viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo XI


Capítulo Décimo Primero

Como encerrar la personalidad real


La “PERSONALIDAD”, ese algo tan misterioso y magnético que es tan fácil de reconocer, pero tan difícil de definir, no es tanto un algo que es adquirido sin ayuda de nada como un algo que es revelado desde adentro.
Lo que denominamos “personalidad” constituye la evidencia externa de ese ser creador, único e individual, que fue hecho a la imagen y semejanza de Dios –esa chispa divina que poseemos dentro de nosotros- a que podemos llamar la expresión libre y completa del “Yo” real.
Ese ser real, que existe dentro de cada persona, es sumamente atractivo. Es, también, magnético. Además, es susceptible de asestar impactos de poderosa influencia sobre los otros seres humanos. Poseemos el sentido de que nos hallamos constantemente en contacto con algo real y básico. Por otra parte, el individuo que imita a los demás suele disgustar y hacerse detestable al resto de las personas.
¿Por qué todo mundo gusta de los niños que se hallan en su primera infancia? En realidad, no es por lo que éste hace, por lo que sabe o por lo que posee sino simplemente por lo que es. Todo niño posee una personalidad altamente definida. En ella no hallamos superficialidades, imitaciones, ni hipocresías. En su propia lengua, compuesta generalmente de gritos, llantos y arrullos, el niño expresa sus sentimientos reales. “Dice siempre lo que quiere decir”. En ello no hay nunca dolo ni superchería. El niño es honesto en su emotividad. Ejemplificada hasta la enésima potencia el dictado psicológico de “sea usted mismo”. No tiene escrúpulos en cuanto concierne a su propia expresión no tampoco experimenta la más pequeña inhibición.


Todo el mundo encubre su propia personalidad

Todo ser humano posee ese misterioso algo que llamamos personalidad.
Cuando decimos que una persona determinada posee una buena personalidad, queremos decir que ésta ha liberado las potencias creadoras que existen dentro de ella, de tal modo que es capaz de expresar su “Yo” verdadero.
Las expresiones “pobre personalidad” y “personalidad inhibida” poseen exactamente el mismo significado. Se ha encerrado en sí misma, “se ha metido dentro de un puño”, ha dado dos vueltas a la llave y ha arrojado ésta al espacio. La palabra “inhibit” (inhibir) significa, literalmente, cesar, andarse prevenido, prohibir, restringir o “ceñirse a algo”. La personalidad inhibida se ha impuesto una restricción en cuanto atañe a la expresión de su ser real. Por una u otra razón teme manifestarse con franqueza, teme ser ella misma y ha encerrado su ser verdadero en una especie de prisión interna.
Los síntomas de la inhibición son diversos y variados: vergüenza, timidez, autoacusación, hostilidad, sentimientos excesivos de culpabilidad, insomnio, nerviosismo, irritabilidad y falta de capacidad para permanecer en sociedad con otros individuos.
La frustración es la característica principal que se acusa en casi cada una de las áreas y actividades a que se dedica la persona inhibida. La frustración real y básica de la misma consiste en el fracaso de “ser ella propia” y en el fracaso de expresar, en forma adecuada, su propio yo. Esta frustración básica colorea y tiñe todo lo que hace el sujeto de “personalidad inhibida”.

Una retroacción excesivamente negativa es la llave que conduce a la inhibición

La ciencia de la cibernética nos proporciona un nuevo y más profundo conocimiento de la personalidad inhibida, mostrándonos, al mismo tiempo, el camino que nos puede conducir a la liberación de las inhibiciones, a la libertad y al modo de aliviar a nuestro espíritu de las ligaduras con que hayamos constreñido.
La retroacción negativa de un servomecanismo cumple una labor de crítica. La retroacción negativa dice realmente: “Está equivocado, se está desviando de su camino y necesita aplicar la debida corrección para tornar a apuntar en el rumbo que persigue”.
El propósito de la retroacción negativa consiste, sin embargo, en modificar la respuesta y en cambiar el curso de la acción ulterior sin DETENER conjuntamente a la una y al otro.
Si la retroacción negativa está trabajando con propiedad, un obús dirigido o un torpedo habrán de reaccionar a la “crítica” en el grado que baste para hacerles corregir el curso que siguen, y así mantener constantemente hacia delante la puntería que ha de llevarles hasta dar en el blanco requerido. Este curso consistirá, como hemos explicado anteriormente, en una larga serie de zig-zags.
No obstante, si el mecanismo se muestra demasiado sensible a la influencia de la retroacción negativa, el “servomecanismo” habrá, entonces, de super corregirse, y, en vez de progresar en su carrera hacia el blanco, ejecutará exagerados zig-zags laterales o habrá de detener sus avances ulteriores.
El propio “servomecanismo” interno, que nosotros mismos nos hemos ido creando, opera en forma idéntica. Debemos, pues, tener nuestra retroacción en orden con objeto de hacerla operar adecuadamente y de que nos sirva para seguir el rumbo prefijado con que ha de guiarnos a la consecución del fin que nos proponemos.


La excesiva retroacción negativa iguala a la inhibición.

La excesiva retroacción negativa dice constantemente: “Deje lo que está haciendo o el modo como lo está haciendo y haga alguna cosa más”. Su propósito consiste en modificar la respuesta o en cambiar el grado de la acción ulterior, pero no en detener toda la acción. La retroacción negativa no dice “Pare…¡Punto!”. Lo que dice es esto: “Todo lo está haciendo mal”. Pero no dice: “Es malo hacer algo”.
No obstante, cuando la retroacción negativa es excesiva o cuando nuestro propio mecanismo se muestra demasiado sensitivo con respecto a aquél, el resultado no consistirá en la modificación de la respuesta sino en la inhibición total de ésta.
La inhibición y la excesiva retroacción negativa son dos cosas idénticas. Cuando super-reaccionamos a la retroacción negativa o la “crítica”, nos hallamos dispuestos a concluir que no sólo se ha desviado nuestro curso ligeramente de la aguja indicadora y ha seguido un camino erróneo sino que también sería equivocado para nosotros que tratásemos de seguir hacia delante.
El visitante de un bosque o el cazador suele orientarse, para regresar a donde dejó su automóvil, mediante la selección de algún punto prominente de la tierra que se halle cerca de su coche, o bien escoge un árbol tan alto que se distinga tanto de los demás que pueda divisarlo desde algunas millas de distancia. Cuando se halla dispuesto a regresar al sitio en que dejó el automóvil, mira hacia el árbol previamente escogido (o sea, a su blanco) y comienza a caminar en dirección al mismo. De vez en cuando, puede perder de vista el árbol, pero tan pronto como le es posible “coteja el rumbo” mediante la comparación del curso que sigue y el ubicamiento del árbol preseleccionado.
Si ve que su rumbo se le ha reparado quince grados a la izquierda del árbol, podrá reconocer fácilmente que sigue una ruta equivocada. Corrige su rumbo de inmediato y torna a caminar en dirección del árbol. Sin embargo, no llega por ello a la absurda conclusión de que el caminar sea malo para él.
No obstante, muchos de nosotros somos culpables de llegar a una conclusión tan absurda y estúpida. Cuando nuestra atención logra captar que el modo de expresarnos se halla fuera de lo usual, que “ha perdido la señal” o que es erróneo, concluimos en que la “autoexpresión” por sí misma no es buena o que la consecución del éxito, para nosotros, (el alcanzar a nuestro árbol particular), es perjudicial.
Procure tener en mente que la excesiva retroacción negativa tiene la propiedad de interferir o de hacer cesar completamente la respuesta apropiada.


La tartamudez como síntoma de la inhibición

La tartamudez ofrece una excelente ilustración de cómo la excesiva retroacción negativa conduce a la inhibición e interfiere la respuesta apropiada.
La mayor parte de nosotros no percibimos conscientemente el hecho de que mientras nos hallamos hablando estamos recibiendo los datos de la retroacción negativa a través de lo que oímos decir a nuestra propia voz. Esta es la razón por la que los individuos afectados de mudez total raramente llegan a hablar bien. No tienen modo de conocer el momento en que sus voces chillan, gritan o producen murmullos ininteligibles. Esta es también la razón por la que las personas que nacen mudas no aprenden a hablar en absoluto, excepto si se hallan dotadas de buenos maestros. Si usted hace señas, se sorprenderá de que no pueda hacerlas en clave o en armonía con otras personas, en tanto se haya padeciendo una mudez temporal a causa de un resfriado.
De todos modos, la retroacción negativa por sí misma no constituye un impedimento o una desventaja con respecto a una dicción perfecta. Por el contrario, nos capacita para que hablemos correctamente. Los maestros de lenguas recomiendan que debemos grabar nuestras propias voces en una cinta magnética, y volver a oírlas, de tal modo que ello nos sirva como método para perfeccionar nuestra pronunciación, entonación, etc. Al hacer esto, nos damos cuenta de los errores que cometemos al hablar en forma tal que nunca habíamos notado anteriormente. Ello nos capacita a ver con claridad lo que solemos hacer mal, para, de este modo, poder corregírnoslo.
Sin embargo, si la retroacción negativa ha de ayudarnos a hablar mejor, debiera mostrarse 1) más o menos automático o subconsciente, 2) producirse espontáneamente, o sea, mientras estamos hablando, y 3) el responder a la retroacción no debiera producirse tan sensitivamente que en vez de ayudarnos nos produzca una inhibición.
Si nos manifestamos conscientemente supercríticos con respecto a nuestra dicción osi nos conducimos con demasiado cuidado al tratar de evitar los errores por adelantado, en vez de reaccionar espontáneamente, lo más probable es que concluyamos tartamudeando.
Por otra parte, si la excesiva retroacción del tartamudo puede descender de carga o si se le puede hacer espontáneo mejor que anticipatorio el perfeccionamiento en su dicción se producirá de inmediato.



El autocriticismo consciente obliga a hacer mal cuanto se emprende

Ello ha sido comprobado por el Dr. E. Colin Cherry, de Londres, Inglaterra. En un artículo publicado en la revista científica británica “Nature”, el doctor Cherry afirma la opinión de que la tartamudez es producida por un exceso de monitorismo o instrucción. Para comprobar esta teoría hizo que 25 estudiantes se equiparan de audífonos a través de los cuales pudieran oír sus propias voces en una fuerte tonalidad. Cuando les pidió que leyesen en voz alta un texto preparado en estas condiciones, eliminando el autocriticismo, la mejoría se acusó en forma notable. Otro grupo, compuesto también por tartamudos, fue entrenado en oír “conversaciones en voz baja”, para que las siguieran en tanto como les fuese posible e intentaran hablar con una persona que estuviese leyendo un texto, o una voz en la radio o en la televisión. Luego de una breve práctica, los tartamudos aprendieron a “hablar en voz baja” fácilmente y a acompañar a estas voces, y la mayor parte de ellos fueron capaces de hablar normal y correctamente bajo estas condiciones que les obligó a apartarse del “criticismo por adelantado” y les forzó, literalmente, a hablar con espontaneidad o a sincronizar sus modos de hablar y a “corregírselos”. Una práctica adicional de las “conversaciones en voz baja” capacitó a los tartamudos a que aprendiesen a hablar con corrección a todas horas.
Cuando la excesiva retroacción negativa o autocriticismo, es eliminado, la inhibición desaparece y mejora la ejecución de lo que nos hallamos haciendo. Cuando no disponemos de tiempo para preocuparnos o mostrarnos “demasiado cuidadosos” por adelantado, la expresión mejora de inmediato. Todo esto nos proporciona una clave valiosa para que podamos liberarnos de las inhibiciones o abrir una personalidad demasiado encerrada, y, por consiguiente, nos ayuda a obtener el perfeccionamiento de la ejecución en cualquier otra área o actividad que nos hallemos desempeñando.


La preocupación excesiva conduce a la inhibición y a la ansiedad

¿Ha intentado alguna vez enhebrar una aguja?
Si es así, y no tenía experiencia en eso, debe haber notado que usted apenas podía sostener el hilo y que lo mantenía firme, tenso y duro como una roca hasta lograr aproximarlo al ojo de la aguja e intentar pasarlo a través de la pequeñísima abertura. Cada vez que trataba de meter la hebra por el diminuto agujero, su mano, sin duda, le temblaba continuamente, y, sin que lo pudiese evitar, el hilo perdería, a cada instante, el pequeño hoyo por donde debería haber atravesado.
Cuando intentamos verter un líquido en el interior de una botella que tiene el cuello sumamente estrecho se produce de ordinario una experiencia del mismo género. El individuo puede mantener la mano completamente firme hasta que trata de realizar su propósito; entonces, por alguna extraña razón, ésta se pone a temblar y a moverse agitadamente.
En los círculos médicos denominamos a esta experiencia “el temblor del deseo”.
Ocurre eso, como en los ejemplos mencionados, cuando los individuos normales se preocupan demasiado o se muestran excesivamente cuidadosos de no errar sus intentos en la ejecución de un determinado propósito. En ciertas circunstancias y condiciones patológicas, tales como los daños que se ocasionan a ciertas áreas del cerebro, este “temblor del deseo” puede resultar sumamente pronunciado. Un paciente, por ejemplo, puede ser capaz de mantener firme la mano en tanto no trate de hacer nada. Pero dejémosle que intente meter la llave en la cerradura de la puerta de su casa, y, entonces, podremos observar que la mano se le mueve en zig-zag hacia delante y atrás unos cuantos centímetros. Quizás sea usted capaz de mantener la pluma suficientemente firme hasta el momento en que se decide a echar una firma. En este instante, la mano se le pondrá a temblar esto y se dispone a mostrarse más cuidadoso con respecto a sus actos y procuran no cometer errores en presencia de gente extraña puede ser que se muestre entonces incapaz de firmar un nombre en absoluto.
A este tipo de individuos se les puede ayudar, y con frecuencia de manera notable, ejercitándoles en las técnicas del reposo por medio de las cuales aprenderán a descansar cuando se hayan excedido en los esfuerzos que dedicaron a cuanto atañe a la realización de sus “propósitos”, y enseñándoles, la mismo tiempo, a no mostrarse demasiado cuidadosos en lo que concierne a evitar errores y fracasos.
El cuidado excesivo o el sentir demasiada ansiedad para no cometer un error constituye una forma de exceso de carga la retroacción negativa. Lo mismo que el caso del tartamudo, que intenta anticiparse a los posibles errores sintiéndose extremadamente preocupado para no cometerlos, el resultado a que conducen todas estas tensiones es siempre idéntico: la inhibición y el deterioro del hecho que tratamos de ejecutar. La preocupación excesiva y la ansiedad son dos sensaciones que guardan entre sí estrecho parentesco. Ambas ejercen extraordinaria influencia en lo que respecta a los posibles “fracasos” o la “hacer mal las cosas”, al mostrar demasiado esfuerzo consciente para hacerlo todo bien.
“No me gustan esas gentes frías, precisas, perfectas, que, con el objeto de no equivocarse nunca, jamás hablan de nada, y que, por no hacer nada mal, tampoco nunca hacen nada”, dijo Henry Ward Beecher.


El consejo de William James a los estudiantes y a los maestros

“¿Quiénes son los estudiantes que hablan aturdidamente en el aula de declamación?”, pregunta el sabio psicólogo. “Los que creen en la posibilidad del fracaso y sienten la gran importancia del acto en que están tomando parte”. James prosigue: “¿Quiénes son los que recitan bien? Con frecuencia los que se muestran más indiferentes al acto que realizan. Las ideas de éstos van saliendo en sus memorias, como el hilo del carrete, de pleno acuerdo con la que están haciendo. ¿Por qué oímos tan a menudo la queja de que la vida social de Nueva Inglaterra es menos rica, expresiva y más cansada que en cualquier otra parte del mundo? El hecho en sí, si es cierto que existe, ¿no deberá, quizás, consistir en la disposición conscientemente “superreactiva” de sus habitantes, temerosos de decir algo demasiado trivial y obvio, o algo insincero, o algo indigno de sus interlocutores o algo que de una u otra manera no sea adecuado a la ocasión? ¿Cómo, pues, se podría llevar una conversación a través de un mar lleno de responsabilidades y de inhibiciones como éstas? Por otra parte, la conversación sólo fluye y refresca a la sociedad cuando ni las unas ni las otras personas que toman parte en ella quedan exhaustas a causa del esfuerzo que se imponen para producirse con perfección, o sea, cuando los agentes olvidan sus escrúpulos y quitan los frenos a sus corazones y dejan que sus lenguas se muevan y meneen tan automática e irresponsablemente como sus voluntades les sugieran.
“Se habla mucho en los círculos pedagógicos de hoy acerca del deber que tiene el maestro de preparar sus lecciones por adelantado. Parcialmente, ello es útil. Más nosotros, los yanquis, no somos, con seguridad, de esas personas a las que se pueda rogar que cultiven una doctrina de carácter tan general. Nos mostramos demasiado preocupados con respecto a la misma. El consejo que me atrevería a ofrecer a la mayor parte de los maestros hállase implícito en las palabras de un individuo que es por sí mismo un maestro admirable. Prepárese tan bien sobre el sujeto, que constantemente pueda dominarlo; luego, en el aula, confíe en su espontaneidad y trate de alejarse de otras preocupaciones.
“Aconsejo a los estudiantes, especialmente a las estudiantas, poco más o menos la siguiente cosa. Igual que la cadena de una bicicleta puede estar demasiado tirante, así puede la rectitud de conciencia y la atención de uno manifestarse tan tensas que lleguen a perturbarle el libre funcionamiento de la mente. Tomemos, por ejemplo, esos períodos llenos de inquietud en que se suceden los días de los exámenes. Una onza de buena tonalidad nerviosa en los exámenes vale lo que muchas libras de vehemente estudio hecho por adelantado. Si el alumno quiere realmente comportarse lo mejor posible en un examen, el estudiante debe apartar de sí los libros el día anterior y decirse a sí mismo: ‘no quiero perder un minuto más en este miserable asunto, y, además, me importa un comino si salgo bien o no’. Dígase esto sinceramente, siéntalo y váyase a jugar o a dormir, y aseguro que los resultados que se han de obtener al siguiente día habrán de animar al estudiante a emplear este método constantemente”. (William James, On Vital Reserves. New York, Henry Holt and Co., Inc.).


El “autoconocimiento” interno es realmente “el conocimiento interno” de otros

La relación de “causa-a-efecto” entre una excesiva retroacción negativa y lo que solemos denominar “conciencia de sí mismo” o “autoconocimiento interno” puede verse de inmediato.
En cualquier clase o suerte de relaciones sociales recibimos constantemente, mediante otras personas, datos procedentes de la retroacción negativa. Una sonrisa, un guiño o bien centenares de otras señas diversas que nos indican aprobación o reprobación, las cuales pueden manifestarse llenas o carentes de interés y nos están aconsejando constantemente “lo que debemos hacer”, a dónde debemos ir o, para decirlo así, cuándo vamos a esconder o a perder la “señal” que nos hemos marcado. En cualquier clase o suerte de situación social existe una constante interrelación entre el que habla y el que escucha y entre la persona que actúa y la que observa. Pues bien; sin esta comunicación constante, hacia delante y atrás, las relaciones humanas y las actividades sociales carecerían de toda posibilidad, virtual, y si acaso fueren posibles, se manifestarían groseramente, sin facetas, carentes de inspiración, como muertas y enterradas y sin “chispas” de ninguna clase.
Los buenos actores y actrices, lo mismo que los locutores públicos, participan y “sienten” esta comunicación con el auditorio y ello les ayuda a representar mejor sus papeles. Los individuos de “buena personalidad”, que son populares y poseen magnetismo en las diversas circunstancias sociales, sienten esta comunicación con la demás gente, y, automática y espontáneamente, responden a la misma en forma creadora. La comunicación con las otras personas se emplea como retroacción negativa y ésta capacita al individuo a comportarse mejor en sociedad. Si un determinado individuo no puede responder a esta comunicación con otras personas, se convierte en un tipo frío y de “mala sombra”, en el tipo de “personalidad” reservado que no se manifiesta cordial con la gente; en fin, sin esta comunicación el sujeto humano se convierte en un mundo social, en el tipo difícil de conocer que no interesa a ninguna persona.
No obstante, este tipo de retroacción negativa debe ser creadora para que surta el efecto deseado. Es decir, debe manifestarse poco más o menos libre de “autoconciencia” y producirse con automatismo y espontaneidad, más que sujeto a las autoquejas conscientes o al pesar acerca de sí mismo.


La preocupación en “lo que el prójimo piensa acerca de mí” produce inhibición

Cuando el individuo se manifiesta demasiado consciente con respecto a lo que otros piensan acerca de él y muestra excesivo cuidado en cuanto concierne a complacer al prójimo y, además, llega a sentirse susceptible en exceso a la reprobación que puedan expresarle las otras personas, ya sea ésta real o imaginada, entonces es seguro que posee una exorbitante retroacción negativa, sobra de inhibición y, sometido a la influencia de estas presiones, jamás podrá desempeñarse bien en ninguno de sus actos.
Si el sujeto trata, constante y conscientemente, de vigilar y dirigir cada uno de sus actos, palabras o maneras de conducirse, otra vez habrá de convertirse en una persona inhibida y de excesiva autoconciencia.
El individuo, en este caso, habrá de sentirse excesivamente preocupado en cuanto concierne a producir una buena impresión y, debido a ello, otra vez tornará a reprimir sus impulsos naturales, a inhibir su “Yo” creador y a causar una impresión pobre.
La manera de producir una buena impresión a las gentes extrañas consiste en: No tratar nunca de producir una buena impresión; jamás procurar hacer nada que sea producido por efecto de ideas imaginarias conscientemente. Tampoco debe “preguntarse” uno nunca lo que pueda estar pensando otra persona acerca de nosotros ni preocuparnos la opinión en que ésta pueda tenernos.


De cómo un agente de ventas logró curarse de la preocupación acerca de su propia persona

James Mangan, el famoso agente de ventas, autor y conferenciante, manifiesta que cuando abandonó su casa por primera vez era un individuo que se sentía turbado por el exagerado sentimiento que tenía respecto a su propia individualidad, especialmente cuando se hallaba comiendo en un lujoso restaurante de algún hotel de primera clase. Así, pues, en el mismo instante en que atravesaba la sala del comedor creía sentir que los ojos de los demás comensales se dirigían a su persona para juzgarla y criticarla. Cuidábase penosamente de sí mismo a cada instante; fijábase en la manera de caminar, la forma en que se sentaba, y, sobre todo, trataba de tener siempre en cuenta los modales y el comportamiento que observaba en la mesa, así como en la forma en que estaba comiendo. En todos estos movimientos mostrábase extrañamente tenso y desmañado. “¿Por qué me comporto con tan rara dificultad?”, solía preguntarse. Sabía que tenía buenos modales de mesa y conocía la suficiente etiqueta social para poder comportarse con la corrección que le demandaran las diversas circunstancias. ¿Por qué nunca había sentido tanta preocupación acerca de sus propios modales cuando comía en la cocina con su madre y su padre?
Decidió que ello era debido a que cuando se hallaba comiendo con sus padres nunca pensó ni molestarse en preguntarse en cómo se estaba comportando. En pocas palabras, no se mostraba preocupado ni autocrítico ni tampoco le importaba el efecto que pudiera producir en su familia. Sentíase libre, desenvuelto y confiado, y, a causa de esto, todo le salía a las mil maravillas.
Así, pues, James Mangan curó al excesivo sentimiento que poseía acerca de su propia individualidad, acudiendo al recuerdo de cómo se había sentido y comportado “cuando iba a la cocina a comer con papá y mamá”. Luego, en el momento en que se disponía a atravesar la sala de un restaurante lujoso, no tenía más que imaginarse “que iba a comer con sus padres” y conducirse de acuerdo con esta idea.


El equilibrio y el reposo se presentan cuando el individuo ignora la carga excesiva de las retroacciones negativas

También Mangan descubrió que pudo superar su “temor social” y la demasiada consideración acerca de sus actos cuando se presentaba ante sus más grandes clientes o se hallaba en los altos círculos sociales tornando a repetirse su consabida consigna de “Voy a comer con papá y mamá”, y, de esta manera, lograba reprimir en su imaginación lo que había sentido, y ello le permitía conducirse con la misma libertad que si hubiera estado con sus padres. En su famoso libro The Knack of Selling Yourself, Mangan aconseja a los agentes de ventas que empleen el “¡Voy a ir a casa a comer la sopa con mi padre y mi madre! Ya he pasado por esto un millar de veces y nada nuevo puede acontecer aquí”. Esta actitud la adoptaba el citado autor en todas las circunstancias nuevas y extrañas en que solía hallarse.
“Esta actitud de mostrarse inmune a la influencia de las personas ajenas o a las situaciones extrañas, este menosprecio total hacia todo lo desconocido o inesperado tiene su propio nombre: se llama ‘equilibrio’. El equilibrio produce el alejamiento deliberado de todos los temores que surgen de las circunstancias y situaciones nuevas e incontrolables”. (James Mangan, The Knack of Selling Yourself, The Dartnell Corp., Chicago).


El individuo necesita preocuparse de su propia individualidad

El difunto Dr. Albert Edward Wiggan –famoso educador, psicólogo y conferenciante- decía que en sus primeros años de vida se mostraba tan preocupado acerca de su propia individualidad que le era imposible decir las lecciones en la escuela. Evitaba a las personas ajenas y no podía hablar con ellas sin inclinar la cabeza. Constantemente hacía todo lo posible para superar esta disposición que padecía, pero no lograba nada. Entonces, cierto día, le surgió una nueva idea. Aquella terrible molestia no tenía que ver nada con la obsesión que creía padecer con respecto a la continua autovigilancia consciente de sus actos y de sus palabras. Era, realmente, otra cosa: el extremado cuidado que sentía con respecto a lo “que los otros individuos pudieran pensar de él”. Mostrábase penosamente susceptible a cuanto los otros pudieran pensar de cualquier cosa que él dijera o hiciese o que concerniere a cada uno de sus movimientos. Eso le maniataba fuertemente y obligábale a no pensar con claridad y a no poder decir ni hacer nada. Más no se sentía así cuando se hallaba solo. Entonces encontrábase en perfecta calma y en buen equilibrio y podía recrearse en toda una serie de interesantes ideas que le habría gustado expresar. Además, hallábase perfectamente consciente de ello cuando se encontraba en casa consigo mismo.
Pues bien; al darse cuenta de ello, cesó de preocuparse y comenzó a conquistar el concepto que debía tener de sí mismo, de sus actos e ideas y palabras. Así, pues, empezó a cultivar sus aptitudes de examen de la autoconciencia: sus sentimientos, conducta y las ideas de cuando se hallaba solo, sin preocuparse en absoluto de cómo le pudiera juzgar el prójimo o de cómo éste podría sentir acerca de él. Esta separación total de la opinión y del juicio de las otras personas no le produjo, sin embargo, un encallecimiento en su conducta ni tampoco le hizo mostrarse con arrogancia ni absolutamente insensible hacia las demás personas. No hay ningún peligro en tratar de erradicar la retroacción negativa por mucha fuerza e interés que ponga en procurar conseguirlo. Ahora bien, si desarrolla el mismo esfuerzo en la dirección opuesta, reducirá la totalidad del mecanismo extrasensitivo de su retroacción. Por fin, el individuo de que hablamos entabló mejores relaciones sociales con toda la gente y llegó a ganarse la vida desempeñando la profesión de consejero social y pronunciando discursos a grandes grupos de personas “sin sentir jamás el menor grado de perturbaciones o causa de censuras autoconscientes”.


“La conciencia nos hace cobardes a todos”

Así dijo Shakespeare. Esto mismo expresan también hoy los más modernos psiquiatras y los pastores más ilustrados. La conciencia por sí misma constituye un mecanismo de dos datos negativos, aprendidos y cargados en la retroacción que tiene mucho que ver con la moral y con la ética. Si el dato aprendido y fichado es correcto (concepto que concierne a lo que está “bien” y está “mal”) y el mecanismo de la retroacción no es extrasensitivo, sino realista, el resultado es (exactamente igual que en cualquier otra situación de perseguir un objetivo) que somos relevados de la terrible obligación de tener constantemente que “decidir” sobre lo que es “bueno” o de lo que es “malo”. La conciencia nos “pone en el rumbo” o nos “guía” hacia “lo directo y lo estrecho”, a la meta de lo correcto y lo apropiado, al objetivo de la conducta realista en tanto ello pueda concernir a la ética y a la moral. La conciencia opera automática y subconscientemente lo mismo que cualquier otro sistema de retroacción.
No obstante, el Dr. Harry Emerson Fosdick dice al referirse a lo que más arriba hemos tratado: “La conciencia puede engañarle”. En efecto, la conciencia, por sí misma, puede estar equivocada. Ello depende de cómo sus creencias básicas entiendan el bien y el mal. Si sus creencias básicas se hallan saturadas de verdad y son realistas y sensibles la conciencia puede convertirse en un valioso aliado cuando usted está tratando con el mundo real y navega por el mar de la ética. Actúa, entonces, como una brújula que le mantiene “fuera de los lugares peligrosos”, lo mismo que la brújula de marinero preserva a éste de que choque contra los arrecifes. Mas si sus creencias básicas son falsas por sí mismas, insinceras, irrealistas e insensibles, éstas mismas le “desviarán” la brújula manteniéndole fuera de norte lo mismo que los pequeños pedazos de metal magnético pueden perturbar la función del compás del marinero y llevarle a la perdición en vez de salvarle la vida.
El vocablo “conciencia” no tiene el mismo significado para todo el mundo. Si el sujeto se ha formado en un ambiente en el que se cree, como lo han sido muchas personas, que es pecaminoso usar botones en los vestidos, habrá de sentir ciertos reparos en el momento en que los use. Si, por otra parte, el individuo ha crecido en un medio en el que se piensa que cortarle la cabeza a otro ser humano, achicarla y colgarla luego de la pared es algo que está bien hecho, es apropiado y manifiesta un signo de humanidad, entonces el sujeto habrá de sentirse culpable e indigno en el caso de no ser capaz de encoger una cabeza. (Los salvajes cazadores de cabezas no dudarían de denominar a esto “una falta de omisión”).




La función de la conciencia tiene por objeto hacernos felices y no desgraciados

El propósito de la conciencia consiste en ayudarnos a alcanzar la felicidad, para que podamos ser sujetos productores, y en nada más que eso, pero si el individuo deja “que la conciencia le sirva de guía”, ésta debe basarse entonces en la pura verdad y, desde luego, habrá de apuntar solamente hacia el norte verdadero. De otra manera, si, por ejemplo, nos ponemos a obedecerla ciegamente, sólo nos meterá en dificultades, en vez de sacarnos de ellas convirtiéndonos, de paso, en seres no solamente desgraciados e inadaptados sino también en sujetos incapaces de hacer nada.


La autoexpresión es ajena a la moral

Cuando adoptamos actitudes morales en asuntos que no tienen que ver nada con la moral, solemos enfrentarnos a multitud de resultados erróneos. Por ejemplo, la autoexpresión –o la carencia de ella- no representa, básicamente, un problema de ética, aparte del hecho de que nuestro deber consiste en emplear los talentos que Dios nos concedió.
No obstante, la autoexpresión puede convertirse en una “falta” moral –en tanto guarde relación con la conciencia- si el sujeto es obligado a callar, o bien se le humilla y se le avergüenza o quizás se le castiga como a un niño en el momento en que manifiesta sus ideas. De esta manera “aprende” el niño a saber que es “malo” el tratar de expresarse y ello le mantiene aparte de toda conversación sin que, quizás, se atreva a hablar en absoluto.
Si un niño se le castiga por mostrar su enfado o se le avergüenza en demasía cuando manifiesta alguna señal de miedo o se ríen quizá de él por expresarle amor a alguien, entonces éste “aprenderá” a saber que es “malo” manifestar sus sentimientos reales. Algunos niños aprenden que sólo es “mala” la expresión de las “malas emociones”: la ira y el miedo. Mas cuando el sujeto inhibe las “malas”, también inhibe las “buenas” emociones. Ahora bien, el metro con que se juzgan las emociones no tiene marcado en sus polos contrapuestos los conceptos de “bueno” o “malo” sino de “adecuado” o “impropio”. Es propio que el hombre que se encuentre de pronto con un oso experimente temor. Es apropiado experimentar ira si hay una legítima necesidad de destruir un obstáculo y este sentimiento nos proporciona la fuerza y el valor para ello. La ira dominada y “dirigida con propiedad” es un elemento importantísimo del valor.
Si se le hace callar a un niño cada vez que expresa sus opiniones, “aprenderá” a que es mejor para él “no ser nadie” y que es malo el tratar de convertirse en alguien.
Una conciencia así de turbada y de irrealista no puede producir más que cobardes. Nos convertirá en sujetos supersusceptibles y nos obligará a estar pensando siempre en si “tenemos derecho” a alcanzar el éxito en cualquier tarea que emprendamos. Nos sentiremos, también, extremadamente preocupados acerca de “si merecemos esto o no”. Muchos individuos, que se sienten “inhibidos” por esta clase de “mala conciencia”, “se mantienen siempre atrás” o toman “un asiento trasero” en cualquier clase de empresa en que se les ocurra intervenir, incluyendo las actividades que desempeñan en sus iglesias. Sienten, secretamente, que no sería bueno para ellos “señalarse como líder” o “presumir de ser alguien”, ya que piensan demasiado en lo que la demás gente “puede pensar acerca de mí”.
“El temor a la escena” es un fenómeno común y universal. Conviértese en subconsciente  cuando es producido por un exceso de retroacción negativa que procede de una conciencia “en declinación”. “El miedo a la escena” manifiesta el temor “a ser castigados” por hablar alto al expresar nuestras opiniones, por presumir de “ser alguien” o por manifestar cosas que la mayoría de nosotros aprendimos que eran “malas” y dignas de castigo ya en los primeros años de la infancia. “El miedo a la escena” ilustra cuán universalmente se halla extendida la inhibición de la “autoexpresión”.


La desinhibición: un gran paso en la dirección opuesta

Si usted se halla entre los millones de personas desgraciadas que han experimentado la derrota y el fracaso a causa de la inhibición, entonces necesita practicar la desinhibición en forma contundente y deliberada. Necesitará practicar los procedimientos que han de hacer de usted un sujeto más despreocupado, menos dado a pensar “en lo que sucede” e inclinado a examinar con menos rigor sus ideas y sentimientos. Necesitará ejercitarse en hablar antes de pensar y a actuar sin pensar, en vez de pensar y “considerar cuidadosamente” lo que se dispone hacer.
Es común, que cuando aconsejo a un paciente que practique la “desinhibición” (las personas más inhibidas suelen ser las que presentan mayores objeciones, tenga que oír cosas como estas: “Es seguro que usted no cree que necesitemos hacer ejercicios para convertirnos en sujetos absolutamente despreocupados, que no nos importe nada de nada ni incluso los resultados de los problemas personales que consideramos más importantes. Me parece que el mundo necesita cierta cantidad de inhibición porque, en otro caso, viviríamos como salvajes y la sociedad civilizada experimentaría un colapso rotundo. Si nos llegáramos a manifestar con libertad absoluta, expresando libremente todos nuestros sentimientos, iríamos por todas partes dando puñetazos a la gente que nos desagrada”.
“Si, digo en esos casos. Usted se expresa correctamente: el mundo necesita cierta cantidad de inhibición, pero no usted. La expresión clave es ‘una cierta cantidad’. Usted posee tal exceso de inhibición que parece ser un enfermo que estuviera padeciendo una fiebre de cuarenta y un grados y que dijese: ‘El cuerpo humano requiere calor para conservarse sano. El hombre es un animal de sangre caliente y no puede vivir si experimentar cierta cantidad de temperatura; todos necesitamos el calor, y, sin embargo, usted me dice que debo reducir la temperatura e ignorar completamente el peligro que representaría el no tener calor’.
El tartamudo, que es un individuo al que tienen casi inválido “las tensiones morales”, los excesos de la retroacción negativa, el análisis autocrítico y la inhibición, privándole de la palabra en absoluto, hállase también inclinado a argüir de esta manera cuando se le dice que debe ignorar totalmente la retroacción negativa y la autocrítica. Le tratará, entonces, de citar numerosos proverbios, apotegmas y cosas parecidas con el objeto de demostrarle que uno debe pensar antes de hablar, que una lengua vaga y descuidada le habrá de producir multitud de problemas y dificultades y que uno debe tener mucho cuidado de lo que habla y en cómo le dice porque las buenas palabras son siempre importantes y que una palabra dicha ya no puede ser recogida. En fin, todo lo que trata de decir es que, en efecto, la retroacción es tan útil como benéfica. Pero no para él. Cuando llega a ignorar totalmente la retroacción negativa, debido a la impresión que le causan las palabras dichas en voz alta o las “conversaciones de ‘sombra’ o acompañamiento”, habla correctamente.




El recto y estrecho sendero que existe entre la inhibición y la desinhibición

Alguien ha dicho que la personalidad del sujeto inhibido y atormentado por la preocupación tartamudea en todos sus actos.
El balance, el equilibrio y la armonía es lo que se necesita. En el momento en que la temperatura asciende demasiado alto, el médico hace todo lo posible para bajarla; cuando desciende demasiado, entonces el doctor trata de hacerla subir. Si un individuo no puede dormir lo suficiente, se le receta algo para que pueda dormir más; si duerme mucho, entonces se le prescribe un estimulante para poderlo mantener despierto, etc. No se trata de lo que sea mejor: una temperatura alta o baja, un estado de somnolencia o un estado de vigilia. La “curación” consiste en dar un gran paso en la dirección opuesta. En esto, el principio de la cibernética torna otra vez a la imagen. Nuestro objetivo consiste en la obtención de una personalidad completa y creadora. La senda que ha de conducirnos a la meta deseada debe pasar por entre el exceso inhibitorio y la inhibición escasa. Cuando hay demasiada inhibición, debemos corregir el curso que seguimos por medio de la práctica de una mayor desinhibición e ignorando totalmente la inhibición.


Como indicar si se necesita la desinhibición

He aquí las señales de la retroacción que pueden indicarnos cuando nos hallamos fuera de curso debido al exceso o a la escasez inhibitoria:
Si el sujeto se halla constantemente metido en dificultades a causa de su extrema confianza; si halla habitualmente los caminos por donde los mismos ángeles temen meterse; si de manera habitual se suele hallar metido en agua hirviente a causa de sus impulsos y mal consideradas acciones; si el fuego cae sobre él porque siempre practica el principio de “primero hacer y preguntar después; ni nunca puede reconocer su equivocación; si acostumbra hablar con voz recia y con lengua demasiado suelta, entonces, lo probable es que experimente muy poca inhibición. El individuo, en este caso, necesita pensar en las consecuencias antes de atreverse a hacer nada. Debe, con sumo cuidado, cesar de actuar y de planear sus actividades.
No obstante, la mayoría de la gente no se clasifica dentro de la mencionada y descrita categoría. Si el sujeto se muestra tímido entre las gentes extrañas; si teme una situación nueva y rara; si se siente inadecuado al ambiente, demasiado preocupado, lleno de ansiedad, se cuida en demasía de lo que piensa y dice; si se encuentra nervioso y piensa con exceso acerca de sí mismo; si padece algunos síntomas nerviosos tales como tics faciales, innecesarios guiños de ojos, temblores, dificultad de conciliar el sueño; si se siente fácilmente mal en ambientes sociales; si se mantiene siempre “detrás” y toma constantemente un asiento trasero, entonces, todos estos síntomas muestran que el individuo padece demasiadas inhibiciones y, en este caso, el sujeto se preocupa con exceso en todo cuanto emprende, y, además, “planea” demasiado. El sujeto necesita practicar, entonces, el consejo que San Pablo dio a los efesios: “No te preocupes de nada…”

EJERCICIOS PRACTICOS: 1. No se pregunte por adelantado “lo que va a decir”. Abra la boca y dígalo sin empacho. Improvise en tanto que habla. Este consejo puede parecer radical, pero es, en efecto, el único que obligará a todos sus servomecanismos que operen en su propio beneficio (Jesús nos aconseja que no pensemos demasiado en lo que vayamos a expresar si tenemos que declarar ante un jurado, ya que el espíritu nos habrá de aconsejar, a su debido tiempo, respecto a lo que debemos decir).

2.                      No “planee” (no piense en el mañana). No piense antes de hacer. Haga, corrija sus actos en tanto los está haciendo. Este consejo puede parecernos demasiado radical; sin embargo, es, en efecto, el modo en que todos los servomecanismos se ponen a operar en nuestro propio beneficio. Un  torpedo no “piensa en sus errores” por adelantado, y tampoco trata de corregírselos antes de empezar a operar, sino que primero actúa –comienza a correr hacia el objetivo-, y luego corrige cualquier error con que pueda enfrentarse u ocurrirle. “No podemos pensar primero y hacer después” dijo A. N. Whitehead. “Desde el momento en que nacemos nos hallamos implicados en la actividad, y sólo ésta puede guiarnos a adoptar una idea o una decisión”.

3.                      Cese de autocriticarse. La persona inhibida se abandona continuamente al análisis autocrítico. Luego a cada acto, por simple que sea, se dice a sí misma. “Me pregunto si debiera haber hecho eso”. Después de haberse provisto del suficiente valor para manifestar algo, dícese inmediatamente: “Puede ser que no debiera haber dicho eso. Quizás el otro lo tome de manera errónea”. Cese de hacerse aparte todas estas lamentaciones. La provechosa y benéfica retroacción opera subconsciente, espontánea y automáticamente. La autocrítica, el autoanálisis y la introspección consciente es buena y útil si se la emplea no más de una vez por año. Pero empleada día a día, momento a momento, en la forma de un segundo y subterráneo descubridor de su propia personalidad, o desempeñando el papel de contador de sus hechos pasados cada lunes por la mañana, entonces se convierte en un agente que indefectiblemente habrá de llevarle a la frustración y a la derrota. Observe, pues, la autocrítica, deje que desempeñe un tanto sus labores, pero cuídese de detenerla en seguida.

4.                      Fórmese el hábito de hablar mas alto de lo que acostumbra. La gente inhibida habla notoriamente en voz baja. Procure aumentar el volumen de su voz. No tiene tampoco por qué vocear a la gente ni emplear un tono de enfado, pero practique conscientemente hablar un poco más alto de lo que acostumbra. La conversación en voz alta, por sí misma, se manifiesta como poderoso desinhibidor. Mediante recientes experimentos se ha demostrado que el individuo puede reforzar su voz en un 15% e inclusive levantar una carga mayor si vocea, gruñe o gime fuertemente mientras alza el peso. La explicación de ello estriba en que los gritos fuertes contribuyen a la desinhibición y permiten expresar toda la fuerza incluyendo a la que ha sido bloqueada o amarrada por las circunstancias inhibitorias.

5.                      Deje saber a la gente cuándo le gusta a usted. La personalidad inhibida teme tanto expresar los “buenos” como los “malos” sentimientos. Si manifiesta amor, teme ser juzgado como sentimental; si expresa amistad, teme que se le considere un adulón y “limpiachaquetas”. Si felicita a alguien, teme que éste piense de él superficialmente o sospeche algún motivo ulterior. Procure ignorar en su totalidad estas señales de la retroacción negativa. Felicite por lo menos a tres personas distintas al día. Si gusta de lo que alguien está haciendo, o usa o dice, déjeselo saber al interesado. Hable y compórtese de manera directa. “Me gusta eso, Joe”. “Mary, llevas un sombrero muy bonito”. “Jim, eso me demuestra que eres una persona excelente”. Ahora bien, si usted está casado, dígale precisamente a su esposa “te quiero”, por lo menos dos veces al día.

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