embargo, carece de epidermis sobre su ego. Sólo posee la delgada y sensitiva piel interna. Estos individuos necesitan convertirse en sujetos de piel más espesa y emocionalmente más tensa, de tal modo que lleguen a ignorar simplemente las pequeñas heridas y las diminutas amenazas infligidas a sus egos.
También necesitan formar su propia autoestimación, adquirir una autoimagen mejor y más adecuada a sus personas y a las circunstancias, de tal modo que no se sientan amenazados por alguna advertencia inoportuna o por cualquier acto inocente. Un hombre grande y fuerte no debe sentir pavor ante un pequeño peligro, pero un hombre pequeño sí se cree constantemente amenazado. Del mismo modo, un ego fuerte y sano y con plenitud de autoestimación, no se siente alarmado por la amenaza más débil.


LAS AUTOIMAGENES SANAS NO EXPERIMENTAN FÁCILMENTE LAS “MARGULLADURAS”.

La persona que siente amenazado su valor propio por una levísima alarma posee un ego débil y pequeño y muy escasa autoestimación. Es un sujeto concentrado en sí mismo, introvertido y de difícil trato que posee mucho de lo que llamamos “egotismo”. Mas no vamos a curar a un ego enfermo o más débil a través de la “autorrevelación”, quizás convirtiéndole en más egocéntrico todavía. La autoestimación es tan necesaria al espíritu como el alimento al cuerpo. La cura para el “autoconcentramiento”, la “introversión”, el “egotismo” y todos los males de este carácter que suelen ir juntos, consiste en el desarrollo de un ego sano y fuerte mediante la formación de una “alta-autoestima”. Cuando la persona posee adecuada autoestimación, los pequeños menosprecios no la amenazan en absoluto, pasan simplemente sobre ella y los ignora. Inclusive los agravios emocionalmente más profundos procura limpiárselos y sanárselos lo más rápidamente posible sin permitir que se extiendan sus venenos, le emponzoñen la vida y le destruyan la felicidad.


2.                      CIERTA ACTITUD DE AUTOCONFIANZA Y RESPONSABILIDAD HARA AL INDIVIDUO MENOS SUSCEPTIBLE A LOS AGRAVIOS

Como señaló el Dr. Holland, el delincuente juvenil posee, junto con la dura concha exterior, una personalidad blanda y vulnerable que quiere depender de algún otro individuo y también desea ser amado por el prójimo.
Suelen decirme los vendedores profesionales que las personas que aparentemente oponen mayor resistencia a que les vendan, resultan ser, con frecuencia, clientes fáciles una vez que se consigue superar sus defensas. Esa clase de gente que suele poner carteles “prohibiendo la entrada a los vendedores” lo hace así porque sabe que es demasiado blanda y necesita protección.
La persona de aspecto duro y sombrío suele manifestarse de esta manera porque, instintivamente, percibe que es tan blanda por dentro que necesita protección.
La persona que posee ninguna o poca confianza en sí misma y se siente depender emocionalmente de otros individuos ofrece una gran vulnerabilidad o los agravios emotivos. Todo ser humano requiere afecto y cariño, pero el individuo lleno de confianza y además creador concibe también la necesidad de dar amor y se siente tan emocionado al darlo como al recibirlo. Nunca espera que le sirvan el amor en bandeja de plata. Tampoco siente la tremenda necesidad de que todo el mundo deba amarle y aprobarle. Posee la suficiente seguridad para el hecho de que a ciertas personas habrá de disgustar su presencia sin lograr nunca la aprobación de las mismas con respecto a su propia individualidad. Se da cuenta de que tiene cierto sentido de responsabilidad con respecto a su propia vida y se autoconcibe, ante todo, como un individuo que actúa decide, da, y también camina en persecución de sus querencias con mucho más ardor que la persona que se muestra como recipiente pasivo de todas las cosas buenas de la vida.
La persona dependiente y pasiva pone su destino a la disposición de los seres ajenos, las circunstancias y la suerte. La vida le debe el modo de vivir y las personas extrañas le adeudan, asimismo, consideración, aprecio, amor y felicidad. Se presenta ante el prójimo con demandas irrazonables y les reclama todos los bienes de que ella carece. Asimismo se siente hurtada, injuriada y ofendida al darse cuenta de que no es “una persona completa”. A causa de que la vida no está formada “de esa manera”, ella … busca lo imposible y se abandona a sí misma “abriéndose ampliamente” ante los agravios emocionales y a las injurias emotivas. Alguien ha dicho que la personalidad neurótica “estará siempre dándose de golpes” con la realidad.
Cultive una actitud de mayor autoconfianza. Asuma responsabilidad en cuanto respecta a su propia vida y a las necesidades emocionales. Procure dar afecto, amor, aprobación, aceptación y comprensión a las otras personas y hallará que ellas se vuelven hacia usted en una especie de acción reflexiva.





3.                      PROCURE ALIVIAR Y APARTAR DE SI LOS AGRAVIOS EMOCIONALES

En cierta ocasión tuve un paciente que me hizo la siguiente pregunta: “Si la formación del tejido de una cicatriz constituye un proceso automático y natural, ¿por qué, entonces, el cirujano estético no procura formar un tejido de cicatriz cuando hace una incisión?”
La contestación consiste en que si usted se corta el rostro y éste sana naturalmente habrá de formarse el tejido de la cicatriz debido a que existe un cierto grado de tensión en la herida, precisamente debajo de ella, el cual tira hacia atrás de la superficie de la piel y crea un “hoyo” que, para decirlo así, queda rellenado con el tejido de la cicatriz. Cuando opera un cirujano plástico, no sólo tira de la piel hasta ponerla en contacto con la sutura sino que también extrae una pequeña cantidad de carne de la que hay debajo de la piel de modo que no se produzca ninguna tensión. La incisión sana suave e igualmente y sin producir ninguna cicatriz superficial.
Es interesante observar que acontece exactamente lo mismo en el caso de una herida de carácter emotivo: si ésta no presenta tensión, tampoco dejará ninguna cicatriz emocional que desfigure a la persona afectada.
Usted se ha dado siempre cuenta de lo fácilmente que sus sentimientos son heridos “o causan ofensa”, cuando está sufriendo tensiones producidas, por frustración, miedo, cólera o depresión.
Elaboramos toda clase de sentimientos o nos sentimos abatidos por la tristeza o se conmociona nuestra confianza a causa de alguna experiencia adversa. Pasa un amigo y nos dice algo de carácter jocoso. Nueve veces de cada diez es seguro que nos riamos de ello, que pensemos que es algo cómico, “que no pensamos nada acerca del asunto”, y naturalmente, le contestemos unas palabras llenas de buen humor. Pero no hoy. Hoy sufrimos las tensiones que nos producen la duda, la inseguridad y la ansiedad. Tomamos la broma, entonces, de manera equivocada, nos ofendemos y nos sentimos agraviados, y, en ese instante, comienza a formarse en nuestro ánimo una cicatriz emotiva.
Esta simple y cotidiana experiencia nos ilustra muy bien al principio de que somos ofendidos y heridos emocionalmente no tanto por el prójimo no por lo que éste dice o deja de decir sino por nuestra propia actitud y nuestras mismas reacciones.


El reposo mental alivia los golpes emocionales

Cuando nos “sentimos agraviados” u “ofendidos”, “la sensación” concierne completamente a nuestra propia respuesta. De hecho el sentimiento que experimentamos es nuestra reacción.
Son nuestras propias respuestas las que tienen que interesarnos y no las de las personas ajenas. Podemos ponernos en estado de aguda tensión, enfadarnos, sentir ansiedad o resentimiento y “sentirnos ofendidos”. O, al contrario, podemos también no experimentar respuesta alguna, quedarnos en reposo y no sentirnos agraviados. Los experimentos científicos han demostrado que es absolutamente imposible sentir miedo, ira, ansiedad o emociones negativas de cualquier clase cuando mantenemos los músculos del cuerpo en completo reposo. Tenemos “que hacer algo” para sentir miedo, ira o ansiedad. “Todo hombre es ofendido por sí mismo”, dijo Diógenes.
“Nadie puede hacerme daño más que yo mismo”, dijo San Bernardo. “El agravio que sostengo lo llevo conmigo y nunca sufro más que mi propia falta”.
Uno solo es el responsable de sus respuestas y reacciones. El individuo no tiene que responder a nada. El sujeto puede quedar en reposo y libre de toda injuria.


El dominio del pensamiento crea una nueva vida para esta clase de personas

En Shirley Center, en Massachussets, los buenos resultados obtenidos mediante los “grupos de psicoterapia” han superado por mucho –y en tiempo más corto- a los resultados que se obtuvieron a través de el clásico psicoanálisis. Dos aspectos se señalan con especial énfasis: “Adiestramiento de grupo en el dominio del pensamiento” y los períodos de reposo cotidiano. El designio consiste en “la reeducación intelectual y emotiva, con objeto de hallar el camino que ha de conducir a una clase de vida que sea fundamentalmente exitosa y feliz”. (Winfred Rhoades, Group Training in Thought Control for Relieving Nervous Disorders”, Mental Hygiene, 1935).
Los pacientes, además de la “reeducación intelectual” y los consejos sobre el dominio del pensamiento, son enseñados a descansar extendiéndose en una posición cómoda mientras el director les describe un plácido “cuadro” hablando de alguna agradable y apacible escena campesina. Se les pide también a los pacientes que practiquen el reposo en casa cotidianamente y que procuren llevar consigo sentimientos de agradable calma durante todo el día.
Cierta paciente, que halló en el centro una nueva forma de vivir, escribía: “Ya hacía siente años que estaba enferma y no podía dormir. Tenía ardiente temperamento. Era demasiado desgraciada para vivir con nadie. Durante años pensé que tenía un marido inservible. Cuando éste regresaba a casa, luego de haberse bebido un solo trago y el pobre estaba quizás luchando con su deseo, yo solía excitarme y emplear duras palabras logrando con ello que se emborrachara, en vez de ayudarle a su difícil lucha contra el vicio. Ahora no diga nada y me mantengo en calma. Eso le ayuda y hace que nos llevemos mejor. En realidad, yo vivía mi vida de manera contraria a como debía vivirla. También solía exagerar los pequeños contratiempos. A veces sentía deseos de suicidarme. Cuando comencé a venir a clase, llegué a percibir muy pronto que no era precisamente el mundo el culpable de cuanto me sucedía. Ahora estoy más sana que durante toda mi vida anterior y me siento también mucho más feliz. En los tiempos pasados nunca reposaba incluso ni en el sueño. Ahora tampoco me muevo tanto por todas partes como antes solía hacerlo, y aunque suelo hacer la misma cantidad de trabajo me canso muchísimo menos”.


COMO EXTIRPAR LAS VIEJAS CICATRICES EMOCIONALES

Podemos preveniros e inmunizarnos contra las cicatrices emocionales mediante la práctica de las tres reglas que vamos a exponer en seguida. Pero, ¿qué hay acerca de las viejas cicatrices emocionales que se nos fueron formando en el pasado, los antiguos agravios, rencores, ofensas injustas contra la vida y los resentimientos?
Una vez que se ha formado la cicatriz emocional, sólo queda una cosa que hacer, y ello consiste en extirparla, mediante la cirugía, del mismo modo que si fuera una cicatriz física.




Dese a sí mismo un maquillaje espiritual

Uno mismo puede extirparse las viejas cicatrices emocionales. El sujeto puede convertirse en su propio cirujano plástico y hacerse a sí mismo un maquillaje espiritual, Los resultados consistirán en una nueva vida y nueva vitalidad y el hallazgo de una nueva paz del espíritu así como un estado completamente feliz.
Al hablar de un maquillaje emotivo y del empleo de la “cirugía mental” estamos usando algo más que un símil.
Las viejas cicatrices emocionales no pueden ser sometidas a la intervención de la medicina ni del médico. Deben extirparse, sacarlas por completo y erradicarlas totalmente. Muchos individuos suelen aplicar “bálsamos” diversos a las heridas de carácter emotivo, pero ello no opera en absoluto. Deben autoextirpárselas honestamente, de manera manifiesta, o bien tomarán venganza física procurando esconderse entre una multitud de caminos subterráneos. Un ejemplo típico de lo que estamos manifestando lo constituye el caso de la esposa que descubre la infidelidad de su marido. Influida por el consejo de su sacerdote o de su psiquiatra, consiente en que debe “perdonarle”. De acuerdo con su promesa ella no le reconviene en absoluto. Tampoco le abandona. En toda su conducta pública se manifiesta como una mujer que “sabe cumplir” con sus “deberes”. Mantiene el hogar libre de toda mancha, dispone bien las comidas, etc. Pero, por otra parte, convierte en un infierno la vida del marido valiéndose para ello de diversos subterfugios, y, mediante la frialdad de corazón, trata de mostrarle constantemente a su esposo la abrumadora superioridad moral que ella mantiene con respecto a éste. Cuando el marido se queja, ella de contesta: “Está bien, querido. Ya te he perdonado todo, pero no puedo olvidar” Su mismo “olvido” se convierte en una espina que siempre habrá de emplear a causa de que se halla consciente del hecho de que posee una moral y hubiera hecho a ella mucho más feliz, si la esposa hubiese rehusado este tipo de “olvido” abandonando al marido inmediatamente.


El perdón es un bisturí que extirpa las cicatrices emocionales

“Puedo perdonar, pero no sé olvidar”, constituye sólo otra manera de decir: “No perdonaré nunca”, manifestó Henry Ward Beecher. “EL PERDON debe ser como una cuenta cancelada que se rompe por la mitad y se echa al fuego en seguida para no tornar hallarla jamás”.
El perdón, cuando es real, genuino y completo, se transforma en el bisturí que puede extirpar el pus de las viejas heridas emocionales, sanarlas, y, al mismo tiempo, eliminar los tejidos de la cicatriz.
El perdón que solamente es parcial o concedido con la mitad del corazón resulta mejor que una operación quirúrgica que se ejecuta parcialmente. El pretendido perdón que se concede de manera dubitativa no es más efectivo que una operación facial simulada.
El perdón debe ser olvidado exactamente lo mismo que la falta olvidada. El perdón que se recuerda y tenemos siempre presente, reinfecta la herida que el sujeto trata de cauterizar. Si se siente demasiado orgulloso de su perdón o lo recuerda con excesiva frecuencia, entonces, usted se halla dispuesto a reconocer que la otra persona la debe algo por haber sido perdonada. Usted le perdonó una deuda, pero al comportarse así, el pobre sujeto ha incurrido en otra, produciéndole el mismo caso en que incurren los operadores de una pequeña compañía de empréstitos cuando cancelan una cuenta para transformarla en otra que debe ser pagada cada dos semanas durante un período determinado.


El perdón no debe ser utilizado como arma bélica

Abundan las falacias relacionadas con el perdón y una de las razones de que no haya sido mas reconocido su valor terapéutico consiste en el hecho de que el perdón real ha sido aplicado con suma rareza. Por ejemplo, muchos escritores nos han dicho que debemos perdonar para hacernos “buenos”. No obstante, pocas veces se nos ha aconsejado que debemos perdonar para ser felices. Otra falacia consiste en que el perdón nos coloca en una posición superior, o aquella otra que manifiesta que constituye un magnífico método para derrotar al enemigo. Esta idea ha aparecido en numerosas expresiones de “cliché”, tales como esta: “No intentes sólo ganar la concordia, perdona a tu enemigo y le adelantarás en cuanto desees”. Tillotson, el antiguo Arzobispo de Canterbury, nos decía: “No se podría obtener victoria más gloriosa sobre otro hombre que ésta: que cuando la ofensa se inicie por su parte, la bondad debe comenzar por la nuestra”. Esta es otra manera de decir que el perdón mismo debe ser empleado como una de las armas de la venganza, una de las más efectivas, que pudiéramos hallar. El perdón vengativo, sin embargo, no es el perdón terapéutico.
El perdón terapéutico corta por lo sano, erradica, cancela y suprime el agravio como si jamás hubiese existido. El perdón terapéutico se parece a la intervención quirúrgica.


Extírpese los rencores exactamente igual que lo haría con un brazo gangrenoso

En primer término, el “agravio”, y particularmente nuestros propios sentimientos de condenación del mismo, debe ser visto como sujeto indeseable en vez de ser considerado como digno de deseo. Antes de que un hombre pueda ponerse de acuerdo consigo mismo para que le amputen un brazo, debe cesar de considerarlo como un miembro que desea retener, para pasar a verlo como miembro indeseable que está enfermo y le amenaza con la muerte.
En cuanto atañe a la cirugía facial hemos de decir que no se pueden adoptar medidas parciales cuando nos referimos a una intervención quirúrgica. Extirpamos, pues, el tejido cicatrizante completa y totalmente. Debemos hacer todo lo posible para que la herida sane nítidamente. También hemos de dirigir nuestros cuidados a la consideración de que el rostro debe restaurarse de tal modo que aparezca con cada uno de sus detalles particulares exactamente igual como era antes del accidente padecido y como si nunca hubiese sido afectado por ningún daño.


Podemos perdonar si estamos dispuestos a ello

El perdón terapéutico no es de difícil aplicación. La única dificultad consiste en asegurarse de la voluntad propia de olvidarlo todo y abandonar el sentido de la condenación, de tal modo que la voluntad llegue a cancelar totalmente la deuda sin quedarnos con reservas metales acerca de la misma.
Hallamos tan difícil perdonar acaso porque nos gusta nuestro propio sentido de la condenación. Hallamos un gozo perverso y mórbido al mimar nuestras propias heridas. En tanto podamos condenar a otro individuo habremos de sentirnos superiores al mismo.
Nadie podrá negar tampoco que forjemos cierto perverso sentimiento de satisfacción al apiadarnos de nuestras propias vidas.


Las razones que tenemos para perdonar son de suma importancia

Cuando aplicamos el perdón terapéutico cancelamos la deuda de otra persona, no porque hayamos decidido mostrarnos generosos o por hacerle a ésta un favor o porque seamos superiores moralmente a ella. Cancelamos la deuda, la proclamamos “nuda y sin efecto” no porque se la hayamos hecho “pagar” suficientemente a la otra persona sino porque hemos llegado a reconocer que la deuda no es válida por sí misma. El verdadero perdón tiene solamente lugar cuando somos capaces de ver y aceptar emocionalmente que no hay nada que perdonar por nuestra parte. En primer término, no debíamos haber condenado u odiado a la otra persona.
No hace mucho tiempo acudí a una merienda organizada por un grupo de sacerdotes. El sujeto del perdón surgió en la conversación general y en particular juzgamos el caso de la mujer adúltera a quien Jesús se lo concedió. Apliqué mis oídos a una discusión sumamente erudita que concernía al tema de por qué Jesús fue capaz de perdonar a la mujer, cómo la perdonó y por qué aquel perdón resultó a modo de reconvención hecha a los hombres de Iglesia de aquel tiempo que estaban dispuestos a apedrearla, etc.


Jesús no perdonó a la mujer adúltera

Resistí a la tentación de asombrar a aquellos caballeros señalándoles que en realidad Jesús no perdonó a la mujer en absoluto. En ninguna parte de la narración, tal como aparece en el Nuevo Testamento, se emplea la palabra “perdonar” o simplemente “perdón”, y, según recuerdo, nunca se menciona ésta. Ni tampoco se puede razonablemente deducir de los hechos tal como están presentados en la historia. Hablamos sólo de la parte en que se nos cuenta que ya se había ido los acusadores, y Jesús le pregunta a la mujer: “¿No te ha condenado ningún hombre?” Cuando ella contestó en forma negativa. Él le dijo: “Yo tampoco te condeno; vete, y no vuelvas a pecar”.
Uno no puede perdonar a la persona, al menos que haya comenzado por condenarla. Jesús nunca condenó a la mujer, luego no tenía por qué perdonarla. Él reconoció el pecado o la falta que ésta había cometido, pero no se sintió movido a condenarla a causa de ello. Él fue capaz de ver todo antes de que se produjera el hecho, lo que nosotros sólo debemos ver después del hecho o sea poner en práctica el perdón terapéutico: que todos erramos cuando odiamos a una persona a causa de sus faltas, o cuando la condenamos o la clasificamos como perteneciente a cierto tipo de individuo, y así simplemente confundimos la individualidad con la conducta; o bien, cuando mentalmente condicionamos la deuda de la otra persona a que la pague, antes de restaurarla en nuestras buenas gracias y aceptación emocional.
Ora se deba hacer esto o se pueda esperar razonablemente a hacerlo es un asunto que no compete a este libro y que además se halla fuera de mi campo de especialización. Sólo puedo decirle como médico que si usted llega a hacerlo habrá de obtener mayor felicidad, más salud y, desde luego, mayor paz mental. No obstante, me gustaría indicarle que ello es sólo el perdón terapéutico y que es el único tipo de perdón que “opera” realmente a favor de nuestra salud psíquica. Por otra parte, si el perdón es algo menos que esto, debemos también cesar de hablar acerca del mismo.


Perdone al prójimo como a sí mismo

No sólo los otros nos inflingen ofensas emocionales sino que también la mayor parte de nosotros solemos autoinflingirnoslas.
Solemos golpearnos la cabeza con autocondenas, remordimientos y lamentaciones. También solemos derrotarnos con los tormentos inherentes a la duda y herimos con excesivos sentimientos de culpabilidad.
El remordimiento y la lamentación constituye atentados contra nuestra anterior vida emocional. Mediante el excesivo sentimiento de culpabilidad tratamos de justificarnos de algo que hicimos o que pensamos haber hecho mal en nuestro pasado.
Las emociones suelen ser correctas y apropiadas cuando nos ayudan a responder o a reaccionar a alguna realidad del ambiente en que ahora vivimos. Teniendo en cuenta que no podemos vivir en el pasado, es evidente que tampoco podremos reaccionar emocionalmente a cuanto respecte a nuestra vida anterior. El pasado debe ser borrado simplemente, cerrado y olvidado en lo que concierna a las reacciones emocionales. No necesitamos adoptar “una posición emotiva”, de uno u otro modo, en cuanto se refiera a las desviaciones de la vida que hayamos experimentado en todos tiempos. Lo que sólo nos debe importar es la dirección que adoptemos en el presente así como nuestros objetivos actuales.
Desde luego, necesitamos reconocer tanto nuestros propios errores como las equivocaciones en que incurramos. De otra manera nos sería imposible corregir el curso de nuestras vidas, así como la conservación de un “rumbo” y “guía” apropiados, mas nos resultaría baldío y fatal que nos odiásemos o nos condenásemos por nuestros propios errores.


El individuo incurre en errores, mas los errores no hacen al individuo

Asimismo, al pensar en nuestras propias faltas (o en las del prójimo), nos servirá de ayuda y ello sería realista que pensásemos acerca de esto en términos de las que cometimos o no cometimos en vez de pensar en lo que ellas nos hicieron a nosotros.
Uno de los más grandes errores que podemos cometer consiste en que confundamos nuestra conducta con nuestro “ser”… para concluir que debido a cierto hecho que realizamos quedamos caracterizados como “cierta clase de persona”. Habremos de aclarar nuestras ideas si podemos ver que los errores que envuelven a algo de lo que hacemos –hacemos se refiere a hechos-, y para ser realistas debiéramos emplear los verbos en el sentido de acción inherente a los mismos en vez de emplearlos como nombres que solamente denotan en estado del ser o una descripción del mismo. Por ejemplo, al decir “yo fracasé” (forma verbal), reconocemos que hemos cometido un error, y ello nos puede ayudar a conducirnos al logro de algún éxito futuro. Más al decir “Soy un fracaso” (forma nominal), no describimos lo que hemos hecho si no lo que creemos que el error nos ha hecho a nosotros. Al emplear esta clase de lenguaje no contribuimos a un buen estudio sino que tendemos a “fijar” el error y a hacerlo permanente. Ello ha sido sumemente comprobado y demostrado en los diversos experimentos de la psicología clínica.
Al parecer, todo el mundo reconoce que los niños, cuando están aprendiendo a andar, deben caerse alguna que otra vez. Solemos decir entonces que se cayó el niño o que “perdió el equilibrio”. Nunca decimos con respecto al sujeto que es un “caedor” o “que es un mal equilibrista”.
No obstante, hay mucho padres que parecen no darse cuenta de que también todos los niños, al aprender a hablar, cometen diversos errores y se expresan sin la debida fluencia conversativa: dudas, roturas de vocablos y repeticiones de sílabas y palabras. Es común que un padre lleno de ansiedad se exprese así con respecto a su pequeño hijo: “Es un tartamudo”. Con tal actitud o juicio, que no se refiere a los actos del niño sino al niño en sí mismo, llega a influir en el chiquillo y este comienza a pensar acerca de que sí es, en efecto, un tartamudo. El proceso del aprendizaje de la lengua quedó fijo en el muchacho y éste se convierte en un tartamudo perpetuo.
El Dr. Wendell Jonson, la autoridad más notable sobre la tartamudez que existe en el país, manifiesta que esta clase de conceptos constituye la causa principal de esta enfermedad. Ha averiguado que los padres de los sujetos que no son tartamudos hállanse inclinados a emplear términos descriptivos (“El no hablaba”), mientras que los padres de los tartamudos tienden a emplear términos con juicios implícitos (“El no podía hablar”). En un artículo que escribió en el Saturday Evening Post –5 de enero de 1957), manifestaba el doctor Jonson: “Lentamente comenzamos a comprender el punto vital que había sido descuidado durante tantos siglos. Caso tras caso ha revelado, luego de haber sido diagnosticado como tartamudez, que esta enfermedad se debe a la influencia ejercida sobre el sujeto por personas supersusceptibles que no tenían conocimiento de los hechos inherentes al desarrollo de la dicción. Así, al parecer, las personas que requieren mayor instrucción y comprensión respecto a este asunto son los padres más que los propios hijos afectados por la enfermedad y los que escuchan más que los que hablan”.
El Dr. Knight Dunlap, que consagró veinte años al estudio de los hábitos, a la menera de formarlos y al modo de desprenderse de ellos y a cuanto se relaciona al conocimiento de los mismos, descubrió que el mismo principio de que el doctor Jonson nos habla más arriba podemos aplicarlo, virtualmente, a todos “los malos hábitos”, incluyendo los malos hábitos de carácter emocional. Es esencial, solía decir, que el paciente aprenda a cesar de culparse a sí mismo, a autocondenarse y a sentir remordimientos por sus malos hábitos en el caso de que quiera curárselos. Halló particularmente dañina la coclusión a que suelen llegar algunos pacientes: “Estoy destrozado”, o aquella otra, también típica, de que “no valgo para nada”, sólo a causa de que el enfermo hizo o estuvo haciendo cierta clase de actos.
Debemos, por último, tener en cuenta que el individuo comete diversos errores, pero que las faltas no forman, en absoluto, a la persona.


¿A quién gusta ser una ostra solitaria?

Déjenme decirles unas palabras finales acerca de la prevención y extirpación de los agravios emotivos. Para vivir de una manera creadora debemos permitirnos ser un poco vulnerables. También debemos mostrarnos un tanto condescendientes respecto a dejarnos ofender un poco, y, si ello fuere necesario, a cuanto respecta a la vida creadora. Mucha gente necesita tener una piel emocional más espesa y tensa que la que posee, pero sólo requiere una especie de piel delgada y flexible –a modo de epidermis emocional-, y no una concha protectora. El confiarnos demasiado, el amar, el abrirnos con exceso a todas las comunicaciones emotivas en cuanto respecta a nuestros tratos con las demás personas nos puede llevar a correr el riego de ser ofendidos. Si una vez nos sentimos agraviados, podemos adoptar una de las dos siguientes alternativas: formarnos una espesa concha protectora o tejido cicatrizante para prevenirnos de ser ofendidos otra vez viviendo como ostras solitarias y evitar toda clase de ofensas; o bien, “volver la otra mejilla” permaneciendo vulnerables a toda clase de ataques, y proseguir, sin hacer caso a las ofensas, cultivando una vida creadora.
Una ostra no se ofende nunca. Esta posee una espesa concha que protege a su cuerpo de cualquier daño. La ostra se halla siempre solitaria. La vida de la “ostra” es segura y tranquila pero no es creadora. La ostra no persigue ninguna querencia sino que espera que todo venga en su busca. La ostra no conoce los agravios de las comunicaciones emocionales con el ambiente, pero tampoco conocerá nunca las alegrías ni los goces que proporciona al sujeto el trato con la sociedad.


El “maquillaje emocional” le hará verse y sentirse más joven

Procure hacerse “un maquillaje espiritual”. Esta expresión encierra en sí algo más que un simple juego de palabras: abre ante el individuo una perspectiva de vida mucho más amplia proporcionándole mayor vitalidad ya que este “maquillaje espiritual” se compone del material más efectivo de que está hecha la juventud. Mediante éste el sujeto se sentirá más joven y, en realidad, tendrá también un aspecto más juvenil. Más de una vez he visto a un hombre o a una mujer que aparentemente se ha hecho cinco o diez años más joven cuando ha logrado extirparse las viejas cicatrices emocionales. Mire en su derredor. ¿Quiénes son las personas que conoce mayores de cuarenta años, que poseen aspecto más juvenil? ¿El gruñón? ¿El resentido? ¿El pesimista? ¿Los que están amargados de la vida, o los alegres, los optimistas, los sujetos que siempre están llenos de buen humor?
Cuando el sujeto se encuentra cargado de envidia o rencores contra alguien o contra la vida misma, crece desproporcionadamente en años igual que si llevara constantemente una pesada carga sobre sus hombros. Los individuos a quienes afectan las cicatrices emocionales, las envidias y otros rencores de la misma clase, viven en el pasado lo cual constituye la más importante característica de la vejez. La actitud y espíritu juveniles que arrancan las arrugas del alma lo mismo que las del rostro y llenan los ojos de chispas luminosas, miran hacia el futuro y sienten grande curiosidad hacia todo lo que esperan debe producirse en el porvenir.
Así, pues, ¿por qué no hemos de someternos a la experiencia de un “maquillaje espiritual”? Para ello, la actitud del individuo debe consistir en procurarse un alivio o reposo completo en cuanto atañe a las tensiones nerviosas con el objeto de prevenir las cicatrices y poner en práctica “el perdón terapéutico” mediante el que se pueden extirpar las viejas cicatrices procurándose, al mismo tiempo, una piel flexible que carezca de dureza, o sea, una epidermis –en vez de una concha- que no le impida el desarrollo de una vida creadora junto al deseo simultáneo de ser un poco vulnerable y autoformarse un sentimiento de nostalgia por el futuro el lugar de autoformárselo por el pasado.

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