viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo XII


Capítulo Decimosegundo

Hágase sus propios tranquilizadores los cuales le ayudarán a obtener la paz del espíritu


LAS DROGAS TRANQUILIZANTES, que se han hecho tan populares desde hace algunos años, producen la paz espiritual, la calma y reducen o eliminan los síntomas nerviosos mediante una “acción de sombrilla”. Lo mismo que un paraguas nos protege de la lluvia, los diversos tranquilizadores levantan una pantalla física entre nosotros y los estímulos perturbadores.
Nadie comprende totalmente cómo se las arreglan los tranquilizadores para formar esta “sombrilla”. Lo mismo que un paraguas nos protege de la lluvia, los diversos tranquilizadores levantan una pantalla física entre nosotros y los estímulos perturbadores.
Nadie comprende totalmente cómo se las arreglan los tranquilizadores para formar esta “sombrilla”, pero sí  comprendemos por qué los mismos nos producen la tranquilidad.
Los tranquilizadores operan mediante la enorme reducción o eliminación de nuestras propias respuestas a los estímulos perturbadores que nos llegan desde afuera.
Los tranquilizadores no alteran el ambiente. Los estímulos perturbadores se quedan allí todavía. Aún nos mostramos capaces de reconocerlos intelectualmente, pero no respondemos a ellos de una manera emocional.
Recuerde que en capítulo en que tratamos de la “felicidad”, dijimos que nuestros propios sentimientos no dependen de causas externas, sino de nuestras mismas actitudes, reacciones y respuestas. Los tranquilizadores, pues, ofrecen una evidencia convincente de este mismo hecho. Esencialmente, estos reducen la tonalidad de nuestras super-reacciones a la retroacción negativa.


La superreacción constituye un mal hábito que debe ser curado

Vamos a suponer que mientras estamos leyendo este libro, nos quedamos pacíficamente sentados “en nuestro propio antro”. De súbito, suena el teléfono. Por hábito y por experiencia este repiqueteo forma una “indicación” o estímulo que hemos aprendido a obedecer. Sin pensarlo siquiera, ni adoptar una decisión consciente respecto al sonido del timbre, respondemos al mismo inmediatamente. Saltamos del cómodo sillón en que estamos sentados y salimos corriendo a atender al teléfono. El estímulo externo ha producido el efecto “de hacernos mover”. Ha alterado, pues, nuestra actitud mental o nuestra “disposición” de autodeterminar el curso de los hechos. Nos habíamos dispuesto a pasar una hora leyendo en paz y completa calma. Nos hallábamos interiormente preparados para ello. Ahora bien, todas nuestras disposiciones se alteraron de repente en el momento en que nos dispusimos a responder a los estímulos externos del ambiente.
Precisamente, el punto que deseo señalar es este mismo. Uno no tiene que contestar al teléfono. No tenemos por qué obedecerle. Uno puede, si quiere, ignorar por completo el timbre del aparato. Podemos, si así lo preferimos, continuar sentados en paz y reposo manteniendo nuestro primitivo plan de disposición mediante el rechazamiento de reaccionar a la señal que se nos ha dado. Procure captar claramente en su propio cerebro esta imagen mental porque puede servirle de ayuda extraordinaria en el caso de que tenga que superar la fuerza de los estímulos externos que puedan producirle diversas perturbaciones. Contémplese sentado en calma y dejando que suene el teléfono, ignore las “señales” del aparato y no se mueva al oír la indicación de mando que el mismo le hace. Aunque el individuo se halla consciente de lo que el aparato trata de decirle ya que no piensa en el teléfono ni le obedece. Procure también que su mente capte, con toda claridad, el hecho de que la “indicación” exterior por sí misma no posee ningún poder sobre su persona, ningún poder para hacerle moverse del sitio en que se encuentra. En el pasado usted le había obedecido y había reaccionado a su llamada por puro hábito. Usted podrá, si quiere, formarse el nuevo hábito de no reaccionar a las demandas del aparato.
Procure advertir, también, que su abstención a la “respuesta” no consistió en “hacer algo”, en esforzarse, en resistir o en luchar, sino en “el no hacer”, en la alteración del descanso por “el hacer”. Usted sólo guardó reposo ignorando la señal y dejándola producirse pero sin atenderla ni en una mínima parte.


Disposiciones que se deben adoptar para adquirir la ecuanimidad

Exactamente lo mismo que obedecemos o respondemos automáticamente al timbre del teléfono, nos volvemos susceptibles –nos “condicionamos”- de responder, en cierto modo, a los diversos estímulos del ambiente en que nos hallamos.
La palabra “condición” apareció en los círculos de los expertos en psicología luego que Pavlov, mediante sus famosos experimentos, hubo logrado “acondicionar” a un perro a que salivase al oír el sonido de una campanilla, agitándola precisamente segundos antes de alimentar al animal. Este proceso lo repitió multitud de veces el célebre sabio. Primero, el repiqueteo de la campanilla. Unos segundos después, la aparición de la comida. El perro “aprendió” a reaccionar al tañido de la campanilla salivando poco antes de que le fuera dado el alimento. Originalmente, la respuesta formó el sentido. El repiqueteo de la campanilla significaba que se aproximaba el momento de recibir la comida y el perro salivaba disponiéndose a comérsela. No obstante, luego que el proceso se repitió numerosas veces, el perro continuó salivando cada vez que oía tocar una campanilla, estuvieran o no dispuestas las gentes que le servían a traerle, en seguida, el alimento. El perro había llegado a convertirse en un sujeto “condicionado” a la salivación mediante el simple tañido de la campanilla. Su respuesta no tenía sentido y no servía a ningún buen propósito, pero continuó reaccionando del mismo modo a causa del hábito.
Existen multitud de campanillas o estímulos perturbadores en las diversas circunstancias de nuestro ambiente a las que hemos llegado a “condicionarnos” y a las que constantemente respondemos debido a los hábitos que hemos contraído, tengan o no sentido las respuestas que producimos.
Muchas personas han aprendido a desconfiar de las gentes extrañas debido a las numerosas admoniciones que recibieron de parte de sus padres, para que no tuviesen trato con individuos desconocidos y, sobre todo, “no aceptar dulces de las manos de éstos”, “no subir a un automóvil con un extraño”, etc. La reacción de evitar a los extraños cumple con un excelente propósito si se trata de niños pequeños, pero, sin embargo, hay mucha gente que continua sintiéndose mal con facilidad en presencia de cualquier sujeto desconocido, inclusive cuando saben que viene como amigo en vez de llegar como adversario. Las gentes extrañas se convierten en “campanillas” y la respuesta aprendida se transforma en “temor”, en ganas de evitarlas o en deseos de rehuirlas.
Aún hay personas que pueden reaccionar ante las multitudes, los espacios cerrados o abiertos, a los individuos revestidos de autoridad, tales como “el patrón”, con sentimientos de miedo o de ansiedad. En cada uno de estos casos particulares, el espacio abierto o cerrado, el patrón, etc., desempeña el papel de la “campanilla”, que advierte “hay peligro, corre, huye, siente miedo”. Y así, debido al hábito contraído, continuamos respondiendo del modo acostumbrado. Obedecemos, pues, a “la campanilla”.


Cómo extinguir las reacciones condicionadas

Podemos, sin embargo, extinguir las respuestas condicionadas si nos proponemos practicar el reposo en vez de ejercitar la reacción. También podremos, si así lo deseamos, lo mismo que en el caso del teléfono, aprender a ignorar el repiqueteo del timbre y a continuar sentados calmadamente “dejándole sonar”. La idea clave que debemos llevar siempre consigo para emplearla en cualquier momento en que nos enfrentemos a los estímulos perturbadores es la siguiente: “El teléfono está llamando, pero no tengo por qué contestar. Voy a dejarle que suene cuanto quiera”. Esta idea debe servirle de clave en su imagen mental, ya que mediante ella, se verá sentado tranquilamente sin responder, sin hacer nada y dejando que siga sonando el teléfono sin prestarle atención, y ello cada vez que las circunstancias le exijan evocar esta actitud.


Si no es posible la respuesta, demórela

En el proceso de extinguir las actitudes “condicionadas”, el sujeto puede enfrentarse a diversas dificultades que le impidan, especialmente al principio, ignorar en absoluto el rentintineo del timbre, sobre todo cuando éste suena inesperadamente. En estos casos el individuo puede lograr el mismo resultado final –la extinción de la actitud condicionada- adoptando el principio de la dilación de la respuesta.
Cierta mujer, a quien llamaremos Mary S., se llenaba de angustia y enfermaba fácilmente cuando se hallaba entre grandes multitudes. No obstante, mediante la práctica de la mencionada técnica, logró el dominio de la tranquilidad y la inmunidad, en la mayoría de las ocasiones, contra los estímulos perturbadores. No obstante, algunas veces, los deseos de correr y de huir le resultaron, sencillamente, imposibles de dominar.
“¿Recuerda usted a Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó?” – le pregunté. “Esta era su filosofía: ‘No quiero preocuparme acerca de eso ahora; ya tendré que preocuparme mañana’.” Y así fue capaz de mantener su equilibrio interno y adaptarse completamente al ambiente a pesar de la guerra, el fuego, la pestilencia y el amor no correspondido, y todo ello mediante la demora de la relación.
La dilación de la respuesta interrumpe e interfiere el funcionamiento automático de la actitud condicionada.
“El contar hasta diez” cuando el sujeto está dispuesto a sentirse enfadado se basa en el mismo principio y constituye un consejo estupendo: si cuenta con lentitud, retardará de hecho la verdadera reacción y ello evitará el enfado que habría  de expresarse dando algunos soberbios puñetazos sobre la mesa del despacho. La “respuesta” de la ira consiste en algo más que en ponerse a dar gritos o en sacudir puñetazos al “buró”. El sujeto no podrá experimentar “el sentimiento” de la emoción, de la ira o del miedo si los músculos del mismo se hallan en perfecto reposo. Por lo tanto, si el individuo logra retardar, durante unos diez segundos, “el sentirse enfadado”, la moratoria habrá de responder de todo y la persona afectada logrará extinguir el reflejo automático que produce la ira.
Así, Mary S. Logró extinguir su miedo condicionado a las multitudes mediante la detención de la respuesta. Cuando sentía que, simplemente, tenía que echarse a correr, solía decirse: “Muy bien, pero no en este mismo instante. Dejaré pasar dos minutos antes de abandonar la habitación ¡Sólo puedo resistirme a obedecer durante dos minutos!”


El reposo forma una pantalla psíquica produciendo un tranquilizador

Estaría bien que procurase ver claramente en su cerebro el hecho de que nuestras emociones perturbadoras –la ira, la hostilidad, el miedo, la angustia, y la inseguridad- son producidas por nuestras propias reacciones y no por respuestas externas. Reacción significa tensión. Carencia de respuesta indica reposo. Ha sido comprobado mediante experimentos científicos de laboratorio que el sujeto no puede sentir en absoluto ira, temor, angustia, inseguridad, etc., en tanto los músculos permanecen en perfecto reposo. Todo ello representa, en esencia, a nuestros propios sentimientos. La tensión muscular “dispone a la acción” o, para decirlo con otras palabras, “nos prepara para que respondamos”. La relajación de los músculos produce “el reposo mental” o “una pacífica actitud de calma”. De tal modo, la relajación constituye nuestro más apropiado tranquilizador natural y forma o construye una pantalla psíquica o una sombrilla que nos separa de los estímulos perturbadores.
El descanso físico, por la razón mencionada más arriba, sirve de poderoso desinhibidor. Según vimos en el capítulo anterior, la inhibición es sólo el resultado del exceso de la retroacción negativa, o mejor aún, nuestra super-reacción a la retroacción negativa. La relajación indica que no hay reacción. Por consiguiente, con la práctica diaria del reposo uno no sólo aprende a desinhibirse sino también a proveerse del tranquilizador que elabora la propia naturaleza de la persona y la cual debe acompañar al sujeto en cada una de sus cotidianas actividades. Protéjase, pues, de los diversos estímulos perturbadores procurando mantenerse en permanente actitud de reposo.


Constrúyase en su propio cerebro una “sala de reposo”

“Los hombres buscan diversos lugares a donde poder retirarse: casas en el campo, en las playas y en las montañas; y tú estás demasiado acostumbrado a desear tales cosas”, decía Marco Aurelio. “Mas ello es sólo una muestra del carácter de los hombres más comunes, porque está en tu poder el que puedas retirarte dentro de ti mismo. Porque no hay nada que nos calme y libere mejor de nuestras inquietudes cuando el hombre se retira dentro de su propia alma, particularmente cuando siente dentro de él tales ideas que al mirarse dentro de sí se halla inmediatamente en perfecta calma; y yo afirmo que la tranquilidad no es otra cosa que el buen ordenamiento de la mente. Busca tu retiro constantemente en ti mismo y renuévate…” (Meditaciones de Marco Aurelio).
En los últimos días de la II Guerra Mundial alguien, en todo de comentario, dijo al Presidente Harry Truman que parecía haber soportado el presión y la tirantez del poder mejor que ningún otro de los presidentes anteriores; que las funciones que había desempeñado no parecían haberle “envejecido” o minado la vitalidad, y que ello resultaba bastante notable teniendo en cuenta, sobre todo, los diversos y tremendos problemas a que tuvo que enfrentarse como presidente de tiempos de guerra. A lo cual Truman contestó: “Tengo una cueva de zorro en mi mente”. Prosiguió diciendo que lo mismo que el soldado se refugia en su chabola para protegerse, descansar y recuperarse, él también se retiraba periódicamente a su propia chabola mental donde no permitía que nada le molestase.


La Cámara de liberación de presiones

Cada uno de nosotros necesitamos un compartimiento tranquilo dentro de nuestra propia mente igual a las profundidades del mar que nunca son perturbadas por el oleaje ni el movimiento de las aguas, estén como estén éstas de agitadas en la superficie.
Este calmado espacio mental, que nos construimos con la propia imaginación, opera como una cámara de liberación de las presiones mentales y emotivas. Esta libera al sujeto de las tensiones, las preocupaciones, las violencias y los esfuerzos, la refresca y le capacita para retornarle a su trabajo cotidiano y a acoplarse mejor con el mundo.
Creo firmemente que cada personalidad posee algún centro calmado dentro de ella misma, el cual nunca siente las perturbaciones y es inamovible lo mismo que el punto matemático del centro exacto de la rueda que permanece estacionario. Lo que necesitamos haber es hallar este centro lleno de paz, que existe dentro de nosotros, y retirarnos al mismo con el objeto de descansar, recuperarnos y renovar nuestro vigor.
Una de las recetas más valiosas que haya dado nunca a mis pacientes consiste en la recomendación de que aprenda a retornar, de vez en cuando, a este centro lleno de calma balsámica. Ahora bien, uno de los mejores medios que he descubierto para entrar a esta región pacífica consiste en que nos construyamos en la imaginación un pequeño gabinete mental. También debemos amueblar esta “habitación” con cualquiera de los elementos que más contribuyan al descanso y al refrescamiento de la persona: quizás unos hermosos paisajes, si gusta de la pintura; un volumen de poemas favoritos, si le gusta la poesía. Los colores de las paredes deben ser los que le produzcan mayor placer, pero debieran seleccionarse entre los que mayor grado contribuyen al logro del reposo: azul, gris claro, dorado, amarillo. El lugar de retiro es sencillo y está amueblado simplemente y no existen en el mismo, elementos que distraigan al sujeto. Se halla muy limpio y todo permanece en perfecto orden. La simplicidad, la calma y la belleza constituyen las claves definitivas para el logro de lo que nos proponemos. Al través de la pequeña ventana, el individuo puede contemplar una hermosa playa. Las olas ruedan de allá para acá y de aquí para allí, mas el sujeto no puede oírlas ya que el pequeño gabinete de retiro está muy tranquilo y es muy silencioso.
Ponga tanto cuidado en la construcción de este gabinete imaginativo como pondría en la construcción de una verdadera casa. Trate de mostrarse profundamente familiar con cada uno de los detalles.


Disfrute a diario de una pequeñas vacaciones

En cualquier día que disponga de unos instantes de sombra, entre dos citas, al ir en autobús, etc., retírese a su “pacífico gabinete”. En el mismo minuto en que comience a sentir una tensión de cualquier clase, se sienta con prisa o lleno de ansiedad, retírese, por unos segundos, a su “habitación” en la que reina la calma. Por pocos que sean los minutos que emplee de esta manera en un día muy agitado, éstos le recompensarán con creces. Piense que no es tiempo perdido, sino tiempo que invierte en su propio beneficio. Dígase; “Voy a descansar un momento en mi tranquilo gabinete”.
Luego, procure verse en su imaginación cómo asciende las escaleras que le conducen a su habitación. Dígase: “Ahora estoy subiendo las escaleras; ya abro la habitación. Bien; ya me encuentro adentro del gabinete”. Procure tomar nota imaginativamente de todos los detalles de quietud y de descanso que hay en el mismo. Véase sentándose en un sillón favorito, en maravilloso descanso y en paz con todo el mundo. Su habitación es segura. Nadie le podrá tocar mientras usted se halla allí. No existe, pues, nada por qué preocuparse. Usted dejó sus preocupaciones al pie de la escalera. Aquí no hay decisiones que adoptar ni nada que dé prisa ni le moleste.


Todos necesitamos cierta dosis de escapismo

Sí, esto es “escapismo”. También el sueño lo es. Llevar un paraguas cuando llueve también es “escapismo”. La construcción de una verdadera casa que ha abrigarnos contra las inclemencias del tiempo es la misma cosa. También lo es la decisión de tomarse unas vacaciones. Pero, ciertamente, nuestro sistema nervioso necesita de cierta dosis de escapismo. Necesitamos alguna libertad y cierta protección contra el continuo bombardeo de los estímulos externos. Tenemos necesidad de unas vacaciones anuales para “vaciarnos” físicamente de las viejas escenas, los viejos deberes y las viejas responsabilidades. Todo ello “tenemos que enviarlo de vez en cuando al viento o al mismísimo diablo”.
Tanto su alma como su sistema nervioso necesitan un gabinete de descanso, un gabinete en donde pueda recuperar y proteger cada pedazo de ellos exactamente lo mismo que su cuerpo físico necesita de una casa real por razones idénticas. El gabinete mental le ofrece a su sistema nervioso un breve descanso cada día. Por un momento usted “se vacía” de todas sus obligaciones de trabajo, de sus responsabilidades, decisiones y presiones, y todo ello lo manda mentalmente al viento, mediante el sencillo procedimiento de retirarse a su “cámara” de reposo.
Los cuadros mentales impresionan al mecanismo automático mucho mejor que las palabras. Especialmente si esos cuadros contienen un fuerte sentido simbólico. Uno de los grabados mentales que ha hallado más efectivo es el siguiente:
En una visita que hice a Yellowstone National Park, hallábame esperando pacientemente a que el géiser “Old Faithful” arrojase una bocanada de vapor, lo que suele suceder, aproximadamente, en intervalos de una hora. De súbito, el géiser eruptó una gran masa de silbante vapor igual que una gigantesca caldera en la que hubiese reventado su válvula de seguridad. Un niño pequeño que permanecía cerca de mí, preguntó, entonces, a su padre: “¿Por qué hace eso?”
“Mira”, le dijo el padre. “Yo creo que la vieja Madre Tierra es igual que cada uno de nosotros. Forma una cierta cantidad de vapor, y una vez a cada rato tiene que soltar el sobrante con el objeto de conservarse en buen estado de salud”.
“¿No sería maravilloso, pensé, entre mí, si los seres humanos pudiésemos “soltar el vapor” sin daño alguno, lo mismo que el géiser, cuando las presiones emocionales se forman dentro de nosotros?
No poseía un géiser ni tampoco una válvula de vapor encima de mi cabeza, pero sí tenía mi propia imaginación. Así que comencé a emplear este cuadro mental cuando me retiraba a descansar a mi gabinete mental de reposo. Tendría, pues, que recordar el géiser “Old Faithful” y formarme un cuadro mental del momento en que la presión del vapor emotivo daba salida a éste, por la punta de mi cabeza, para evaporarse sin daño alguno. Procure probar este cuadro en el momento en que se sienta cansado o tenso. Ambas ideas de “soltar el vapor” y “de soltarlo por la punta de la cabeza” pueden presentarle estupendas asociaciones con las características de su propia maquinaria mental.


“Limpie” su mecanismo antes de tratar de resolver un nuevo problema

Si va usted a emplear una máquina de sumar o un computador electrónico, debe “quitar” de la máquina los problemas anteriores antes de tratar de solucionar uno nuevo. De otra manera, algunas partes del viejo problema o de la antigua situación, penetrarán en la nueva circunstancia y habrán de producir una respuesta errónea.
Este ejercicio de retirarse por breves instantes a su gabinete de reposo puede realizar en su mente la misma clase de “limpieza” de su mecanismo del éxito, y, debido a esta razón, es muy útil que lo practique entre las diversas tareas, situaciones o ambientes que requieren diferentes modos, ajustes o tendencias mentales.
Ejemplos comunes de las preocupaciones “que uno lleva consigo” o de los sentimientos de culpabilidad que deben “limpiarse” de la máquina mental son los siguientes:
Un ejecutivo de negocios lleva consigo a su casa las preocupaciones y el mal humor producidos por la jornada de trabajo. Durante todo el día se ha sentido como “cogido en una trampa”, ha sentido impulsos de apresuramiento y como algo que le empujaba “para que se pusiese a andar”. Quizás haya experimentado un poco de frustración que le ha obligado a mostrarse irritable. Cesó de trabajar físicamente cuando marchó a casa. No obstante, lleva consigo a su hogar un residuo de frustración, agresividad, prisa y preocupaciones. Todavía siente impulsos de seguir trabajando y no puede reposar. Se irrita con su esposa y la familia. Aún piensa en los problemas de la oficina aunque, por otra parte, no puede hacer nada acerca de ellos.


El insomnio y la rudeza son producidos frecuentemente por las emociones no superadas que el sujeto lleva aún consigo

Mucha gente suele irse a dormir cargada de preocupaciones cuando lo mejor sería que fuese a descansar. Mental y emocionalmente, está intentando todavía hacer algo acerca de una situación determinada a una hora en que “el hacer” es absolutamente impropio.
Durante todo el día hemos estado necesitando diversos tipos de organización mental y emotiva. El sujeto requiere entonces un “humor” y una disposición mental distinta para conversar con su jefe o con un cliente. Ahora bien, si el individuo ha estado hablando con un cliente airado e irritable, necesita cambiar su disposición “de humor” antes de ponerse a hablar con un segundo cliente. De otra manera, “la carga emocional” que todavía lleva consigo será completamente impropia al tratar con la otra persona.
En una gran compañía se averiguó que los ejecutivos de la misma contestaban al teléfono, sin conocer al interlocutor, con tonos duros, agrios e irritados. El timbre del teléfono repiqueteaba en medio de una junta bastante violenta, de la cual saltaba el ejecutivo sumido en sus sentimientos de frustración y hostilidad, y, por una u otra razón, ofendía al inocente interlocutor con su tono de voz hostil y enfadado. Esta compañía ordenó, entonces, a todos sus ejecutivos que hicieran el favor de detenerse unos cinco segundos y sonreír antes de recoger el auricular.


Las emociones no superadas como causa de accidentes

Las compañías de seguros y otras agencias que investigan las causas de los accidentes han descubierto que muchos de los accidentes automovilísticos se deben a las emociones no superadas. Por ejemplo, si el conductor acaba de tener una agria disputa con su patrón o con su esposa y ha experimentado cierta dosis de frustración o bien acaba de abandonar una situación que exigía un comportamiento agresivo, es muy probable que sufra un accidente. Se siente lleno de emociones incontroladas y manifiesta actitudes que resultan absolutamente inadecuadas para el hecho de conducir un vehículo. En realidad, no está enfadado con los otros choferes. Hállase en situación parecida a la del hombre que en la mañana despierta de un sueño en el cual ha experimentado un acceso de ira violenta. Percibe, sin embargo, que la injusticia que se cebó con él no se manifestó más que en el sueño. ¡Pero todavía se siente enfadado! ¡Y eso es todo!
El estado de temor puede prolongarse en nuestros ánimos de manera parecida.


El estado de calma y serenidad también podemos prolongarlo

Ahora bien, el objeto optimista que también debemos conocer acerca de todo esto consiste en que la amistad, el amor, la paz, la quietud y la calma también son emociones que podemos prolongar en nuestros ánimos.
Es imposible, como ya hemos dicho, experimentar o sentir temor, ira o angustia cuando nos hallamos en completo reposo, quietud y equilibrio. El retirarse entonces a su gabinete de descanso contribuirá a una limpieza ideal de su mecanismo con respecto a las diversas emociones y estados de humor. Las viejas emociones se evaporan y desaparecen. Al mismo tiempo, el sujeto ha de experimentar la calma, la paz y un estado de bienestar que ha de prolongarse a las actividades que sigan de inmediato. Ese período de quietud habrá de lavar la pizarra, por así decirlo, limpiará la máquina y le proporcionará una nueva página limpia para el ambiente que ha de seguir a ello.
Yo mismo suelo practicar “los períodos de reposo” inmediatamente antes y después de someter a un paciente a una operación quirúrgica. La cirugía requiere un alto grado de concentración, calma y autodominio. Por otra parte, sería desastroso, en el momento de una operación, convertirse en víctima de los impulsos de la prisa, la agresividad y de los sentimientos de preocupaciones personales. Por consiguiente, procuro limpiar mi maquinaria mental trasladándome por unos cuantos minutos a mi imaginado “gabinete de reposo” donde procuro aquietar todas mis tribulaciones. Pero, al contrario, el alto grado de concentración, de resolución y abstracción, que son tan necesarios en la circunstancia de una operación quirúrgica, serían totalmente impropios en una nueva situación social, si ésta tuviera que consistir en una entrevista en mi consultorio o en la asistencia o un gran baile. Así, pues, luego de haber hecho una operación, también suelo gastar un par de minutos en retirarme a mi gabinete de reposo, para limpiar las mesas, por así decirlo, y dejarlas listas para un nuevo tipo de acción.


Hágase sus propias sombrillas psíquicas

Mediante la práctica de las técnicas que presento en este capítulo, el sujeto podrá hacerse sus propias “sombrillas” psíquicas, las cuales deber ser a manera de pantallas que habrán de alejarle de los diversos estímulos perturbadores, proporcionándole mayor paz de espíritu y capacitándole para que pueda desempeñarse mejor en la vida.
Por encima de todo, procure mantener “in mente””, y persista “golpeando” durante sobre ello en casa, que la clave del asunto para que el individuo se sienta tranquilo o turbado, temeroso o en equilibrio, no consiste en los estímulos externos, sean éstos cuales fueren, sino en sus propias respuestas y reacciones. La respuesta propia es, pues, lo que le hace a uno sentirse temeroso, lleno de angustia e inseguro. Si no responde en absoluto “y deja que el timbre del teléfono continúe repiqueteando”, será imposible que se sienta usted perturbado, independientemente de lo que esté aconteciendo a su alrededor. “Sé como el promontorio sobre el que las olas rompen continuamente, pero ten en cuenta que aquél permanece firme y detiene la furia de las aguas que se abaten a su alrededor”, dijo Marco Aurelio.
El Salmo 91 constituye un vívido cuadro oral del hombre que experimenta sentimientos de salvación y de seguridad en el mero centro de los terrores de la noche, de las flechas que vuelan por el día, de las plagas, las intrigas, las trampas de los enemigos, los peligros (cayeron diez mil a su lado), a causa de que había encontrado “el lugar secreto” dentro de su propia alma y allí permanecía inamovible –ello es, el sujeto no reaccionaba ni respondía emocionalmente a las campañas que anunciaban el espanto de que había sido hecho presa el ambiente en que se encontraba-. Emocionalmente, ignorábalos por completo, así como William James recomendó la ignorancia total del mal y de los “acontecimientos y hechos” desgraciados con el objeto de que podamos preservar la felicidad, y lo mismo que James T. Mangan recomienda la ignorancia total de las situaciones adversas que se produzcan en nuestro ambiente para que podamos sentirnos en perfecto equilibrio.
El sujeto es fundamentalmente “actor” y no “receptor”. A través de todo este libro hemos hablado constantemente acerca de la conveniencia de reaccionar y responder con propiedad a los diversos factores con que tengamos que enfrentarnos en cualquiera de los ambientes en que nos hallemos. El hombre, sin embargo, no es originalmente “preceptor” sino “actor”. No sólo debemos reaccionar y responder, de una u otra manera, a cualquiera de los factores ambientales que se nos puedan presentar de la misma forma que un barco que sigue el camino al que le impulsa el viento. Como seres que perseguimos objetivos determinados, lo primero que  tenemos que hacer es ACTUAR. Nos proponemos nuestra propia meta y determinamos el curso de la misma. Luego, dentro de la idea estructural de la persecución del fin, tenemos que responder y reaccionar adecuadamente, ello es, de una manera que haya de servirnos para el progreso ulterior que ha de llevarnos a la meta perseguida.
Al responder y reaccionar a la retroacción negativa no tenemos que proseguir “bajando el camino” que lleva a la meta –o que sirve a nuestros fines-, ya que no hay que responder a nada en absoluto. Ahora bien, si una respuesta de cualquier clase nos desvía de la ruta u opera contra nosotros, entonces debemos cortar de inmediato la respuesta, ya que el “no responder” constituye, en este caso, la respuesta apropiada.


El estabilizador de las emociones

En casi cada una de las situaciones que se forman cuando perseguimos una meta, nuestra propia estabilidad interior constituye, por sí misma, un importante objetivo que debemos mantener. Debemos mostrarnos sensibles a los datos de la retroacción negativa que nos anuncian cuando nos desviamos de la ruta, de tal forma que podamos cambiar la dirección para proseguir acertadamente nuestro camino. Pero, al mismo tiempo, debemos conservar nuestro propio “barco” a flote y estabilizarlo. Nuestro barco no debe tropezar con las rocas o quizás hundirse por la acción de cualquier ola que encuentre al paso ni tampoco por las tempestades más serias con que tenga que enfrentarse. He aquí lo que dice Prescott Lecky: “Debemos mantener la misma actitud sean como fueren los cambios que se produzcan en el ambiente”.
La “disposición de dejar que suene el teléfono” es una actitud mental que contribuye a mantener nuestra estabilidad. Esta nos ayuda a no tropezar con nada, a no ser desviados de la ruta o destrozados por cualquier ola o arrecife que haya en nuestro ambiente.


Cese de luchar con “los hombres de paja”

Otro tipo de respuesta inadecuada que nos produce preocupaciones, inseguridad y tensión, lo constituye el mal hábito de tratar de responder emocionalmente a algo que sólo existe en nuestra imaginación. No satisfechos con responder solamente a los verdaderos estímulos menores de un ambiente real, muchos de nosotros creamos hombres de paja en nuestras propias imaginaciones y lo peor es que respondemos emocionalmente a estos cuadros imaginativos. Además de las circunstancias negativas que realmente existen en el ambiente, nos imponemos aún las creadas por nosotros mismos: Puede acontecer esto o lo otro; qué pasaría si sucediera eso, etc. En el momento en que nos sentimos preocupados solemos formar cuadros mentales –cuadros mentales adversos de lo que puede existir en el ambiente o de lo que puede acontecer-. Entonces, respondemos a estos cuadros negativos como si fueran reales. Recuerde que su sistema nervioso no puede notar la diferencia que existe entre una experiencia real y otra imaginada vívidamente.



“El no hacer nada” es la respuesta apropiada a un problema inexistente

Torno a repetirlo, el sujeto puede conquistar la tranquilidad contra esta clase de perturbaciones no por lo que haga sino por lo que no haga, es decir, negándose a responder. En tanto como concierne a las emociones, la respuesta adecuada a los cuadros de preocupaciones imaginadas consiste en expresar hacia los mismos una ignorancia total. Viva emotivamente el momento presente. Analice el ambiente en que se desenvuelva –hágase más consciente en todo lo que respecta, de manera real, a su ambiente- y procure responder y reaccionar al mismo en forma espontánea. Con el objeto de hacerlo así, el individuo tiene que prestar toda su atención a lo que está haciendo ahora. Usted tiene que mantener puesto el ojo en la pelota. Entonces, su respuesta será apropiada y no tendrá tiempo de notar lo falso o de reaccionar a ningún ambiente ficticio.


El primer marco de ayuda

El llevar constantemente consigo estas ideas es una especie de primer marco de ayuda:
Cualquier conmoción interna –o sea, lo opuesto a la tranquilidad- prodúcese, casi siempre, debido a una super-respuesta, esto es, a una “reacción de alarma” demasiado sensible. Ahora bien, cuando el sujeto crea dentro de sí un “tranquilizador” –una pantalla psíquica entre el ser interno y los estímulos perturbadores- y se ejercita en “la no respuesta”, “deja siempre que el teléfono continúe sonando”.
El individuo, mediante este procedimiento, cura sus viejos hábitos de “super-reacción”, y extingue los viejos reflejos condicionados, cuando practica el hábito de “dejar hacer” o “dejar pasar”, el cual es automático y consiste en la respuesta inconsciente.
El reposo constituye nuestro propio “tranquilizador” natural. Ahora bien, el reposo estriba en la carencia de reacción. Aprenda, pues, a conquistar el reposo físico mediante la práctica cotidiana. Luego, cuando necesite practicar la carencia de reacción en las actividades diarias “haga precisamente lo que está haciendo” en tanto descansa.
Emplee la técnica del “gabinete de reposo” mental como su tranquilizador cotidiano con el objeto de tonalizar sus reacciones nerviosas y de limpiar su mecanismo emocional de las emociones que carga consigo y que resultarían inadecuadas en cualquier nueva situación con que tenga que enfrentarse.
Cese de producirse espantos de muerte con sus propias figuraciones. No continúe luchando contra los hombres de paja o las fantasmagorías. Responda emocionalmente a lo que es en realidad, aquí y ahora, e ignore el resto de las cosas.
EJERCICIO PRACTICO: Prodúzcase en su imaginación un vívido grabado mental de su propia persona en el que se vea sentado pacíficamente, en completa quietud, dejando que suene el timbre del teléfono en la misma forma en que hemos señalado anteriormente en este mismo capítulo. Luego, procure “transportar consigo” en sus actividades diarias esta misma actitud llena de paz, inamovible y equilibrada, mediante el procedimiento de evocar el grabado mental descrito. Dígase: “Voy a dejar que suene el teléfono”, en cualquier momento que estuviese tentado de “obedecer” o responder a alguna alarma de temor o de ansiedad. Inmediatamente después, emplee su imaginación en los ejercicios correspondientes a las diversas situaciones en que encuentre necesario el uso de la “carencia de reacción”: véase, entonces, sentado pacíficamente y sin hacer ningún movimiento mientras un colega suyo disparata y sueña. Véase cumpliendo sus tareas diarias una por una, y todo ello con calma, mesura y sin prisa alguna, independientemente de las presiones propias con que le trate de apresar un día lleno de actividad febril. Véase manteniendo la misma constante y estable compostura a pesar de las diversas “alarmas de la prisa” y las “alarmas de presión” que puedan presentársele en el ambiente. Véase en las diversas situaciones que le llegaban a irritar en el pasado, pero tenga en cuenta que HOY debe quedarse usted guardando una sola compostura llena de calma y de equilibrio, y que no va intentar responder a nada que le perturbe.


El termostato espiritual

Su cuerpo físico posee un termostato interno autoconstruido. Este es un servo-mecanismo que mantiene constantemente su temperatura interna a treinta y seis grados y medio y jamás tiene en cuenta la temperatura que reina en el ambiente. El tiempo que hace a su alrededor puede ser sumamente frío, supongamos de unos quince grados bajo cero. No obstante, su cuerpo mantiene su propia temperatura: treinta y seis grados y medio constantemente. Sin embargo es capaz de funcionar con absoluta propiedad en el ambiente en que se encuentra a causa de que no toma para sí el clima que reina en su derredor. Sea cálido o frío, haga frío o calor, el cuerpo continúa manteniendo su propia temperatura.
El sujeto también posee un termostato espiritual interno, construido por él mismo, que le capacita para que pueda mantener un clima y atmósfera emocionales constantes a pesar del tiempo EMOCIONAL que le circule. Mucha gente no suele hacer empleo de este termostato espiritual debido a que no saben que lo poseen; no saben que este género de cosas sea posible y tampoco logran comprender que no tienen por qué recoger para sí el clima externo. Además, el termostato espiritual es precisamente tan necesario para la salud emotiva y el bienestar psíquico como el termostato físico lo es para preservar la salud del cuerpo. Comience, pues, a usarlo ahora mismo empleando las técnicas que le describo en el presente capítulo.

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