viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo VII


Capítulo Séptimo

Usted puede adquirir el hábito de la felicidad


En este Capítulo deseo hablar con ustedes respecto al sujeto de la felicidad, no desde un punto de vista filosófico sino médico. El Dr. John A. Schindler define la felicidad como: “Un estado de la mente en el cual nuestro pensamiento goza de una buena parte del tiempo”. Desde el punto de vista médico, así como desde el punto de vista ético, no creo que esta simple definición pueda ser ulteriormente superada. Ello es, pues, de lo que vamos a hablar en el presente Capítulo.


La felicidad es una buena medicina

La felicidad se genera en la mente humana y en su maquinaria psíquica. Pensamos, nos conducimos y sentimos mejor y estamos más sanos cuando somos felices. Inclusive nuestros órganos sensoriales fisiológicos funcionan mejor. El psicólogo ruso K. Kekcheyev experimentó con algunos individuos cuando estaban pensando ideas agradables y desagradables. Halló que cuando pensaban en ideas agradables veían mejor, tenían mejor sentido del gusto y del olfato y oían también de una manera superior, e incluso descubrían al tacto las cosas menos perceptibles. El Dr. William Bates comprobó que el sentido de la visualización mejora inmediatamente cuando el individuo está pensando en cosas agradables a viendo escenas que le complacen. Asimismo, Margaret Corbett ha hallado que la menoría mejora extraordinariamente y que la mente se libera de tensiones cuando el sujeto piensa en asuntos que son de su agrado. La medicina psicosomática ha demostrado, por otra parte, que nuestro estómago, hígado, corazón y todos los demás órganos interiores funcionan mejor cuando nos sentimos felices. Hace millares de años el rey Salomón decía en sus Proverbios: “Un corazón alegre nos hace tanto bien como una medicina, mientras un espíritu quebrantado nos seca hasta los huesos”. Es significativo, también, que lo mismo el judaísmo que el cristianismo, prescriben la alegría, el contentamiento, el agrado y la satisfacción como verdaderos medios para la consecución de una buena vida.
Los psicólogos de Harvard estudiaron la relación existente entre la criminalidad y los estados de felicidad, concluyendo que el viejo proverbio holandés que decía: “Las gentes felices no son nunca miserables” expresaba una verdad realmente científica. Hallaron que la mayoría de los criminales procedían de hogares desdichados y tenían una desgraciada historia en cuanto respecta a las relaciones humanas. Un estudio sobre la frustración, que se hizo en la Universidad de Yale durante un período de diez años, indicaba que la mayor parte de los casos que calificamos de inmorales y de hostilidad manifiesta respecto a los otros, se originan en nuestros propios estados de infelicidad. El doctor Schindler ha manifestado que la infelicidad es la sola causa de todas las enfermedades psíquicas y que la obtención de la dicha constituye el único medio posible de curación de las mismas. La propia palabra disease –enfermedad, en inglés- significa “estado de infelicidad” –también en inglés-: Dis-ease. Una encuesta reciente ha demostrado que los hombres de negocios “que miran al lado brillante de las cosas” obtienen en sus empresas mucho mayor éxito que los pesimistas.
Parece ser, pues, que el sentido popular acerca de la felicidad se las ha arreglado de manera de conseguir la carreta antes del caballo. “Sé bueno –decimos-, y serás feliz”. “Sería feliz –solemos decir-, si obtuviésemos éxito y salud”. “Se bueno y ama a los demás, y obtendrás la felicidad”. Ello estaría más próximo a la verdad si dijésemos: “Se feliz, y serás bueno, tendrás más éxito en la vida, serás más sano y observarás mayor caridad hacia tu prójimo”.


Conceptos comunes equivocados acerca de la felicidad

La felicidad no es algo que se gana o se merece. La felicidad no es tampoco un proceso moral, lo mismo que la circulación de la sangre no constituye, en ninguna medida, una proceso de carácter ético. Sin embargo, tanto la felicidad como la circulación de la sangre son necesarias para mantener la salud y el bienestar. La felicidad constituye simplemente “un estado mental en el cual nuestro pensamiento funciona con agradabilidad la mayor parte del tiempo.” Si usted espera hasta que merezca pensar en ideas complacientes, se hallará inclinado a elaborar malas ideas acerca de su propia indignidad. “La felicidad no constituye la recompensa de la virtud –decía Spinoza-, sino que es la virtud en sí misma; no nos deleitamos en el estado feliz porque retengamos nuestros vehementes deseos, sino, al contrario, nos deleitamos en la felicidad, porque, a causa de ella, somos capaces de refrenar aquéllos”. (Spinoza, ETICA).


El propósito de la felicidad no denota egoísmo

Muchas personas sinceras se desaniman al tratar de buscar la felicidad porque sienten que esa búsqueda constituiría una tendencia egoísta y moralmente detestable. La carencia de egoísmo no sólo no hace nada para la obtención de la felicidad, sino que, al inclinarnos a la introversión nos insta a que nos fijemos en nuestros defectos, pecados y dificultades (ideas desagradables), o a enorgullecernos de nuestra “bondad”, y todo ello nos impide expresarnos de una manera creadora, así como satisfacernos de la ayuda que proporcionemos al prójimo. Una de las ideas más agradables para cualquier ser humano consiste en pensar que se es necesario a alguien y que somos lo suficientemente importantes y competentes para ayudar a ser felices a otros sujetos. Sin embargo, si nos forjamos un compromiso moral con respecto a la felicidad y concebimos ésta como algo que debe ser ganado o como una especie de recompensa por habernos mostrado generosos, en ese caso, es probable que nos sintamos culpables del deseo de ser felices. La felicidad se produce por ser generosos y actuar generosamente –como complemento natural al “ser” y al “comportamiento”, y no como producto de un precio calculadamente elevado. Si somos recompensados por comportarnos sin egoísmo y ser “inegoístas”, el lógico paso siguiente consistirá en suponer que cuanto más abnegado y capaces de sufrimiento nos hagamos, más felices seremos. Esta premisa nos conduciría a la absurda conclusión que el camino para ser felices consiste en “ser infelices”.
Si existe en ello algún proceso moral, éste hallaríase sin duda más inclinado a la felicidad que a la desgracia. “La actitud de la infelicidad no es sólo dolorosa sino que también posee algo que repugnante –dice William James-. ¿Qué puede ser más envilecedor e indigno que el mostrar rasgos serviles, ser gimoteador y mendigante, no importa qué males superficiales hayan engendrado estos vicios y defectos? ¿Qué ofende más al prójimo? ¿Qué es lo que menos ayuda a salir de una dificultad? Esto sólo acelera el proceso de la dificultad y perpetúa lo que la ocasionó, aumentando el mal total de la situación creada”.


La felicidad no debe concebirse en el futuro, sino que debemos hallarla en el presente

“No vivimos nunca, sino solamente estamos a la expectativa de poder vivir; mirando siempre hacia delante, para hallar la felicidad en el futuro, es inevitable que nunca vivamos felizmente”, decía Pascal.
He hallado entre mis pacientes que una de las causas más comunes de la infelicidad consiste en que a veces intentamos vivir la vida constriñéndola a un plan de pago retardado. Las personas sometidas a tal disposición no viven ni gozan de la vida ahora, sino que esperan, para vivirla, algún acontecimiento o suceso ulteriores. Serán felices cuando lleguen a casarse, consigan mejor empleo o hayan pagado la casa; cuando los niños hayan salido del colegio, hayan cumplido alguna tarea prefijada u obtenido una victoria. Siempre, pues, estarán desilusionadas. La felicidad es un hábito mental, una actitud también mental y si no aprendemos esto y no lo practicamos en el presente nunca llegaremos a experimentarla. La felicidad no puede depender de la solución de un problema externo. Cuando solucionamos un problema aparece otro para ocupar el puesto anterior. La vida constituye una serie de problemas. Si usted va a ser feliz del todo, debe ser dichoso. ¡Punto! Nunca obtendrá la felicidad “a causa de”.
“He reinado hasta ahora –escribió el Califa Abderramán-, en victoria o en paz, alrededor de cincuenta años; fui amado por mis súbditos, soñado por mis enemigos y mis aliados me respetan. Riquezas y honores, poder y placer aguardan mi llamada, parece ser que cada una de las bendiciones terrenales hayan sido evocadas para que concurriesen a mi felicidad. En esta situación conté diligentemente los días de dicha pura que me han caído en suerte: sólo llegan a catorce”.


La felicidad es un hábito mental que podemos cultivar y debemos desarrollar

“La mayoría de los individuos son tan felices como quieren serlo mentalmente”, decía Abraham Lincoln.
“La felicidad es un estado de ánimo puramente interno –dice el psicólogo Dr. Matthew N. Chappel-. Se produce no por los objetos, sino por la idea, los pensamientos y las actividades que pueden desarrollarse y formarse por la propia actividad de los individuos, no importa el ambiente en que éstos se hallen”.
Nadie más que un santo puede ser feliz el ciento por ciento del tiempo. Y, como George Bernard Shaw dice bromeando, todos seríamos unos indigentes si nos consagrásemos a un estado de continua santidad. Pero podremos, meditando en ello y haciendo una simple decisión, ser felices y pensar en cosas agradables la mayor parte del tiempo al observar que multitud de acontecimientos y circunstancias de la vida diaria son las que nos convierten realmente en seres desgraciados. En gran parte, solemos reaccionar a los pequeños y despreciables disgustos, a las frustraciones y cosas parecidas, con insatisfacción, resentimiento e irritabilidad, sobre todo, por no tener el hábito de reaccionar de manera distinta. Hemos practicado durante tanto tiempo el reaccionar de ese modo que el mismo se nos ha hecho habitual. Muchas de estas desgraciadas reacciones habituales fueron producidas por algún acontecimiento que interpretamos como un golpe dirigido a nuestra autoestimación: un conductor que nos toca su bocina innecesariamente; alguien que nos interrumpe y no pone atención a lo que estamos hablando; este otro individuo que no viene a nuestro encuentro como habíamos pensado que lo haría. Inclusive, podemos interpretar algunos acontecimientos de carácter impersonal, y hacernos reaccionar a ellos, como si hubiesen sido meras afrentas infligidas a nuestro sentimiento de autoestimación. Por ejemplo: el autobús que intentábamos tomar llega demasiado tarde; ha estado lloviendo precisamente cuando queríamos ir a jugar al golf; el tráfico se halla interrumpido en el preciso momento en que teníamos que ir a tomar un avión. Reaccionamos, entonces, con ira, resentimiento y autopiedad, es decir con actitudes de infelicidad.


Cese de dedicarse a los asuntos que le hagan caminar confuso alrededor de lo que verdaderamente tiene que hacer

El mejor procedimiento que he logrado hallar para combatir esta clase de cosas consiste en el empleo de la propia arma de la infelicidad, esto es, el sentimiento de la autoestimación. “¿Ha presenciado alguna vez un espectáculo de T.V., tratando de observar cómo dirige el auditorio el maestro de ceremonias? –le pregunté a un paciente-. Nos hace una seña que quiere decir ‘aplaudan’, y todo el mundo aplaude, entonces. Nos hace otra que quiere decir ‘rían’, y todo el mundo ríe. Los espectadores actúan como corderos, como si fueran esclavos, y reaccionan exactamente lo mismo como se les dice que deben reaccionar. Usted sigue un comportamiento idéntico. Deja que pasen los acontecimientos por delante de sus narices, y otra persona le dicta el modo cómo debe sentirse y cómo debe reaccionar. Se comporta como un esclavo obediente, y obedece cómo una circunstancia u otro acontecimiento le indica que debe hacerlo: ‘enfádese’, ‘llénese de ira’ o ‘ahora es el momento de que se sienta infeliz’.
En el momento en que aprenda el hábito de la felicidad, usted se convertirá en un patrón, en vez de transformarse en un esclavo, o, como dijo Robert Louis Stevenson: “El hábito de ser felices nos hace liberar, o nos libera, en la mayor parte, de la dominación de las circunstancias y condiciones superficiales circunstanciales”.


Su opinión puede sumarse a los acontecimientos desgraciados

El acontecimiento envuelto en las condiciones más trágicas, así como también el más adverso de los ambientes, podemos, con frecuencia, transformarlos en más felices –cuando no completamente felices-, si no le añadimos a la desgracia nuestros propios sentimientos de autoconmiseración, resentimiento y propias opiniones adversivas.
“¿Cómo podría ser feliz?” –me demandó la esposa de un alcohólico-. “No lo sé –le dije-, pero usted podría alcanzar un mayor grado de felicidad si se resuelve a no añadirle sentimientos de autoconmiseración y resentimientos a las desgraciadas circunstancias que la cercan”.
“¿Cómo puede ser posible que alcance yo la felicidad? –me preguntó un hombre de negocios-. Acabo de perder doscientos mil dólares en el mercado. Estoy arruinado y me hallo hundido en la más honda desgracia”.
“Usted puede ser más feliz –le dije-, si procura no añadir su propia opinión a los hechos incontrovertibles. Es un hecho que usted ha perdido doscientos mil dólares. Entonces, usted opina que se halla arruinado y en la desgracia”.
Le sugerí, entonces, que tratase de memorizar un dicho de Epicteto, el cual ha sido siempre uno de mis aforismos favoritos: “Los hombres se inquietan y perturban –decía el sabio-, no por las cosas que acontecen, sino por la opinión que tienen respecto a las cosas que les ocurren”.
Cuando anuncié que quería hacerme médico, se me dijo que eso no podría ser, porque mi familia carecía de dinero. Era un hecho que mi madre no poseía recursos monetarios. Constituía, pues, solamente una opinión la idea de que yo no podría hacerme nunca médico. Más tarde se me dijo que nunca podría hacer cursos de especialización en Alemania, y que sería imposible para un joven cirujano plástico pender su propia muestra de consultorio e ir a establecerse por sí mismo en Nueva York. Sin embargo, hice todas estas cosas, y, precisamente, uno de los argumentos que más me ayudó a ello consistió en recordarme a mí mismo que todos estos “imposibles” constituían meras opiniones y no hechos. No sólo me las arreglé para alcanzar mis objetivos, sino que llegué a sentirme feliz en el proceso de estas consecuciones, incluso cuando tuve que empeñar mi abrigo, para adquirir libros de medicina, ahorrándome los buenos menús y haciendo comidas miserables, con el objeto de adquirir cadáveres para mis estudios y prácticas. Además,  estaba enamorado de una hermosa muchacha. Ella casó con otro. Estos eran hechos verdaderos. Llegué a considerar que todo ello constituía una mera opinión; que, en realidad, en hecho no era una catástrofe y que no había que tomarlo como si la vida no valiera la pena de vivirla. No sólo superé la desdicha, sino que logré transformarla en una de las circunstancias más felices que jamás me hayan acontecido.


Actitud para el logro de la felicidad

Hemos señalado anteriormente que ya que el hombre es un sujeto perseguidor de objetivos, funciona normal y naturalmente cuando se dirige a la consecución de alguna meta positiva y lucha por alcanzar un fin deseable. La felicidad constituye un síntoma de funcionamiento normal y natural, y cuando el hombre opera como perseguidor de objetivos, entonces tiende a sentirse completamente feliz cualesquiera que sean las circunstancias en que se halle. Mi joven amigo, ejecutivo de negocios, se sentía sumamente desdichado por haber perdido doscientos mil dólares. Thomas A. Edison perdió en un incendio un laboratorio que valía millones de dólares, el cual, además, no lo tenía asegurado. “¿Qué hará usted en el mundo?” –le preguntó alguien-. “Comenzaremos a reconstruirlo mañana por la mañana” –respondiole Edison-. Continuaba, pues, manteniendo una actitud agresiva, aún persistía, a pesar de las desgracias, en la persecución de sus objetivos. Precisamente porque continuó manteniendo esa agresiva actitud de “buscador de metas”, tuvo la buena suerte de no haberse sentido nunca infeliz a causa de la pérdida.
El psicólogo H.L. Hollingworth ha dicho que la felicidad requiere la presencia de problemas más la actitud mental que nos prepare a enfrentarnos a los desastres, mediante la acción que ha de conducirnos a solucionarlos.
“La mayor parte de nuestro concepto con respecto a lo que solemos llamar el mal, es debida al modo con que los hombres suelen apreciar los fenómenos psíquicos –decía William James-, éstos pueden ser convertidos, con frecuencia, en un buen tónico, mediante un simple cambio que se opere en la actitud interna del paciente, transformando ésta de temerosa a combativa; los remordimientos pueden obligarnos a apartarnos de nuestra senda, y volver al gusto, cuando, luego de haber tratado de hundirnos vanamente, llegamos a la determinación de enfrentarnos a ellos y conducirnos con alegría. Un hombre es simplemente herido en el honor a causa de la reverencia que profesa a muchos de los hechos que, al principio, parece perturbarle la tranquilidad al tratar de adoptar este modo de escape. Rehuse admitir el concepto de maldad que tenga con respecto a su persona; desdeñe la fuerza del mismo; ignore su presencia; vuelva su atención hacia la cosa opuesta, y, en tanto usted se interese en ello, en cualquier grado, aunque los hechos puedan existir todavía, el mal carácter de los mismos no existirá por más tiempo. Ya que usted hace a los hechos buenos o malos, por sus propias ideas acerca de ellos, es sólo la dirección de sus pensamientos la que demuestra ser su principal incumbencia”. (William James, The Varieties of Religious Experience, New York, Longmans, Green & Co.)
Al examinar mi vida pasada, puedo ver que algunos de mis años más felices fueron aquellos en que luchaba denodadamente, para ganarme la vida, al mismo tiempo en que estudiaba medicina, exactamente igual que durante mis primeros días de práctica profesional. Muchas veces estuve hambriento. Padecí frío andaba mal vestido. Trabajé con dureza un mínimo de doce horas al día. Muchas veces, de mes a mes, no sabía de dónde me iría a venir el dinero para poder pagar la renta. Mas tenía que llegar a una meta. Sentía un deseo tremendo de alcanzarla y manifesté una decidida persistencia que me hizo seguir trabajando hasta llegar a obtenerla.
Relaté todo esto al joven ejecutivo de negocios y le sugerí que la causa real de su sentimiento de infelicidad no consistía en que hubiera perdido 200,000 dólares sino en que se había desviado de su meta; había perdido para decirlo con pocas palabras, la actitud agresiva y estaba comportándose en forma pasiva en vez de hacerlo activamente.
“Debo haber estado loco –me dijo más tarde-, por dejarle convencerme que la pérdida del dinero no era lo que me hacía desgraciado, pero le estoy tremendamente agradecido porque lo haya hecho así”. Cesó de lamentarse acerca de su desgracia, “enfrentose a ella”, se puso a perseguir otro objetivo y comenzó a trabajar para llegar a conseguirlo. A los cinco años, no sólo tenía más dinero que en cualquier otro momento anterior de su vida, sino que, por primera vez, dedicose a un negocio de su completa satisfacción y gusto.
Ejercicio práctico: Fórmese el hábito de reaccionar agresiva y positivamente –respecto a las amenazas y los problemas con que haya de enfrentarse. Fórmese el hábito de hallarse constantemente orientado a la consecución de un objetivo, sin cuidarse de lo que le acontezca. Haga ello practicando una actitud positiva de agresión, adaptándose a las diversas situaciones de cada día, tanto en la realidad como imaginativamente. Véase en su imaginación adoptando una actitud positiva e inteligente para solucionar un problema o alcanzar un objetivo. Véase reaccionando ante las amenazas sin rehuírlas o evadirse de ellas, sino enfrentándose a las mismas, tratándolas y dirigiéndolas de una manera inteligente y agresiva. “La mayoría de los individuos se muestran solamente valientes con respecto a los peligros a que están acostumbrados, ya sea en la imaginación o en la práctica de la vida real”, dijo Bulwer-Lytton, el célebre novelista inglés.


Practique sistemáticamente “la sana elaboración de pensamientos”

“La medida de la salud mental consiste en la disposición de hallarse bien en cualquier lugar”, expresó nuestro más famoso moralista Ralph Waldo Emerson.
La idea de que la felicidad, o permanecer pensando en ideas agradables la mayor parte del tiempo, pueda ser cultivada deliberada y sistemáticamente, de una manera más o menos fría, en la práctica asombra a muchos de mis pacientes, y este asombro les obliga a concebirla, como increíble, si no burlesca, cuando se les llega a sugerir por primera vez. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que no sólo se puede hacer esto, sino que es además el único modo en que podemos cultivar el hábito de la felicidad. En primer lugar, la felicidad no es algo que le acontezca. Es algo que usted se produce a sí mismo o se determina a hacer. Si espera que la felicidad llegue a usted de un solo golpe, o que se le presente de pronto, o se la traigan otras personas, tendrá posiblemente que esperar un largo rato. Nadie puede decidir lo que sus propias ideas harán de sí mismo. Si espera hasta que las circunstancias vayan a justificarle el pensar en ideas agradables, tendrá seguramente que esperar toda una eternidad. Cada día se nos presenta con una mezcla de bien y de mal; no existe un solo día o circunstancia que sea bueno en un ciento por ciento. El mundo aparece lleno de elementos y “hechos” que influyen a todas horas en nuestras vidas personales, los cuales “justifican” un estado de ánimo malhumorado y pesimista, o bien otro optimista y feliz, circunstancias que superan nuestras capacidades de selección. Esto depende, pues, de nuestra propia selección, de la atención que le dediquemos y de la decisión que hayamos de tomar al respecto. No tiene nada que ver con nuestra honestidad o carencia de honradez intelectuales. El bien es tan “real” como el mal. Todo dependerá, pues, del asunto que seleccionemos para concederle nuestra mayor atención y de las ideas que mantengamos en mente.
La selección deliberada de pensar en ideas agradables es más que un paliativo. Con esta disposición podremos obtener resultados prácticos. Carl Erskine, el famoso pitcher de béisbol, ha dicho que el pensar mal le hace cometer más faltas que el lanzar mal la pelota: “Un solo sermón me ayudó más a superar mejor la presión que las circustancias, que los consejos de cualquier coach. La idea del mismo es muy parecida a la que presenta una ardilla al guardar las nueces; también nosotros deberíamos almacenar en nuestras memorias los diversos momentos de felicidad y de triunfo que hayamos vivido, de tal forma que en una crisis podamos evocar estos recuerdos para que nos sirvan de ayuda e inspiración. Cuando era niño, solía pescar en la ribera de un arroyuelo que corría precisamente al lado de mi casa del pueblo. Puedo recordar vívidamente este lugar, el cual se hallaba en el centro de un gran prado verde rodeado por altos y frescos árboles. En cualquier momento en que suelo sentirme lleno de tensiones por algo, ya sea dentro o fuera del campo de juego, concentro mi memoria en esta descansada escena y, en seguida, se me sueltan y liberan los nervios”. (Norman Vincent Peale, ed., Faith Made Them Champions, Englewood Cliffs, N.J.,Prestice-Hall, 1954).
Gene Tunney nos da cuenta de la manera como se concentró en unos cuantos hechos falsos que casi le hicieron perder su primera pelea con Jack Dempsey. Cierta noche despertó presa de una pesadilla. “La visión era de mi misma persona, y apariencia sangrante, aporreado e inválido, hundido en la lona, en donde seguía después de que me hubiesen terminado la cuenta. No podía cesar de temblar. Allí mismo había perdido ese combate del cual esperaba tanto: el campeonato…
¿Qué podía hacer acerca de este terror? Podía adivinar la causa. Había estado pensando de un modo falso acerca del combate. Había leído los periódicos, y todo lo que decían era el cómo y el porqué Tunney iba a perder la pelea. A través de los diarios ya estaba perdiendo el combate en mi propia mente.
“Parte de la solución consistía en algo obvio: cesar de leer periódicos; dejar de pensar en la amenaza de Dempsey, en su punch asesino y en la ferocidad de su ataque. Simplemente, tenía que cerrar las puertas de mi mente a las ideas destructivas y entretener mis ideaciones con otras cosas”.


El agente de ventas que necesitaba una intervención quirúrgica en sus pensamientos más que en su nariz

Un joven agente de ventas se decidió a abandonar su empleo cuando me consultó acerca de la necesidad de hacerse una operación en la nariz. Su nariz era un poco más grande de lo normal, pero no “repulsiva” como el interesado sostenía. Sentía que sus posibles clientes reíanse secretamente de su nariz o que sentían repulsión hacia él a causa de ésta. Era un “hecho” que poseía una nariz grande. Era también un “hecho que tres clientes le habían llamado para quejarse del rudo y hostil comportamiento que había observado con respecto a ellos. Era, así mismo, un hecho que su jefe le había puesto en plan de prueba y que él no había ejecutado una sola venta durante dos largas semanas. En lugar de someterse a una operación de la nariz, le sugerí que debiera prestarse a que le operasen “su manera de pensar”. En el plazo de unos treinta días se le extirparían todas estas ideas negativas. Hallábase en completa ignorancia respecto a todos los “hechos” negativos y desagradables de su situación, y deliberadamente enfocó la atención en los pensamientos que le complacían. Al final de los treinta días, no sólo se sintió mejor, sino halló que tanto los clientes en prospecto como los clientes efectivos observaban mejores relaciones amistosas hacia él, sus ventas aumentaron progresivamente y el propio jefe le llegó a felicitar públicamente en una reunión de ventas.


Un científico comprueba la teoría de la ideación positiva

El Dr. Elwood Worcester, en el libro Body, Mind and Spirit, relata el testimonio de un científico de fama mundial:
“Hasta cumplir los cincuenta años fui un hombre infeliz y sin valor. Ninguno de los trabajos en que se asienta mi reputación había sido publicado aún… Vivía con una sensación constante de melancolía y de fracaso. Quizás mi síntoma más doloroso era el que consistía en un ciego dolor de cabeza, el cual solía padecer dos días a la semana y, en este lapso, no podía hacer absolutamente nada.
“Había leído algunos libros concernientes al Nuevo pensamiento, los que, por aquel tiempo, parecían ser demasiado ampulosos; también leí algunos artículos de William James respecto a la dirección de la atención hacia lo que es bueno y útil tratando de ignorar el resto. Una de las expresiones deslumbró mi mente: ‘Tenemos que vencer nuestra filosofía del mal, ¿mas qué significa este esfuerzo en comparación de poder ganar toda una vida de bondad?’, u otras palabras que conducían a este efecto. Hasta aquí todas estas doctrinas habíanme parecido simples teorías místicas, mas al observar que tenía el alma enferma y se me estaba poniendo peor y que mi vida me resultaba ya intolerable, decidí ponerlas a prueba… Me decidí, entonces, a limitar el período del esfuerzo consciente a sólo un mes, ya que pensé que este tiempo sería lo suficientemente largo para comprobar su valor o su carencia de validez con respecto a mi persona. Durante ese mismo mes resolví imponer ciertas restricciones a mis pensamientos. Si pensaba en el pasado, trataba que mi mente se fijara en los incidentes más felices y agradables, en los brillantes días de mi infancia, en la inspiración de mis maestros y en la lenta revelación de mi vida de trabajo. Al pensar en el presente, procuraba, de manera deliberada, volver mi atención a los elementos deseables del mismo, a mi casa, a las oportunidades que la soledad me prestaba para trabajar, etc., y, entonces, resolví hacer el mayor uso posible de todas estas oportunidades, así como ignorar los hechos que parecían no conducirme a nada. Al pensar en el futuro, determiné observar cada una de las ambiciones y valores posibles con que podría contar a mi alcance. Aunque por aquel tiempo me parecía ridículo este plan, observé, sin embargo, que el único defecto del mismo consistió en que lo apunté a una meta demasiado baja, que no incluía suficientemente cuanto yo deseaba conseguir.
El científico prosigue narrándonos cómo cesaron sus dolores de cabeza en el transcurso de una semana y cómo empezó a sentirse más feliz y mejor que en cualquier otra época de su vida. He aquí lo que continúa diciéndonos:
“Los cambios externos de mi vida, que resultaron de la transformación de mi manera de pensar, me sorprendieron más que los cambios internos, aunque éstos fueron producidos por los anteriores. Hubo ciertos hombres eminentes, por ejemplo, a quienes debo profundo reconocimiento. El más destacado de ellos me escribió invitándome a hacerme su asistente. Mis trabajos fueron publicados y, además, ha sido creada una fundación para publicar todo lo que yo pueda escribir en el futuro. Los hombres con quienes he trabajado se han mostrado sumamente cooperadores respecto a mí, principalmente en cuanto se refiere a la transformación de mi carácter. Anteriormente, no me hubiesen podido soportar… Cuando torno a mirar hacia todas estas transformaciones retrospectivas, me parece que, en algún momento, tropecé casualmente, en un camino oscuro, con un nuevo corredor, el cual puso a trabajar en mi favor las mismas energías que antes había operado contra mí”. (Elwood Worcester and Samuel McComb, Body, Mind and Spirit, New York, Charles Scribner’s Sons).


Cómo empleó un inventor “las ideas felices”

El profesor Elmer Gates, de la Smithsonian Institution, ha sido uno de los inventores más importantes que alguna vez haya conocido este país y, así mismo, uno de nuestros genios que han merecido mayores reconocimientos universales. Pues bien; éste solía hacer a diario una práctica de “evocación” de ideas y de recuerdos agradables”, y tenía la firme convicción de que esto le ayudaba en sus labores. Si un individuo trataba de mejorar sus propias disposiciones personales, él solía decir: “Dejémoslas que exciten los mejores sentimientos de benevolencia y utilidad que pueden ser evocados y llevados a la práctica solamente de vez en cuando. Dejémoslas que hagan de ellas un ejercicio ordinario como el levantamiento de pesas. Dejémoslas que aumenten gradualmente el tiempo dedicado a esta gimnasia psíquica, y, a finales de primer mes, hallará en sí mismo transformaciones sorprendentes. La alteración de sus actos e ideas será notable. Hablando moralmente, el hombre experimentará una mejoría extraordinaria con respecto a su ser interno anterior”.


Como aprender a adquirir el hábito de la felicidad

Nuestra autoimagen y hábitos tienden a guardar estrecha relación entre sí. Transforme aquella, y éstos habrán de experimentar un cambio automático. El vocablo “hábito” posee el sentir original de adorno o vestido. Todavía hablamos de “vestir los hábitos” cuando nos referimos a ciertas prendas del vestuario humano. Esta expresión nos proporciona una comprensión más profunda acerca de la verdadera naturaleza del hábito. Los hábitos son, pues, literalmente las prendas que usamos para revestir nuestras personalidades. No son accidentales o circunstanciales. Los tenemos porque se acomodan a nuestras personas. Participan de nuestra autoimagen y de nuestra completa forma de la personalidad. Cuando consciente y deliberadamente desarrollamos mejores y nuevos hábitos, nuestra autoimagen tiende a abandonar los viejos hábitos y a desarrollarlos dentro de la transformación que experimenta nuestra nueva personalidad.
Puedo ve diversos pacientes haciendo gestos exagerados cuando les menciono la transformación de las normas habituales de la conducta, o, por otra parte, exagerando las normas del nuevo comportamiento hasta lograr que éstas devengan automáticas. Estos confunden los “hábitos” con la “sumisión” a las sugerencias. La sumisión es algo a que el individuo se siente compelido causándole severos síntomas de retirada. El tratamiento de la sumisión está más allá de los alcances de este libro.
Los hábitos, por otra parte, constituyen meras reacciones y respuestas que hemos aprendido a ejecutar automáticamente sin tener que pensarlas o decidirlas. Son ejecutados por nuestro mecanismo de la creación.
Todo un noventa y cinco por ciento de nuestra conducta, sentimientos y reacciones es habitual.
El pianista no decide qué teclas debe golpear. El bailarín no decide qué pie ha de mover. La reacción es automática y no pensada.
Del mismo modo nuestras actitudes, emociones y creencias tienden a hacerse habituales. En el pasado aprendimos que ciertas actitudes, así como ciertos modos de sentir y de pensar fueron “apropiados” con respecto a ciertas situaciones. Ahora tendemos a pensar, sentir y actuar del mismo modo en donde quiera que encontremos lo que interpretamos como “la misma clase de situación”.
Lo que necesitamos comprender es que estos hábitos, a diferencia de las sumisiones, pueden ser modificados, transformados o revertidos, solamente tomándonos el trabajo de hacer una decisión consciente y luego mediante la práctica de la nueva forma de responder o la nueva conducta. El pianista puede decidir conscientemente golpear a otra tecla si así lo prefiere. El bailarín puede conscientemente decidirse a aprender un nuevo paso de danza, y ello no se manifestará ningún sentimiento de ansiedad. Ello sólo requiere constante observación y práctica hasta que el modelo de la nueva conducta haya sido profundamente aprendido.


EJERCICIO PRACTICO

Habitualmente, usted se pone primero ya sea el zapato del pie derecho o el del pie izquierdo. Habitualmente, se ata los zapatos ya sea pasando el cordón desde la mano derecha a la mano izquierda o viceversa. Mañana por la mañana determine qué zapato debe ponerse primero y cómo va a atárselos. Ahora, decida que por los siguientes veintiún días va a tratar de formarse un nuevo hábito poniéndose primero el otro zapato y va a atárselos de diferente manera. Ahora, cada mañana cuando se haya decidido a ponerse los zapatos de una manera determinada, deje que este simple acto le sirva como un recuerdo para transformarse otros modos habituales del pensamiento, de la conducta y del sentimiento a través de un día. Dígase en tanto se ata los zapatos: “Voy a comenzar el día comportándome de un modo nuevo y mejor”. Luego, decida conscientemente que durante todo el día:

1.            Estaré tan alegre y contento como me sea posible.
2.           Voy a tratar de sentir y comportarme un poco más amistosamente con respecto al prójimo.
3.            Voy a ser un poco menos crítico y un poco más tolerante con respecto a las faltas, las equivocaciones y los errores de las otras personas. Trataré de hacer la mejor interpretación posible de sus acciones.
4.       En tanto me sea posible voy a comportarme como si el éxito fuera seguro y que ya poseo la clase de personalidad que quisiera tener. Voy a practicar “el comportarme así” y “el sentir así” de esta nueva personalidad.
5.            No voy a permitirme una opinión propia, ya sea de modo negativo o positivo, con respecto al color de los hechos.
6.                 Voy a practicar el sonreír tres veces al día por lo menos.
7.                    Independientemente de lo que acontezca, voy a tratar de reaccionar en forma tan calmada e inteligente como me sea posible.
8.                     Trataré de ignorar completamente, y así mismo trataré de cerrar la mente a todos esos “hechos” pesimistas y negativos que no pueda cambiarlos en absoluto.

¿Es simple todo esto? Sí. Pero cada uno de los modos habituales de comportarse arriba mencionados, como también de sentir y de pensar tendrán una influencia benéfica y constructiva con respecto a su propia autoimagen. Trate de practicarlas durante veintiún días seguidos. “Experiméntelas” y observe si las preocupaciones, los sentimientos de culpabilidad y hostilidad no han disminuido y si la confianza no le ha ido en aumento.

No hay comentarios: