viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo V


Capítulo Quinto

Cómo aplicar la fuerza del pensamiento racional


Muchos de mis pacientes llegan francamente a desilusionarse cuando les prescribo algo tan simple como lo es la aplicación de la fuerza de la razón, que Dios les dio, como método que ha de ayudarles a transformar sus creencias negativas y su conducta. A algunos todo ello les parece demasiado candoroso y carente de principios científicos. Sin embargo, esto tiene una ventaja: funciona y alcanza objetivos. Luego hemos de ver, también, que el sistema que propongo se halla basado en rigurosos descubrimientos de la ciencia.
Existe, además, una falacia ampliamente extendida, según la cual el proceso del pensamiento lógico y racional no ejerce influencia alguna ni tampoco tiene poder sobre los procesos inconscientes o los diversos mecanismos mentales, y que, para transformar las creencias negativas, los sentimientos o la conducta del hombre, es necesario “cavar” en el inconsciente y extraer el material, que allí yace, hasta la superficie o conciencia.
El mecanismo automático –que los freudianos llaman el inconsciente-, es absolutamente impersonal. Opera como una máquina y no posee voluntad propia. Trata siempre de reaccionar en correspondencia con las creencias e interpretaciones comunes y corrientes que interesan al ambiente. Trata siempre de proporcionarle los sentimientos apropiados a los cuadros mentales, que usted guarda, y alcanzar las metas que usted mismo se ha propuesto conscientemente lograr de una manera determinada. Opera a base de los datos con que usted lo haya alimentado en formas de ideas, creencias, opiniones e interpretaciones.
Es el “pensamiento consciente” el que constituye “el botón de control” de la máquina inconsciente. Fue mediante el pensamiento consciente, aunque quizá de modo irracional e irrealista, que su máquina inconsciente desarrolló formas de reacción inapropiadas y negativas, y es mediante la idea racional consciente como podrán transformarse las formas automáticas de reacción.
El Dr. John A. Schindler, antiguo miembro de la famosa Clínica Monroe –Monroe, Wisconsin-, alcanzó bien merecida la fama nacional por los notables éxitos que llegara a conquistar en cuanto respecta a la ayuda que prestó a numerosos individuos que se sentían desdichados, los cuales no eran nada más que personas neuróticas que habían rechazado el gozo de vivir o retornar a la vida productiva y feliz. El porcentaje de sus curaciones sobrepasó con mucho al que alcanzaron los psicoanalistas. Una de las claves de su método de tratamiento consistía en lo que él llamó “control consciente de la ideación”. “…Sean cuales fueren las obras omitidas o los actos que se hayan cometido con respecto a otras personas en el pasado” –decía-, “el individuo tiene que comenzar a adquirir madurez en el presente con el objeto de que el futuro sea superior a su pasado. El presente y el futuro dependen de la adquisición de nuevos hábitos y de modos nuevos de mirar los viejos problemas. No se logrará conquistar un buen futuro mediante la inquietud y examen continuos acerca del pasado… los problemas emocionales que se destacan entre unos y otros pacientes poseen el mismo común denominador para cada uno de éstos. Este común denominador consiste en que el paciente ha olvidado cómo –o probablemente nuca lo haya aprendido- controlar su pensamiento presente, para que pueda producirle el placer de la vida”. John A. Schindler, How To Live 365 Days a Year, Englewood Cliffs, N. J., Prentice-Hall, Inc.)


Déjelas dormir profundamente

El hecho que los recuerdos de los fracasos del pasado se hallen enterrados en el inconsciente, lo mismo que las experiencias desagradables y dolorosas, no significa que deban ser extraídos o descubiertos, en uno u otros caso, ni tampoco expuestos ni examinados a la superficie, con el objeto de efectuar las necesarias transformaciones de la personalidad. Como habíamos señalado anteriormente, la capacidad de aprendizaje se asimila poco a poco mediante las pruebas y los errores, haciendo o intentando hacer, perdiendo la señal, tomando en cuenta conscientemente el grado de error y ejecutando las correcciones necesarias para la siguiente prueba hasta conseguir dar en el blanco, o sea, hasta conseguir lo que nos proponemos o través de un último y feliz intento. La forma de reacción con que alcanzamos el éxito es, entonces, recordada o “evocada”, y, por fin, “imitada” en pruebas ulteriores. Ello es verdad para el hombre que aprende a montar a caballo, a arrojar dardos, a cantar, conducir un automóvil, jugar al golf, entrar en contactos sociales con otros seres humanos, en el perfeccionamiento de cualquier otra habilidad, etc. Es también verdad con respecto al “instrumento substituto mecánico”, que nos enseña la manera de poder salir de un laberinto o de una serie de ideas confusas. Todo ello, del mismo modo que sucede con todos los “servomecanismos”, debido, principalmente, a la misma naturaleza del contenido de recuerdos de los errores, los fracasos y las experiencias negativas y dolorosas del pasado. Todas estas experiencias negativas no inhiben al sujeto, sino que contribuyen al proceso de aprendizaje del mismo en tanto sean usadas apropiadamente como datos negativos del feedback (depósito retentivo de datos negativos), y son consideradas, por tanto, como desviaciones del camino que conduce a la meta positiva que se desea alcanzar.
Sin embargo, tan pronto el error haya sido reconocido con tal y hecha la debida corrección en el proceso que se dirige hacia la meta deseada, importa también que el error sea conscientemente olvidado, y recordado, no obstante, el intento que nos condujo a la consecución del fin propuesto, conservando a éste, además, en el consciente.
Estos recuerdos de los fracasos del pasado dejan de molestarnos tan pronto como enfocamos el pensamiento consciente y la atención al fin positivo que debe ser alcanzado y satisfecho. Así, pues, es mejor que dejemos reposar a estos “perros dormidos”.
Tanto nuestros errores como nuestras fallas y faltas, y algunas veces las humillaciones experimentadas, nos sirvieron a modo de peldaños en el proceso del aprendizaje. Sin embargo, hay que tener en cuenta que sólo sirvieron como medios para un fin y que nunca constituyeron un fin por sí mismos. Así, pues, cuando han servido a un propósito, tienen que ser olvidados. Si nos detenemos conscientemente en el error, o nos sentimos conscientemente culpables a causa de la falta y hemos quedado zaheridos por ésta, entonces, y de manera involuntaria, aquél, o el fracaso por sí mismo, se convertirán en el objetivo que la imaginación y la memoria conserva en la conciencia. El más infeliz de los mortales es aquel hombre que insiste en revivir el pasado una y otra vez en la imaginación –el que de modo continuo se critica a sí mismo por los errores del pasado. En pocas palabras, el pobre hombre que se está condenando continuamente por los pecados que alguna vez cometiera.
Nunca olvidaré a una pobre paciente que se autotorturaba con la rememorización de las desdichas de su vida, y ello en tal grado que llegó a destruir cualquier oportunidad de ser feliz en el presente. Había vivido durante años llena de amarguras y resentimientos a causa de la calumnia que le hizo rehuir a la gente y desarrollar una personalidad, a través de los años, áspera y ruda y a aparecer completa y constantemente indispuesta contra todo el mundo y las cosas que la rodeaban. No tenía amigos porque imaginaba que no habría una sola persona que se quisiera mostrar amistosa con una mujer de tan horroroso aspecto. Evitaba a la gente de forma deliberada, o, lo que era peor, enfurecía a los individuos que llegaban a tratarla con su agria actitud defensiva. La cirugía corrigió, por fin, su defecto físico. Trató de adaptarse al medio y comenzó a vivir con la gente en armonía y amistad, mas las experiencias del pasado la impedían avanzar por este nuevo camino. Sentía que a pesar de su nueva apariencia, no podía hacer amistades y ser feliz porque nadie podría olvidar cómo había sido antes de que la operasen. Prosiguió, pues, cometiendo los mismos errores y fue tan infeliz como siempre lo había sido. No pudo, realmente, comenzar a vivir hasta que hubo aprendido a cesar de condenarse por lo que había sido en el pasado y a detener las remembranzas, en su imaginación, de todos los acontecimientos desdichados que le habían ocurrido e impulsado a visitarme en mi consultorio de cirujano.
Las continuas críticas con respecto a los errores y las faltas del pasado no nos ayudan en absoluto y, por otra parte, tienden a perpetuar esa misma conducta con que el sujeto desea transformarse. Los recuerdos de los fracasos del pasado pueden afectar de manera adversa sobre la conducta del presente si el sujeto continúa reteniéndolos y haciendo estúpidamente esta conclusión: “Fracasé ayer, de ello sigue que tenga que fracasar también hoy”. No obstante, ello no prueba que las formas de reacción del inconsciente posean tanto poder en sí para hacerse repetir y perpetuarse, o que todos los recuerdos enterrados de los fracasos deban extirparse antes de llegar a la transformación de la conducta. Si llegamos a convertirnos en víctimas ello es debido a la conciencia y a la idea mental y no al inconsciente. Es por esto que la parte pensante de nuestra personalidad es la que nos ha de conducir a las conclusiones y a seleccionar las “imágenes objetivo” sobre las que nos debemos concentrar. En el instante en que transformemos nuestras mentes y cesemos de proporcionarle fuerza a nuestro pasado, el mismo pasado con todos sus errores perderá influencia sobre nosotros.


Ignore los fracasos del pasado y fragüe su futuro

Otra vez aquí la hipnosis nos proporciona una prueba convincente. Cuando a un sujeto tímido, vergonzoso y pusilánime se le hace hablar en una sesión de hipnosis, y cree o piensa que es un individuo audaz o un orador que confía en sí mismo, en sus formas de reacción cambian instantáneamente. Se conduce corrientemente como comúnmente se cree. Su atención se concentra ahora, en forma completa, en el fin positivo deseado y no presta consideración alguna a los fracasos que en el pasado cometió.
En el encantador libro Wake Up and Live, la autora, Dorotea Brande, nos cuenta cómo, en cierta ocasión, una beneficiosa idea la capacitó para escribir más y obtener mayor éxito, e incluso para desarrollar talentos y habilidades que nunca antes supo que poseía. Quedose llena de curiosidad y asombro después de haber presenciado una demostración de hipnosis. Posteriormente tuvo oportunidad de leer un juicio del psicólogo F.M.H. Myers, el cual, dice la escritora, logró transformarle toda su vida. El juicio de Myers explicaba que los talentos y las capacidades que muestran sujetos sometidos a estado hipnótico eran debidos a una “purga de mnemotecnia” de fracasos del pasado. Si ello era posible en estado hipnótico –se preguntó Miss Brande-, si la gente ordinaria mantenía dentro de su ser talentos, capacidades y potencias que eran tenidos ocultos y no los aplicaban debido solamente a los recuerdos de los fracasos del pasado, ¿por qué, pues, no podría una persona, en estado de vigilia, aplicar estas mismas potencias tratando de ignorar dichos fracasos y “desempeñándose como si fuera imposible caer en ellos?” Determinó, entonces, someter este juicio a la experiencia. Ella se comportaría adoptando la suposición de que poseía esas fuerzas y disposiciones, y que, desde luego, podría aplicarlas con solamente proseguir su carrera “ACTUANDO COMO SI”, en vez de aplicar un medio de “pseudo-confianza”. Un año después su producción de escritora había aumentado. Del mismo modo, multiplicáronse también las ventas de sus obras. Además, obtuvo un resultado que la sorprendió sobremanera: descubrió en sí misma un formidable talento de oradora pública, lo cual, al mismo tiempo, hizo que le llovieran las ofertas para pronunciar charlas, gustándole, además, todo ello inmensamente, aunque en tiempos anteriores no sólo no mostró ninguna capacidad para hablar ante auditorios, sino que también le disgustaba en grado sumo.


El método de Bertrand Russell

Bertrand Russell, el célebre filósofo británico, dijo en su libro La conquista de la felicidad : “No nací feliz. Cuando era niño, mi himno favorito decía así: ‘Abrumado por el pecado, siento el peso de la tierra’… En la adolescencia, aborrecía la vida y hallábame constantemente al filo del suicidio, del cual me sacó el inmenso deseo de aprender más matemáticas. Ahora, al contrario, me gusta la vida y gozo de ella; podría decir, inclusive, que con cada año que transcurre me atrae más la vida y gozo más de ella… En su mayor parte, ello se debe al debilitamiento de mis preocupaciones acerca de mi mismo. Como otros individuos que tuvieron una educación puritana, yo tenía el hábito de pensar en mis pecados, estupideces y defectos. Parecíame a mí mismo –sin duda, justamente- un espécimen  miserable. Poco a poco, fui aprendiendo a mostrarme indiferente con respecto a mí mismo y a mis deficiencias; comencé a dirigir mi atención a los objetos externos: la situación del mundo, a diversas ramas de la sabiduría, hacia los individuos por quienes sentía afecto”. (Bertrand Russell, The Conquest of Happiness, New York, Liveright Publishing Corporation).
En el mismo libro, el autor describe los métodos que empleó para cambiar las formas de reacciones automáticas que se basaban en falsas creencias. “Es bastante fácil superar las sugestiones infantiles del inconsciente e inclusive cambiar el contenido del inconsciente empleando la debida clase de técnica. En cualquier instante que usted comience a sentir remordimiento por una acción que su razón le dice que no es mala, examine las causas de este sentimiento de compunción y trate de convencerse de lo absurdo del mismo. Haga que sus creencias conscientes se manifiesten tan vívida y enfáticamente que logren ejercer una impresión tan fuerte sobre su inconsciente como las mismas impresiones que su madre o su niñera ejercieron sobre usted cuando era niño. No se contente con momentos alternativos de racionalidad e irracionalidad. Procure, por todos los medios posibles, que no le domine la irracionalidad. Cualesquiera que sean los sentimientos e ideas estúpidas que logren penetrar en su conciencia, ataque a unos y otras en sus propias raíces, examínelos profundamente y rechácelos. No permita quedarse en un estado de vacilación, dominado a medias por la razón y  a medias por los caprichos infantiles…
“Mas si la rebelión procura la felicidad individual y capacita al hombre para que viva consecuentemente según el patrón general, no vacile entre dos tendencias, entonces será necesario que piense y sienta éste profundamente con respecto a lo que su razón le dice. La mayoría de los hombres, cuando han logrado rechazar superficialmente las supersticiones de la infancia, creen que ya no tienen que hacer nada mas. No saben que estas supersticiones permanecen escondidas en lo más interno del ser. Cuando llegamos a tener una convicción perfectamente racional, es necesario que permanezcamos consecuentes con respecto a la misma, que sigamos todas sus consecuencias y que tratemos de buscar dentro de nosotros cualesquiera de las ideas o creencias incompatibles que pudieran haber sobrevivido con la nueva convicción… Lo que sugiero es que el hombre debe decidirse, enfáticamente, a optar por aquello en que cree racionalmente, y que nunca debe dejar cabida dentro de sí a cualquier idea irracional, independientemente de la brevedad con que se lo permita. Ello consiste, pues, en que usted razone consigo mismo es esos momentos en que siente la tentación de tornarse hacia el mundo infantil, mas el razonamiento, si es lo suficientemente intenso, deber ser breve”.


Las ideas cambian no por un acto volitivo sino debido a la acción de otras ideas.

Podemos observar que la técnica del hallazgo de las ideas que resultan incompatibles con alguna convicción profundamente sentida es, en esencia, la misma del método comprobado clínicamente, con impresionante éxito, por Prescott Lecky. El mencionado método de Lecky consiste en que el sujeto “vea” que ciertas de sus concepciones resultan incompatibles con algunas de sus otras creencias profundamente arraigadas. Lecky creía que ello era consubstancial con la misma naturaleza de la mente, que todas las ideas y los conceptos que forman el contenido total de la personalidad deben verse como compatibles las unas con las otras. Si la inconsecuencia de una idea dada es conscientemente reconocida, entonces ésta debe ser rechazada.
Uno de mis pacientes recibió un “susto de muerte” cuando fue citado a ver a los “grandes”. Su miedo y nerviosidad lograron ser superados en una sola sesión de consejos, en el lapso de la cual le hice la pregunta siguiente: “¿Se siente físicamente débil y como andando a gatas o rastreando cuando entra a la oficina de un individuo, y, además, suele postrarse usted ante una persona que considera superior?”
“¡Yo diría que no!” –estalló con aspereza.
“¿Por qué, entonces, adula y se arrastra mentalmente?”
Otra pregunta: “¿Entraría, pues, al despacho de un individuo con la mano extendida como un mendigo y le pediría de limosna algo de comer o una taza de café?”
“Seguro que no”.
“¿No ve usted que hace exactamente eso cuando entra y se pone a pensar si va o no a dispensarle el mencionado individuo una buena acogida? ¿No ve que, realmente, le extienden usted su mano como implorándole de limosna que le acepte y apruebe como persona?
Lecky halló que existen dos poderosas “palancas”, mediante la utilización de las cuales se facilita la transformación de las creencias y de los conceptos. Hay convicciones de “tipo general”, que casi cada persona suele mantener con todas sus fuerzas. Estas son: 1) el sentimiento o creencia de que uno es capaz de hacer su parte manteniendo la vista en el fin que se propone y esforzándose por permanecer independiente en la ejecución de la tarea propuesta, y 2) la creencia de que hay algo dentro de uno que no va a dejarle experimentar ninguna indignidad.


Examine y torne a evaluar sus propias creencias

Una de las razones por las que no se suele reconocer la fuerza del proceso de la racionalización consiste en la escasa frecuencia con que ésta se emplea.
Trate de representarse la creencia que tiene sobre su misma persona, o la que posee respecto al mundo, o la que concierne a otro u otros individuos, esa misma creencia que permanece oculta bajo las sombras de su conducta. ¿”Acontece siempre algo” que le haga perder la oportunidad de alcanzar el objetivo, en el preciso memento en que le parecía que el éxito iba a estar de su parte? Quizás se sienta usted, en su interior, “Indigno” del éxito, o puede ser que, de manera secreta, crea que no merecía la obtención del mismo. ¿Se siente usted fácilmente incómodo cuando se halla rodeado de gente? Quizá usted se crea inferior a esas personas, o puede ser que los otros individuos, por sí mismos, se muestren hostiles e inamistosos con respecto a usted. ¿Suele ser presa de ansiedad y de temor, sin razón fundamental, en situaciones relativamente seguras? Quizá crea que el mundo en que vive le es hostil y se le muestra inamistoso, que es un “lugar” lleno de peligros o que usted merece un castigo.
Recuerde que tanto la conducta como los sentimientos manan de la fuente de su creencia. Para extirpar la creencia responsable de su conducta y sentimientos, procure preguntarse constantemente: “¿Por qué?” ¿Hay alguna tarea que a usted le gustaría ejecutar, algún medio en el que usted le gustaría manifestarse, pero ante los cuales retrocede sintiendo que “no puedo hacerlo”? Demándese, entonces, “¿POR QUÉ?”
“¿Por qué creo que no puedo hacerlo u obtenerlo?”
Luego pregúntese “¿Se halla basada esta creencia en un hecho real o en una suposición, presunción o conclusión falsa?”
En seguida, hágase las preguntas siguientes:

1.                      ¿Existe algún motivo racional que me haga mantener esa creencia?
2.                      ¿Estaré equivocado con respecto a esa creencia?
3.                      ¿Llegaría a la misma conclusión acerca de otra persona en una situación similar?
4.                      ¿Por qué debo continuar desempeñándome y sintiendo como si ello fuera verdad si no existe ningún buen motivo para creerlo?

No intente pasar sobre estas preguntas como “por casualidad”. Deténgase en ellas. Piense arduamente en las mismas. Logre un estado emocional acerca del contenido que encierran. ¿Puede observar que se ha engañado y vendido a sí mismo, no a causa de un “hecho”, sino sólo por la influencia que ha ejercido sobre usted una creencia estúpida? Si ello es así, procure alcanzar cierto estado de indignación e inclusive de enfado e ira con respecto a esa falsa creencia. Tanto la indignación como el enfado y la ira suelen a veces actuar como liberadoras de las falsas ideas. Alfred Adler se puso furioso consigo mismo y su maestra, y ello le facilitó extirpar la definición negativa que tenía acerca de sí mismo. Esta experiencia suele manifestarse con mucha regularidad.
Un anciano granjero me dijo, en cierta ocasión, que abandonó el vicio de fumar, cierto día en que hubo olvidado el tabaco en casa y comenzó a caminar dos millas para ir a buscarlo. En el camino “vio” el trato humillante a que el mal hábito le sometía. Se pudo furioso, dio la vuelta, regresó al campo y nunca volvió a fumar.
El famoso procurador Clarence Darrow solía decir que su éxito comenzó el mismo día en que se puso furioso al tratar de asegurar una hipoteca, por 2,000 dólares, con el objeto de comprar una casa. En el momento preciso en que iba a concluir la transacción, la esposa del prestamista expresose de esta forma: “No seas loco; él nunca ganará el suficiente dinero para poder pagarte el préstamo”. El mismo Darrow había tenido serias dudas respecto al asunto. Mas “algo aconteció” cuando oyó a la mujer configurar sus propias dudas. Indignose con la señora y consigo mismo, y decidió, entonces que tendría que lograr el éxito a toda costa.
Un hombre de negocios, amigo mío, tuvo una experiencia muy parecida a la que acabo de contar. Luego de una quiebra a los cuarenta años, se preocupaba constantemente acerca de cómo le “irían a salir los negocios”, de sus inconveniencias y de si sería o no capaz de completar cada una de sus empresas comerciales. Temeroso y lleno de ansiedad intentó comprar a crédito alguna maquinaria que le hacia falta, cuando la esposa del individuo a que nos referimos le hizo algunas objeciones. Ella no creía que el hombre fuese capaz de pagar la deuda. Al principio se sintió confundido. Mas en seguida fue presa de grande indignación. ¿Quién le empujó a ello? ¿Qué era lo que le hacía esconderse del mundo, temiendo constantemente al fracaso? La experiencia despertó algo dentro de él –un nuevo “yo”- y en seguida vio que la advertencia de la mujer, igual que sus propias opiniones acerca de sí mismo, constituían una afrenta a ese “algo”. No tenía dinero ni crédito y no disponía tampoco de ningún otro medio para conseguir la que deseaba. Mas de pronto se encontró con que había hallado un recuerdo para ello y transcurridos tres años logró mayor éxito y felicidad que jamás hubiera soñado y, además, los éxitos no los obtuvo en un solo negocio sino en tres.


La fuerza de lo profundamente deseado

El motivo racional que puede hacer efectiva la transformación de la creencia y de la conducta deber ir acompañado de un profundo sentimiento de deseo.
Preséntese a sí mismo cómo quisiera ser y con lo que deseara tener, y hágase la presunción por un momento de que todo ello es posible. Desarrolle un profundo deseo para obtener estas cosas. Conviértase en un entusiasta acerca de ellas. Insista, y déjelas persistir en su mente. Sus creencias negativas del presente fueron formadas por ideas y sentimientos. Genere, pues, bastante emoción o procure arraigar nuevos sentimientos en sus nuevas ideas y extirpará pronto sus antiguas y falsas creencias. Si usted analiza ello, hallará que está empleando un método que ya había usado anteriormente: la preocupación. La sola diferencia consiste en que usted va a cambiar los objetivos negativos por los positivos. Cuando se preocupa, lo primero que hace es forjarse en su imaginación un cuadro mental muy vívido de alguna consecuencia visible e indeseada, pero usted debe tratar de insistir “en el resultado final”. No trate de esforzarse ni de emplear la fuerza de la voluntad, pero insista –insista y torne a insistir, insista siempre- en representarse mentalmente el fin deseado como una “posibilidad”. Usted jugará, entonces, con la idea “de que ello puede acontecer”.
La constante repetición y continuo pensar en los términos de “las posibilidades” harán que el resultado final se le aparezca con mayores visos de realismo. Luego de transcurrido cierto tiempo se generan automáticamente las emociones apropiadas. El miedo, la ansiedad y el descorazonamiento son emociones apropiadas al resultado que no se desea, y respecto al cual usted se está preocupando. Ahora, transforme el cuadro mental del objetivo a alcanzar, y podrá usted, con idéntica facilidad, generar las buenas emociones que han de conducirle al fin deseado. La constante representación que se haga a sí mismo y la continua insistencia que observe respecto al fin deseado, hará también que se produzca dentro de usted la idea y el sentir de la posibilidad de que le parezca más real y, a través de todo ello, se generarán automáticamente las emociones apropiadas de entusiasmo, alegría, valor y felicidad que han de conducirle, indefectiblemente, a la consecución del fin que usted ansía. “Al ir formándonos de los ‘buenos’ hábitos emocionales y al ir desprendiéndonos de los ‘malos’, dice el Dr. Knight Dunlap, tenemos que tratar, en primer lugar, los hábitos de la idea y de la ideación, ‘ya que el hombre piensa como siente y le sugiere su corazón’.


Lo que se puede y no puede hacerse mediante la idea racional

Recuerde que su mecanismo automático puede trabajar tan fácilmente como un “mecanismo de fracaso” o como un “mecanismo de éxito”, y que ello dependerá, exclusivamente de los datos que le proporcione para elaboración y de los objetivos que usted se proponga alcanzar. El mecanismo automático es, básicamente, un mecanismo dedicado a la persecución de objetivos. Las metas que se propone alcanzar son para servir a usted. Muchos de nosotros, aunque de manera inconsciente e involuntaria –debido a que solemos mantener actitudes negativas y nos representamos habitualmente en nuestra imaginación sólo los fracasos-, le proporcionamos al mecanismo automático nada más que los datos con que éste elabora las frustraciones.
Procure recordar también que su mecanismo automático no razona ni pregunta acerca de los datos con que usted le alimenta; que sólo los elabora y reacciona apropiadamente con respecto a ellos.
Es sumamente importante que el mecanismo automático reciba sólo los hechos verdaderos y exactos que conciernan al ambiente. Esta es la tarea de la idea racionalizada en el consciente: saber la verdad, formar cálculos correctos, opiniones y estimativas. En relación a esto, la mayor parte de nosotros nos inclinamos a estimarnos en poco y a sobrestimar las dificultades con que hemos de enfrentarnos. “Piense siempre que lo que ha de hacer es fácil, y ello será así”, dijo Emile Coué. “He hecho diversos y extensos experimentos con el objeto de descubrir las causas comunes del esfuerzo consciente que enfría la mente razonadora”. Dice el psicólogo Daniel W. Josselyn. “Parece que ello sea siempre debido, prácticamente, a la tendencia de exagerar las dificultades y la importancia de sus labores mentales, a tomarlas demasiado en serio y a temer hallarse incapaz para enfrentarse a las mismas. La gente que suele mostrarse elocuente en conversaciones incidentales llega a aparecer como idiotizada cuando asciende a la plataforma del orador. Simplemente debe de aprenderse que si uno puede interesar al vecino, también podrá atraer la atención de todos los vecinos o del mundo entero, y que uno no deben influirle, atemorizarle ni enfriarle las multitudes cualesquiera que sea la magnitud de las mismas”. (Daniel W. Josselyn: Why Be Tired? New York, Longmans, Green & Co., Inc.)


Nunca podremos conocer lo que no probamos

La tarea razonadora del pensamiento consciente consiste en examinar y analizar los mensajes que le llegan, a aceptar los verdaderos y en rechazar los falsos. Muchísima gente se siente alterada y zarandeada como una estera cuando llega un amigo y le dice de manera incidental: “Usted se ve de mal aspecto esta mañana”. Si el sujeto ha sido rechazado o reprendido por algún otro individuo, entonces se suele “tragar” ciegamente este concepto como un “hecho”, cuyo oculto significado consiste en que es, realmente, una persona inferior. La mayoría de las personas nos hallamos expuestas a la percepción continua de sugestiones negativas. Ahora bien, si nuestra mente consciente se halla entregada a su tarea no tendremos por qué aceptar “ciegamente” todas estas sugerencias. “Ello no es obligatoriamente así”, debemos contestarnos, empleando estas palabras como una excelente consigna.
La tarea más importante de la mente racional consciente consiste en formar conclusiones lógicas y correctas. “Fracasé una vez en el pasado, así es que, probablemente, tornaré a fracasar en el futuro”. Pensar así, no es, desde luego, lógico, ni racional. Llegar por adelantado a la conclusión de que “no puedo” o “no prodré”, sin siquiera intentarlo y sin tener la evidencia de lo contrario, no es un concepto racional. Sería la mismo que el caso del hombre a quién se le preguntó si podría tacar el piano. “No sé”, contestó. “¿Qué quiere decir con que ‘no sé’?” “Sencillamente, que no lo he hecho nunca”.


Decida lo que quiere, no lo que “no quiere”

Es también tarea del pensamiento racional consciente el decidir lo que usted quiere, así como seleccionar los objetivos que desea satisfacer y el concentrarse respecto a todo ello  más intensamente que sobre ninguna otra meta que no desee alcanzar. Gastar tiempo y esfuerzo en concentrarse en algo que no quiere, no constituye una manera racional del proceso del pensamiento. Cuando se le preguntó al Presidente Eisenhower –cuando era el general Eisenhower en la II Guerra Mundial-, que efecto tendría sobre la causa aliada el hecho de que las tropas de invasión hubiesen sido rechazadas y obligadas a reembarcarse desde las costas de Italia, éste contestó: “Eso hubiera sido muy malo, pero nunca me permití pensar en ello”.


Tenga el ojo fijo en la pelota

Es, asimismo, tarea de su pensamiento consciente el tratar de prestar la mayor y más estricta atención a la obra que tiene entre manos, en lo que está usted haciendo y en lo que acontece a su alrededor, de tal manera que los mensajes sensoriales percibidos puedan mantener constantemente en estado de advertencia, con respecto al ambiente, a su mecanismo automático, y así lograr que éste responda a ellos de modo espontáneo. O sea, para expresarse en la jerga del béisbol “es necesario que tenga el ojo fijo en la pelota”.
No es tarea apropiada de su pensamiento racional consciente, por otra parte, el que usted mismo crée o haga la obra que tiene entre manos. Habremos, sin duda, de enfrentarnos a diversas dificultades en el momento en que descuidemos el empleo del pensamiento consciente, del modo preciso en que debe ser usado, o cuando intentemos emplearlo en formas en que jamás deberíamos hacer uso del mismo. Nunca podremos extraer el pensamiento creador, mediante un esfuerzo consciente, de nuestro propio mecanismo de creación. Nunca podremos “hacer” la tarea que debe ser hecha mediante los más arduos esfuerzos conscientes. Por otra parte, aquello que intentamos ejecutar y, sin embargo, no logramos hacerlo, nos preocupa en demasía y sólo nos produce ansiedad y frustración. El mecanismo automático es inconsciente. Así pues, no podemos presenciar el girar de las ruedas. Tampoco podemos saber qué es lo que acontece, se produce o está teniendo lugar debajo de la superficie. Además, como éste funciona de manera espontánea, reaccionando de la misma forma ante las necesidades presentes y corrientes que se le enfrentan, no podemos obtener por adelantado la garantía de cual sea la respuesta que el mecanismo automático habrá de producirnos. Nos encontramos, pues, forzados a mantener una disposición de confianza con respecto al mismo, y sólo mediante esta actitud de fe en su actuación podremos obtener las señales y las pruebas de las maravillas que ha de producirnos. En pocas palabras, el pensamiento racional consciente selecciona el objetivo, reúne la información, hace las conclusiones, calcula las estimaciones y pone las ruedas en movimiento. Sin embargo, nunca es responsable de los resultados obtenidos. Debemos, pues, aprender a hacer nuestro propio trabajo, a actuar sobre las mejores proposiciones obtenibles y dejar que los resultados se cuiden de sí mismos.

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