viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo II


Capítulo Segundo

El descubrimiento del mecanismo del éxito dentro de usted mismo


Puede parecerle raro, pero es absolutamente cierto que hasta hace unos diez años los científicos no tenían la menor idea acerca de cómo el cerebro y el sistema nervioso humanos operaban con el “propósito” de alcanzar un fin definido. Supieron éstos lo que acontecía gracias a largas y meticulosas observaciones. Más no existe ninguna teoría de los principios señalados que enlace todos estos fenómenos y los agrupe en un concepto que pueda hacerse sensible. R.W. Gerard, al escribir sobre el cerebro y la imaginación en el número de SCIENTIFIC MOUNTHLY correspondiente al mes de junio de 1946, decía que, aunque triste, era verdad que la mayor parte de nuestros conceptos sobre la mente debieran ser tan válidos y útiles como si, por todo lo que conocíamos, el cráneo estuviera entreforrado de algodón en rama.
No obstante, cuando el hombre se pone a construir un cerebro electrónico y a forjar los mecanismos de la consecución de sus propios objetivos, tiene que llegar a descubrir y emplear ciertos principios básicos relacionados con el tema de que nos ocupamos. Luego de haberlos descubierto, estos científicos comenzaron a preguntarse: “¿Podría ser éste el camino que nos llevara a descubrir que el cerebro humano trabaja también así? ¿Pudiera ser que al crear al Hombre nos hubiera provisto nuestro Creador de un servo-mecanismo más maravilloso que cualquier otro cerebro electrónico o sistema de dirección jamás soñado por el ser humano y que operase de acuerdo con los mismos principios básicos? En opinión de tan eminentes científicos de la Cibernética como son el Dr. Norbert Weiner, el Dr. John von Newmann y otros, la contestación es “sí”.


El sistema guía de formación continua

Todo ser viviente posee un sistema-guía de formación continua o un instrumento de lucha para la consecución de objetivos, puesto allí por el Creador para ayudarle a conquistar sus fines, el cual es, para expresarlo con un término más amplio, la propia vida o “el vivir” consiste solamente en la supervivencia física tanto del individuo como de las especies. El mecanismo de formación continua de los animales irracionales se halla limitado a la consecución de alimento y cobijo, evitando o superando a los enemigos y al azar, con el objeto de asegurar la procreación y la sobrevivencia de las especies.
En cuanto se refiere al hombre, la meta del “vivir” indica algo más que la mera supervivencia. Para el animal irracional la meta del “vivir” significa simplemente tener cubiertas sus necesidades físicas. El hombre tiene ciertas necesidades espirituales y emotivas que los animales irracionales no poseen. En consecuencia, el “vivir”, para el hombre, abraza algo más que la mera supervivencia física y la conservación de la especie. Requiere también ciertas satisfacciones espirituales y emotivas. La formación del mecanismo del éxito del hombre necesita de características de mucha mayor amplitud que las de los animales. Además de ayudar al hombre a evitar o superar el peligro y a protegerle el “instinto sexual”, que le auxilia en el objetivo de conservar viva la raza humana, el mecanismo del éxito del hombre puede ayudarle a obtener contestaciones a sus problemas, a inventar,  a escribir poesía, a hacer negocios, a vender artículos diversos, a explotar nuevos horizontes de la ciencia, a procurarse mayor paz espiritual, a desarrollar una mejor personalidad o a conseguir el éxito en cualquier otra actividad que se halle íntimamente enlazada con su género de vida o a ayudarle a vivir de una manera más completa.


El “instinto” del éxito

Una ardilla no tiene que ser enseñada a recoger nueces. Tampoco se le tiene que enseñar a almacenarlas para invierno. Una ardilla que nace en la primavera nunca ha tenido experiencia de lo que es el invierno. Sin embargo, podemos observarla en el otoño ocupada activamente en recoger nueces y almacenarlas para comérselas durante los meses invernales cuando no habrá alimentos que recoger. Un pájaro tampoco necesita tomar lecciones para construirse un nido. Tampoco necesita hacer ningún curso de navegación aérea. No obstante, los pájaros vuelas millares de millas, a veces sobre la superficie de los mares. Tampoco disponen de periódicos ni de aparatos de televisión para recibir informes meteorológicos; tampoco existen libros escritos por pájaros-pioneros o aves-exploradoras para ver en ellos marcadas las zonas cálidas de la tierra. Sin embargo, los pájaros saben muy bien la inminencia del clima frío y la ubicación exacta de los climas calientes, aunque se hallen a millares de kilómetros de distancia de las mismas. Al tratar de explicar este género de cosas solemos decir que los animales poseen ciertos “instintos”, con la ayuda de los cuales se guían maravillosamente a través de enormes distancias aéreas. Analice usted todos esos instintos y deducirá que existe algo que auxilia a los animales a adaptarse al ambiente que les rodea. En pocas palabras, los animales también poseen un instinto del éxito o del logro de objetivos.
Observamos con frecuencia el hecho de que el hombre también posee el “instinto del éxito”, pero, en este caso, mucho más maravilloso y mucho más completo que el de cualquier otro animal. Nuestro Creador no abrevió, pues, las capacidades instintivas del hombre, sino, al contrario, ya que a este respecto el hombre fue especialmente colmado de bendiciones.
Los animales irracionales no pueden seleccionar sus metas. Sus objetivos (autoconservación y procreación) les han sido predeterminados, por así decirlo, en tanto que el mecanismo del éxito de los mismos hállase limitado a la formación de esas imágenes-de-objetivos a las que solemos llamar “instintos”.
El hombre, por otra parte, tiene algo que los animales no poseen: la imaginación creadora. De modo que el hombre, entre todos los seres vivientes, es más que una criatura: es también un creador. Con su imaginación puede formularse una variedad de metas. Sólo el Hombre puede dirigir su mecanismo del éxito mediante el uso de la imaginación o de su capacidad imaginativa.
Pensamos frecuentemente con respecto a la “imaginación creadora” como que ésta es característica sólo de los poetas, los inventores, etc. Pero la imaginación es creadora en todo cuanto hacemos. Aunque no comprendieron el por qué, o cómo nuestra imaginación pone el mecanismo creativo en movimiento, los pensadores más serios de todas las edades, igual que los hombres prácticos, han reconocido el hecho y se han valido de él. “La imaginación dirige el mundo”, decía Napoleón. “Las facultades imaginativas del hombre es lo que más le asemeja a Dios”, dijo Glenn Clark. “La facultad de la imaginación es el más grande muelle de la actividad humana y la principal fuente del desarrollo humano… Destruid esta facultad y la condición del hombre se hará tan estacionaria como la de los brutos”, expresó Dugold Stewart, el famoso filósofo escocés. “Usted puede imaginarse su futuro”, decía Henry J. Kaiser, quien atribuía la mayor parte de sus éxitos en los negocios al empleo positivo y constructivo de la imaginación creadora.


COMO FUNCIONA EL MECANISMO DEL ÉXITO

“Usted” no es una máquina.
No obstante, los nuevos descubrimientos de la ciencia de la Cibernética apuntan a la conclusión de que su cerebro físico y su sistema nervioso se combinan para formar un servo-mecanismo que “usted” usa y el cual opera de un modo muy semejante al de un computador electrónico y como un instrumento mecánico orientado a la consecución de diversos objetivos. Su cerebro y su sistema nervioso constituyen un mecanismo que se esfuerza por operar automáticamente para alcanzar una meta preconcebida en forma muy similar a como se lanza un torpedo o proyectil hacia determinado punto el cual ya va marcando su propia dirección hacia el mismo. Su servo-mecanismo de formación interna actúa como un “sistema de dirección”, para ponerle automáticamente en el rumbo verdadero que le llevará a alcanzar fines predeterminados o a reaccionar con corrección respecto al ambiente, y también como un “cerebro electrónico” que funciona de modo automático para solucionar problemas, proporcionarle las respuestas necesarias y suministrarle ideas nuevas o “inspiraciones”. En el libro The Computer and the Brain –El Computador y su Cerebro-, el Dr. John von Newman dice que el cerebro humano posee los atributos de computador digital y análogo.
La palabra “Cibernética” procede de una palabra griega que significa literalmente “el hombre-piloto”.
Los servo-mecanismos están construidos de tal modo que automáticamente, enfilan el rumbo hacia la ruta que les conduce a la meta, al blanco o a la debida respuesta.


LA “PSICO-CIBERNETICA”: UN NUEVO CONCEPTO DEL FUNCIONAMIENTO DEL CEREBRO

Cuando concebimos el cerebro y el sistema nervioso como una forma de automecanismo que opera de acuerdo con los principios de la Cibernética, obtenemos una idea del por qué del proceso de la conducta humana.
Preferí llamar a este concepto “psico-cibernética”, ello es, los principios de cibernética aplicados al cerebro humano.
Debo repetirlo. La psico-cibernética no nos dice que el hombre es una máquina. Más bien expresa que el hombre tiene una máquina de la cual se sirve para sus fines. Vamos, pues, a examinar algunas de las similitudes que existen entre los servo-mecanismos y el cerebro humano:

LOS DOS TIPOS GENERALES DE SERVO-MECANISMOS

Los servo-mecanismos se dividen en dos tipos generales: 1) cuando el blanco, el fin o la respuesta son conocidos y el objetivo consiste en alcanzarlos o en satisfacerlos, y 2) cuando el blanco o la respuesta no son conocidos y el objetivo consiste en descubrirlos o localizarlos. El cerebro humano y el sistema nervioso operan en ambas formas.
Como ejemplo del primer tipo sirve el del torpedo “autoguiado” o el del proyectil interceptor. El blanco o fin es conocido: una embarcación o una avión enemigos. El objetivo consiste en alcanzarlos. Esas máquinas deben conocer el blanco hacer el cual han sido disparadas. Deben poseer cierta clase de sistemas de propulsión que les impulse hacia delante siguiendo la dirección en que se halla el blanco. Deben, pues, estar equipados con “órganos sensibles” (radar, sonar, preceptores de latidos, etc.) los cuales suministran información desde el blanco. Estos “órganos sensibles” mantienen informada a la máquina de cuando ésta se halla en la ruta correcta (feedback positivo) o cuando comete un error y se sale de la dirección perseguida (feedback negativo). La máquina no reacciona o responde al “feedback” positivo. Está funcionando correctamente y “se mantiene haciendo lo que debe hacer”. No obstante, debe haber un instrumento de corrección que responda a los “feedback” negativos. Cuando el “feedback” negativo informa la mecanismo de que se halla demasiado a la derecha “de su línea”, el mecanismo de corrección hace que el timón automáticamente mueva a la máquina otra vez hacia la izquierda. Se ha “sobrecorregido” y enfila demasiado hacia la izquierda, entonces, se hace conocer este error mediante el “feedback” negativo, y el instrumento de corrección nueve el timón de tal manera que la máquina tenga que retornar hacia la derecha. El torpedo alcanza su blanco yendo hacia adelante y cometiendo errores, que corrige constantemente. Luego de una serie ininterrumpida de zig-zags, el torpedo explota en el objetivo.
El Dr. Norbert Weiner, que fue uno de los pioneros en el desarrollo de los mecanismos buscadores de metas durante la segunda Guerra Mundial, cree que algo muy similar a lo anteriormente descrito acontece con respecto al sistema nervioso humano en cualquier momento en que el individuo se dispone a emprender una actividad cualquiera, inclusive en situación tan simple como es la de buscar-un-fin que puede consistir en recoger de la mesa una cajetilla de cigarrillos.
Somos capaces de satisfacer el fin de coger los cigarrillos a causa de un mecanismo automático y no por obra de la “voluntad” o solamente por cualquier otra actividad del cerebro pensante. Todo lo que hace el cerebro es seleccionar la meta, impulsar a la acción por el deseo y proporcionar información al mecanismo automático en tal forma que pueda corregir continuamente los movimientos de la mano en el transcurso de la simple operación. En primer lugar, dice el doctor Weiner, sólo un anatomista podría conocer todos los músculos que actúan en la recogida de los cigarrillos. Y como sabemos, uno no se habría de decir conscientemente a sí mismo: “Debo contraer los músculos del hombro para elevar el brazo, etc.”. Usted lo hace y recoge los cigarrillos, y no tiene conciencia de las órdenes consecuentes que da a los individualizados músculos, ni tampoco se pone a calcular el grado de contracción que necesitaría para ello.
Cuando “USTED” selecciona el objetivo y dispara, para ponerse en acción, el mecanismo automático comienza a funcionar. Ante todo, usted ha recogido los cigarrillos o ha ejecutado algunos movimientos similares antes de consumar esta operación. Su mecanismo automático ha aprendido algo con respecto a la reacción correcta que necesitaba. Luego el mecanismo automático emplea la bolsa de los datos suministrados al cerebro por los ojos, los cuales le informan “del grado en el que se encuentran los cigarros para no poder ser recogidos”. Este almacén de datos capacita al auto-mecanismo, para que corrija correctamente el movimiento de la mano hasta que lo enfile en el rumbo de los cigarrillos.
En cuanto al niño, que acaba de empezar a aprender a usar sus músculos, la corrección de los movimientos de la mano para alcanzar su objetivo, salta simplemente a la vista. El niño posee aún poca información almacenada para poder hace sus movimientos con destreza. Su mano zigzaguea continuamente hasta el logro de la meta perseguida. Es característico de todos los aprendizajes que la continua corrección llegue a perfeccionar éstos hasta dominarlos totalmente. Vemos ello en la persona que aprende a conducir un automóvil, la cual se “sobrecorrige”, y ello hace que siga su camino en continuos zig-zags a través de la calle.
Sin embargo, una vez que la corrección o la “reacción feliz” ha sido cumplida, se la “recuerda” para su uso futuro. El mecanismo automático duplica, entonces, la respuesta del éxito, para emplearla en pruebas futuras. “Ha aprendido” a reaccionar con éxito. “Recuerda” sus éxitos, olvida sus fracasos y repite la acción exitosa sin necesidad de ulteriores “ideas” conscientes, pues se le ha hecho ya un hábito.


COMO EL CEREBRO ENCUENTRA LAS RESPUESTAS A LOS PROBLEMAS

Supongamos ahora que la habitación está tan oscura que usted no puede hallar los cigarrillos. Usted sabe, o confía, en que hay una cajetilla de cigarros sobre la mesa junto a objetos diversos. Instintivamente, su mano comenzará “a ir buscando” de adelante a atrás y de lado a lado formando movimientos en zig-zag y rechazando un objeto después de otro hasta que encuentra los cigarrillos y los reconoce. Este es un ejemplo del segundo tipo de servo-mecanismos. La rememoración de un nombre temporalmente olvidado constituye un caso de otra clase: un “escudriñador” en su cerebro escudriña entre los recuerdos almacenados en el mismo hasta llegar a reconocer el nombre correcto. El cerebro electrónico soluciona los problemas que se le proponen de una manera sumamente parecida. En primer lugar, hay que alimentar la máquina con una enorme cantidad de datos diversos. Este depósito de informes almacenados constituye la memoria de la máquina. Se le propone un problema a la máquina. Entonces ésta escudriña entre sus recuerdos hasta que localiza la única respuesta que consiste en los hallazgos de las diversas condiciones que el problema requiere. El problema junto con la contestación constituyen una estructura “total”. Cuando parte del planteamiento o de la estructura (del problema) se le da al artefacto, éste localiza entonces las partes perdidas o desconocidas, por así decirlo, para completar el todo de la susodicha estructura o problema.
Cuanto más sabemos respecto a lo que concierne al cerebro humano, más nos parece éste –sobre todo en lo referente a sus funciones- un servo-mecanismo. Por ejemplo, el Dr. Wilder Penfield, director del Instituto Neurológico de Montreal, ha informado recientemente en la asamblea de la Academia Nacional de Ciencias, que acaba de descubrir un mecanismo de rememoración en una pequeña área del cerebro, el cual recuerda aparentemente cuanto una persona ha experimentado, observado o aprendido. En el lapso de una intervención quirúrgica en el cerebro de una persona que se hallaba en estado consciente, aconteció que el doctor Penfield tocó una pequeña área de la corteza con un instrumente de cirugía. En ese preciso instante el paciente exclamó que estaba “reviviendo” un incidente de su infancia el cual había olvidado conscientemente. Experimentos ulteriores de la misma clase han producido resultados idénticos. Cuando fueron tocadas ciertas áreas de la corteza, los pacientes no solamente recordaron los incidencias pasadas sino que revivieron, de manera real, todos los aspectos, los sonidos y las sensaciones de la experiencia original. Era exactamente igual que si se hubiesen grabado en una grabadora y se hubiera oprimido el botón de reproducción (played back). Aún constituye un verdadero misterio la manera de que un mecanismo tan pequeño como lo es el del cerebro humano pueda almacenar tan enorme cantidad de informaciones diversas.
El neurofisiólogo británico W. Grey Walter dice que serían necesarias, por lo menos, diez mil millones de células electrónicas para formar una copia exacta del cerebro humano. Estas células tendrían que ocupar alrededor de millón y medio de pies cúbicos, requiriéndose incluso unos cuantos millones más de éstos para los “nervios” o “cables”. La potencia que se requeriría para que operace no debería ser menor de mil millones de voltios.


Un vistazo al mecanismo automático en acción

Prodúcenos estupefacción el hecho de que los proyectiles interceptores puedan calcular, con la rapidez del relámpago, el punto de intersección de otro proyectil, y estar allí en el instante preciso en que pueden hacer contacto con este último.
¿Pero, acaso, hay algo más maravilloso que el acto de ver a un jardinero central en el instante de coger una pelota la vuelo? Con el objeto de calcular a dónde irá a caer la pelota, o cuál será el punto de intersección, tendrá que tener en cuenta la velocidad de la bola, su curvatura de caída, la dirección, el impulso del viento, la velocidad inicial y el promedio progresivo de disminución de la misma. El jugador debe hacer todos estos cálculos tan rápidamente que le dé lugar a desviarla con su “bat”. En seguida, habrá de calcular la rapidez con que debe correr y la dirección a emprender, con el objeto de llegar al punto de intersección al mismo tiempo que la pelota. El jardinero central no piensa acerca de todo ello. Su “mecanismo, alcanza-metas” calcula por sí mismo los datos que éste necesita, a través de los ojos y oídos, para ejecutar todas estas operaciones tan complicadas. El computador que se aloja en su cerebro “capta” esta información, la compara entonces con los datos que tiene almacenados (los recuerdos de otros éxitos y fracasos en la acción de interceptar pelotas voladoras) y, con la velocidad de un fogonazo, el “computador” hace todos los cálculos necesarios para ejecutar la operación y, en seguida, indica a los músculos de las piernas las órdenes correspondientes al caso y, entonces, échase a correr el jugador.

La ciencia puede fabricar “la calculadora”, pero no al “operador”

El doctor Weiner manifiesta que en ningún momento de un futuro previsible lograrán construir los hombres de ciencia un cerebro electrónico que pueda compararse ni de cerca con el cerebro humano. “Creo que nuestro público de ligero juicio ha mostrado excesiva imprudencia con respecto a las ventajes y desventajas especiales de las máquinas electrónicas la compararlas con las características del cerebro humano” –dice y prosigue-: “La cantidad de instrumentos de computación del cerebro humano excede, con enorme diferencia, a la cantidad de éstos en cualquier máquina calculadora ya desarrollada o incluso proyectada o diseñada para un futuro próximo.”
Pero incluso si se llegare a construir una máquina así, ésta carecería de operador. El cerebro electrónico no posee prosencéfalo ni tampoco un “Yo”. Este no puede proponerse problemas a sí mismo. No posee imaginación y por lo tanto no se traza ninguna meta que poder alcanzar. Tampoco puede determinar cuáles objetivos son válidos y cuáles no lo son. No experimenta emociones y no puede sentir. Trabaja sólo mediante los datos con que la alimenta su operario, con los datos que se le suministraron previamente y con la información almacenada con anterioridad. Sólo así podrá hacérsela reaccionar a los órganos sensibles para que nos proporcione la solución de nuevos problemas.


¿Existe un almacén infinito de ideas, de conocimientos y de potencialidades?

Muchos de los más grandes pensadores de todas las épocas han creído que la “información almacenada” por el hombre no se halla limitada a sus propios recuerdos de las experiencias del pasado ni a los hechos aprendidos. “Hay una mente común que abarca a todos los seres humanos”, decía Emerson, quien comparaba a nuestras diversas mentes individuales con las múltiples escalas que podría existir en el océano de una mente universal.
Edison creía haber captado sus ideas en una fuente exterior a sí mismo. Cierta vez en que le felicitaron por haber manifestado una idea creadora, declinó la felicitación expresando que “las ideas están en el aire”, y que si él mismo no la hubiese “descubierto” habríalo hecho alguna otra persona.
El Dr. J.B. Rhine, Director del Laboratorio de Parapsicología de la Universidad de Duke, ha comprobado experimentalmente que el hombre tiene acceso al conocimiento, a los hechos y a las ideas sólo a través de su propia memoria individual o “almacén de información”, el cual se le ha ido formando con cuanto ha aprendido o experimentado. La telepatía, la clarividencia y el preconocimiento han sido reconocidos en diversos experimentos científicos de laboratorio. Los descubrimientos que consisten en que el hombre posee algún factor extra sensorial, a los que el mencionado doctor llama “la Psi”, son ya indudables para los hombres de ciencia que han revisado seriamente los trabajos del doctor Rhine. Como dice el profesor de la Universidad de Cambridge, R.H. Thouless: “La realidad de estos fenómenos puede ser considerada tan categórica como cualquiera otra que se comprueba mediante la investigación científica.”
“Hemos averiguado –dice el doctor Rhine-, que hay una capacidad de adquirir conocimientos que transciende las funciones de los sentidos. Esta capacidad “extra-sensorial” puede proporcionarnos el conocimiento exacto de los estados objetivos tanto como de los subjetivos, el conocimiento de las cosas y, con la mayor probabilidad, hasta el de las mismas ideas.
Se dice que Schubert manifestó a un amigo que su propio proceso creador consistía en “recordar una melodía” que nadie había pensado antes.
Muchos artistas creadores, lo mismo que diversos psicólogos que han hecho estudios sobre el proceso de la creación, quedaron impresionados por la similitud que existe entre la inspiración creadora, la revelación instantánea, la intuición, etc., y la ordinaria memora humana.
El proceso de buscar una nueva idea o una contestación a un problema determinado es, en realidad, muy similar la que se experimenta al tratar de bucear en la memoria para hallar un nombre que ya habíamos olvidado. Usted sabe que el nombre “está allí”, porque, en el caso contrario, no trataría de buscarlo. El “escudriñador” escudriña en su cerebro, retrotrayéndose a las memorias almacenadas, hasta que el nombre deseado llega a ser “reconocido” o “descubierto”.


La repuesta existe ahora

Es exactamente igual que cuando nos proponemos hallar una nueva idea o la solución a un problema: debemos presumir que la contestación o solución existe ya en algún lugar, y en ese caso, nos disponemos a buscarla. El Dr. Norbert Wiener ha dicho: “Una vez que el hombre de ciencia ataca un problema del que él sabe que tiene una solución, entonces experimenta un cambio rotundo en su actitud hacia el mismo. Ya ha logrado pasar la mitad del camino que ha de conducirle a la solución de la pregunta propuesta.” (Norbert Wiener, The Human Use of Human Beings, Houghton Mifflin, New York).
Cuando usted se dispone a ejecutar un trabajo de naturaleza creadora ya sea en el campo de las ventas, en el de dirigir un negocio, en escribir un soneto, o en el mejoramiento de las relaciones humanas, o en cualquier otro caso comienza por preconcebir un objetivo, un fin que debe alcanzar, una “tarea” que debe emprender, un blanco al que atinar, que, aunque se le presente con cierto carácter de abstracción, será reconocido en el momento que lo logre. Si se trata de un negocio al cual le ha dedicado todos sus deseos y comienza a pensar intensamente en los diversos ángulos que el problema manifiesta, entonces, su “mecanismo de creación” comienza a trabajar y el “escudriñador”, de que hablamos al principio, inicia su escudriñamiento a través de la información almacenada, o a andar a tientas por el camino que le ha de conducir a la obtención de la solución propuesta. Aparta y selecciona una idea aquí, un hecho allá, una serie de experiencias del pasado y los relaciona o “los enlaza juntos” dentro de una “idea totalizada” que rellenará las partes incompletas de la situación en la que se halla el problema, completará la ecuación o, en otras palabras, “solucionará” “el teorema” que se hubo propuesto. Cuando esta solución alcanza a su consciente con frecuencia en un momento inesperado, cuando usted se halla pensando en alguna otra cosa, o quizás en le lapso de un sueño en el que su conciencia se halla dormida, algo “emite un chasquido”, y usted lo reconoce al instante como la respuesta correcta que había estado buscando.
¿Se verifica, acaso, en este proceso una especie de acceso de su mecanismo de creación al depósito informativo que pueda existir en una mente de carácter universal? Las experiencias diversas de los individuos que se ocupan de los trabajos de características creadoras suscitan la idea de que así acontece precisamente. ¿Cómo, pues, podríamos explicarnos, por ejemplo, la experiencia de Louis Agassiz, que nos relata su esposa?
“Había estado tratando de descifrar la impresión un tanto obscura de un pez fósil en la piedra alisada en la que ésta habíase conservado. Absorto y perplejo, abandonó por fin este trabajo, procurando apartarlo de su mente. Transcurrido algún tiempo, despertose de pronto una noche con la persuasión de mientras se hallaba durmiendo había visto al mencionado pez con todos los rasgos perdidos perfectamente restaurados.
“Temprano, encaminose al Jardín Botánico, y mientras marchaba iba pensando en la mencionada impresión, y en que, si la viera de nuevo, observaría algo que le podría poner en las huellas del camino de la perdida visión. Mas en vano, el desvanecido grabado permanecía tan enigmático como siempre. A la noche siguiente, tornó a ver el pez, pero al despertar volvió a desparecer de su memoria como antes había acontecido. En espera de que tornara a repetirse la misma experiencia, a la noche siguiente tuvo la precaución de colocar un papel y un lápiz al lado de su cama antes de conciliar el sueño.
“Poco antes del amanecer, el pez tornó a reaparecer en sus sueños, un tanto confuso al principio, mas al fin, de manera tan clara y perceptible, que ya no volvió a tener dudas con respecto a las características zoológicas del mismo. Aún medio dormido, y en completa oscuridad, trazó los rasgos de estas características en la hoja de papel que había puesto en la mesita de noche.
“Cuando despertó por la mañana, sorprendiose al observar los rasgos esquemáticos que había trazado, los que supuso habría sido imposible que los revelara el mismo pez. Apresurose a visitar el Jardín Botánico y, con el dibujo con guía consiguió levantar con un cincel la superficie de la piedra en cuyas partes correspondientes a la del fósil comprobó lo que se ocultaba. Cuando llegó a abrir la piedra completamente, observó que el fósil correspondía al de su sueño y dibujo, consiguiendo entonces clasificarlo con extraordinaria felicidad.”


EJERCICIO PRACTICO NUMERO UNO

Obtenga un nuevo cuadro mental de su propia persona

El individuo de personalidad de tipo-de-frustración e infeliz no podrá crearse una nueva autoimagen mediante la pura fuerza de voluntad o adoptando una decisión arbitraria. Debe haber algunos fundamentos, alguna justificación o razón para decidir que el viejo cuadro que nos representábamos acerca de nosotros constituye un error y que nos sería más apropiada la adopción de uno nuevo. Usted no podrá adquirir una nueva autoimagen, si cuando menos no logra sentir que ésta se halle apoyada en la verdad. La experiencia ha demostrado que cuando una persona cambia de autoimagen, tiene el sentimiento de que, por una u otra razón, la “ve” o la percibe como suya propia.
Las enseñanzas de este capítulo pueden liberarle de una vieja e inadecuada autoimagen en el caso en que lo lea con frecuencia, medite en sus implicaciones y trate de introducir las verdades que aquí se describen dentro de su propio ser.
La ciencia acaba de confirmar lo que los filósofos, los místicos y otras personas intuitivas habían manifestado ya hace mucho tiempo: todo ser humano ha sido hecho por el Creador para que pueda alcanzar el éxito. Todo ser humano tiene acceso a una fuerza mucho más grande que la que posee.
Ese acceso a la fuerza de que hablamos es USTED MISMO.
Como ha dicho Emerson: “No existe lo grande ni lo pequeño”.
Si usted fue creado para obtener el éxito y la felicidad, entonces el viejo cuadro que posee acerca de sí mismo no válido para la consecución de este último estado anímico. El cuadro mental de la persona que cree poder fracasar debe constituir, pues, un gran error.
Lea este capítulo tres veces a la semana, por lo menos durante los primeros veintiún días. Estúdielo y digiéralo. Busque los ejemplos en sus propias experiencias y en las de sus amigos y éstas le ilustrarán el funcionamiento del mecanismo de creación.
Memorice los siguientes principios básicos por lo cuales opera su mecanismo del éxito. Usted no necesita ser un ingeniero en electrónica o un físico para poder operar su propio servo-mecanismo, exactamente lo mismo que no tiene por qué conocer todo el mecanismo de un automóvil, para poder conducirlo, o hacerse ingeniero electricista, para encender o apagar la luz de su habitación. Usted necesita, sin embargo, familiarizarse con lo siguiente, puesto que, habiéndolo memorizado, le arrojará una nueva luz sobre cuanto procede ejecutar:
1.                      La elaboración del mecanismo del éxito debe presentársele como una meta o un blanco que tiene que alcanzar o atinar en él. Esta meta o blanco deben ser concebidos cono “si ya existieran”, bien en forma real o en potencia. Opera: 1) guiándole hacia una meta que ya existe o 2) “descubriéndole” algo que ya existía.
2.                      El mecanismo automático es teleológico, ello es, “opera” o deber ser orientado hacia “resultados finales”, a verdaderas metas. No se desaliente a causa de que lo medios para alcanzarlos no se le muestren aparentes. Las funciones del mecanismo automático consisten en substituir los “medios de alcance” cuando usted substituye “la meta”. Piense en términos del “resultado final” y los medios por los cuales, con cierta frecuencia, tenemos que cuidarnos de alcanzarlo.
3.                      No tema cometer errores o experimentar fracasos incidentales. Todos los servo-mecanismos alcanzan sus respectivas metas mediante procesos retroactivos de carga de alimentación (feed-back), que son a la vez de carácter negativo, o cometiendo errores y corrigiéndolos en su curso hacia la meta.
4.                      Todo buen aprendizaje de cualquier cosa tiene que ser sometido a diversas experiencias y a numerosos errores, los cuales hemos de corregir mentalmente hasta que demos con el impulso que nos ha de conducir al éxito, o bien, hasta que hayamos alcanzado la perfección en el mencionado aprendizaje. Después de ello, los ulteriores conocimientos y perfeccionamientos se irán completando mediante el paulatino olvido de los errores del pasado y el recuerdo de la respuesta o reacción adecuada a cada nueva exigencia del aprendizaje en proceso, de tal forma que éste pueda ser imitado.
5.                      Debe usted aprender a confiar en que su mecanismo del éxito haga el trabajo, y “no presionarlo”, llegando a preocuparse demasiado o mostrándose excesivamente ansioso por si éste trabaja o no, o tratando de obligarle a ello mediante un multiplicado esfuerzo consciente. Usted debe “dejarse” que funcione en lugar de “hacerle” funcionar. Esta confianza es necesaria ya que el mecanismo de creación opera debajo del nivel de la conciencia y usted no podrá “saber” lo que está aconteciendo en la superficie. Además, su característica natural consiste en funcional espontáneamente de acuerdo con las NECESIDADES PRESENTES. Por lo tanto, usted no podrá tener ninguna garantía con respecto a los progresos que está experimentando. El mecanismo del éxito comienza a operar tan pronto como usted actúa y en tanto que se autodemanda algo con respecto a sus propios actos. Usted no debe esperar a actuar hasta no obtener prueba –debe actuar como si el mecanismo del éxito estuviera allí y empezase a operar por sí mismo. “Haga lo que quiera, y obtendrá los fuerzas necesarias para ello”, solía decir Emerson.

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